Sinfonía nro. 2,
“Resurrección” de Gustav Mahler por la Orquesta Sinfónica Nacional, solistas y
el Coro Polifónico Nacional, en el CCK
.Orquesta
Sinfónica Nacional de Argentina
.Director:
Carlos Vieu
.Solistas:
Jaquelina Livieri soprano); María Luisa Merino Ronda (mezzosoprano);
.Coro
Polifónico Nacional
.Ariel
Alonso, director del coro
.Orquesta
fuera del escenario: Pablo Bochimuzzi, director
.Organista:
Sebastián Achenbach.
.Sala
Principal, Centro Cultural Kirchner, 10 de agosto, hora 20.
En el anuncio de los días previos al
concierto el maestro Carlos Vieu señaló que la segunda sinfonía –en do menor- de
Gustav Mahler constituye un pináculo en la carrera de cada director y de cada
instrumentista.
Agregaba, luego de puntualizar sobre el
hecho de la colaboración entre La Orquesta Sinfónica Nacional y el Coro
Polifónico Nacional, que es una sinfonía de las más importantes del repertorio,
de gran porte, de gran dificultad, y de masas sonoras impresionantes.
Ello constituye un buen resumen de una
obra cuyo grado de exigencia y dificultad es muy grande, en gran medida por el
requerimiento técnico, la duración y la falta de tregua en un horizonte sonoro
casi siempre en tensión y que, cuando ello no es así, demanda un color
orquestal muy exacto y fluido así como pureza tímbrica en sonidos siempre
puntuales y destacados.
Todos los elementos del sinfonismo de
Mahler -la marcha fúnebre, el ländler, la música de resonancias lejanas, los
amplios glissandos , los acordes de
las maderas, los tutti con abundantes elementos de percusión, los solos del
concertino, los pizzicatos en la cuerda y mordentes y trinos en maderas- pero
en una escala y con una intensidad desconocida hasta entonces.
Muestra muy representativa de la era del
“Esplendor Sinfónico”, la posibilidad de acceder en vivo a esta manifestación
de la textura del contrapunto disonante (como la llama Pola Suárez Urtubey) es
de por sí un acontecimiento muy importante, máxime con el resultado que fue
posible apreciar en esta interpretación, a la altura de los registros
referenciales de la obra.
La sinfonía requiere un gran orgánico
orquestal que incluye –además de la formación habitual- numerosos elementos
percusivos, clarinete bajo, clarinetes en si bemol, la y do, contrafagot, una vigorosa
sección de metales, dos arpas y una nutrida masa de cuerdas.
Una
escritura compleja
Gustav Mahler (1860-1911) concibió esta
obra inicialmente como un poema sinfónico, cuyo material conforma el primer
movimiento; ante la opinión desfavorable del director Hans von Bülow lo reformuló
como parte de una totalidad mayor y escribió los movimientos restantes.
Irónicamente, la lectura del poema “Resurrección”, de Friedrich Gottlieb
Klopstock en la ceremonia fúnebre en honor a von Bülow terminó de dar forma a
la obra.
Uno de los rasgos de Mahler es la
reelaboración de materiales a lo largo de su obra y la transformación que hace
de ellos. De este modo, dos números del “Cuerno mágico de la Juventud” (Das knaben wunderhorn) están presentes
aquí en el tercer y cuarto movimiento, pero todo parece sometido a una especie
de torsión y no presentarse en estado puro: un ejemplo es la marcha inicial que
surge en las maderas luego de los intensos acordes de la cuerda: es una marcha
fúnebre pero acentuada y, por decirlo así, “crispada”.
Excepto en algunos lugares puntuales: el
ländler del segundo movimiento Andante
moderato , así como el cuarto (Urlicht),
a partir de la intervención de la mezzosoprano la escritura no se desarrolla en
un diseño melódico amplio sino en una diversidad de motivos que, en su
desarrollo ulterior, generan otros. Se trata de una textura de relieves,
sumamente intrincada. Un motivos se
expande de un instrumento a otro y en ello encuentra su continuidad: va de suyo
que la afinación debe ser perfecta, así como el sentido de la frase.
Movimientos como el tercero (Urlich, Sehr feierlich, aber schlich),
una extensa reelaboración de uno de los lied San Antonio de Padua predicando a los peces, del “Cuerno mágico de la juventud” es un
ejemplo de la demanda interpretativa: un movimiento extenso, de sonidos
cortantes que comienza en la percusión y se desarrolla a partir de un motivo
introducido por las maderas.
Cada parte parece tener una complejidad
propia.
La
interpretación
Exigencias específicas en cada sección y
sentido de la totalidad, el mantenimiento de un tempo adecuado y expresivo en el
conjunto, precisión en cada detalle y timbres destacados son parte del desafío
de la obra que transita una gran gama de sentimientos: la angustia, la
introspección y la afirmación: es decir que demanda delicadeza tanto como
fuerza y proyección.
Es en el cuarto movimiento (Urlich) que se introduce la voz de la
mezzosoprano (“Oh pequeña rosa roja”). María Luisa Merino Ronda mostró su
timbre profundo, de solemne musicalidad, elegante en un pasaje majestuoso y
desgarrado al mismo tiempo.
Una muestra del tejido complejo de la
obra es el extenso diálogo entre la banda externa y la orquesta previa a la
entrada en piano de coro “Resucitará,
sí, resucitarás”, con una sutileza y al mismo tiempo densidad en las voces. El
pasaje marca, poco después, la entrada de la soprano “Vida eterna te dará quien
te llamó”. La voz de Jaquelina Livieri es de grandes y sutiles matices tanto
como de proyección y potencia en todo su rango, uno que se extiende en el curso
de una simple frase. Voces introspectivas, sutiles, delicadas que van creciendo
progresivamente hasta ser intensas y expansivas, audibles claramente ante un
aparato orquestal de la magnitud que demanda la obra. Los bajos de la orquesta
brindan un soporte armónico al coro, realzan la cuerda de bajos y le dan
densidad mientras crecen las voces solistas. La performance del coro habla a
las claras de su calidad y su preparación.
En el documental “A mi manera”, sobre
Bernard Haitink, de John Bridcut el maestro afirma que llevar a cabo un ciclo
de las sinfonías completas de Gustav Mahler demanda diez años. Tal afirmación
es una muestra de la dificultad de tales obras, del grado de comprensión y
trabajo que requieren y a la vez nos da una pauta de lo que logró la Orquesta
Sinfónica Nacional, las solistas y el Coro Polifónico Nacional a unos tres
meses de adquirida la actual conformación de la orquesta.
El maestro Carlos Vieu es tan versátil
como profundo y detallista en el estudio, enfoque y la realización de una obra de la magnitud
de la sinfonía que nos ocupa. Es además un formador reconocido, con alumnos
como Lorenzo Guggenheim, en su juventud, maestro ya reconocido que se formó con
él.
Eran certeras las palabras del maestro
al caracterizar esta obra como un pináculo para un director y para los músicos
que intervienen en ella.
Una vez más, cabe agradecer la gentileza del personal de Organismos Estables Nacionales y en especial de Gonzalo Quintas
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