Excelente actuación de Xavier Inchausti y Pablo Saraví junto a la Filarmónica
DOS
POTENCIAS SE SALUDAN Y PISAN FUERTE
Martha
CORA ELISEHT
Sin
intención de hacer una paráfrasis de tono político, el título de esta nota
refleja fielmente lo acontecido en el octavo concierto del Ciclo de Abono de la
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), que tuvo lugar en el Teatro Colón
el pasado sábado 1° del corriente bajo la dirección del venezolano Manuel
Hernández Silva y donde ambos concertinos de la agrupación actuaron como
solistas: Xavier Inchausti (violín) y Pablo Saraví (viola) para
ejecutar el siguiente programa:
-
Diario VI: Tres piezas
para orquesta- Gerardo GANDINI (1936-2013)
-
Sinfonía concertante
para violín y viola en Mi bemol mayor, K.364/320d
– Wolfgang A. MOZART (1756-1791)
-
Sinfonía n°7 en Re
menor, Op.70 (“De mis años tristes”)- Antonin
DVOŘAK (1841-1904)
Tras
la tradicional afinación de instrumentos, Manuel Hernández Silva hizo su
presentación sobre el escenario para comenzar con la mencionada obra de Gerardo
Gandini con motivo de homenaje por el 10° aniversario de su fallecimiento. Compuestas
originalmente para piano en la década del ‘60, las tres piezas que integran Diario
VI (Berceuse, In memoriam y Transfiguración del rondó en La menor de
Mozart) fueron orquestadas posteriormente y su estreno tuvo lugar el 7 de
Septiembre de 1998 por el compositor al frente de la Orquesta Sinfónica
Nacional. Berceuse (Canción de cuna, en francés) es una obra de
carácter íntimo, elaborada con el eco de fraseos en forma romántica, donde la
melodía a cargo de la trompeta actúa como hilo conductor. La segunda (In
memoriam) está escrita en homenaje a Tomás Tichauer, quien fuera viola
solista de la Filarmónica y la Camerata Bariloche y posee numerosos
contrapuntos entre piano, arpa, celesta y marimba -muy buena labor de Silvia
Dabul, Alina Traine, Juan Ignacio Ufor y Federico del Castillo respectivamente,
al igual que la trompeta solista a cargo de Fernando Ciancio-. La obra se
cierra con una transfiguración del Rondó en La menor de Mozart, quien
fuera uno de los compositores predilectos del músico argentino y donde se
aprecian numerosos ecos y retumbos de otros tiempos. Y si bien la música de
Gandini es mayoritariamente atonal, el público respondió con un aplauso
alusivo.
La
Sinfonía concertante en Mi bemol mayor para violín y viola, K. 364/320d representa
una obra emblemática en la producción del genio de Salzburgo, ya que cabalga
entre la sinfonía y el concierto. Fue compuesta en 1779 durante uno de los
tantos viajes de Mozart entre Mannheim y París. En aquel entonces, las
orquestas europeas estaban adquiriendo una mayor complejidad y representó una
excelente oportunidad para el compositor austríaco, quien ya venía
experimentando con este género. Su instrumentación consta de violín solista (en
Mi bemol mayor), viola solista (en Re mayor, con afinación en un semitono
ascendente denominado técnica de la scordatura para permitir una mejor
calidad de sonido), dos cornos, dos oboes y cuerdas. Consta de tres movimientos
(Allegro maestoso/ Andante/ Presto), que fueron ejecutados de manera
impecable por la dupla Inchausti/ Saraví, con un perfecto diálogo entre ambos
instrumentos solistas y el resto de la orquesta, logrando un impecable
equilibrio sonoro. Bien conocidas son las dotes y el desempeño de ambos violinistas
y, en este caso, fue un auténtico placer escuchar a Pablo Saraví como violista,
donde demostró su ya consabida maestría a cargo de este instrumento. Una
ovación de aplausos y vítores coronó el desempeño de los músicos y, en
particular, del binomio, quienes decidieron ofrecer un bis: una
transcripción para violín y viola del Concierto n°20 de Mozart, que sonó
de manera exquisita y sutil. Una vez más, la dupla Inchausti/ Saraví se llevó
los laureles e hizo delirar al público.
Basada
en la Sinfonía n°3 de Brahms y compuesta por encargo de la Sociedad
Filarmónica de Londres en 1885, la Sinfonía n°7 en Re menor, Op.70 de
Dvořak es, quizás, la más romántica de las nueve obras de dicho género. En
aquel entonces, el pueblo checo asistía al Teatro Nacional de Praga para apoyar
mediante la expresión musical las luchas políticas de su nación. Rápidamente,
Dvořak se hizo eco y, ante el encargo de esta nueva sinfonía, decidió que su
obra iba a tener un carácter fuertemente nacionalista y patriótico, tal como lo
manifiesta en uno de sus escritos: “No puedo pensar en otra cosa más que en
el encargo de Londres en este momento. ¡Quiera Dios que esta música checa mueva
al mundo! El primer tema de mi nueva sinfonía sonaba dentro de mi mente como un
tren festivo que traía a nuestros campesinos de Pest” (en referencia a una
de las dos ciudades de la capital húngara). Sin embargo, dos nuevas desgracias
golpearon fuertemente al músico: la muerte de su madre y la de su hijo mayor, a
las cuales se sumó el deceso de Bedrich Smetana. De ahí deriva el nombre de la
sinfonía, escrito al pie de página del 2° movimiento: “De mis años tristes”.
Su estreno tuvo lugar en el St James´s Hall en Londres en 1885 con el autor al
podio y gozó de tal éxito que se representó al año siguiente en New York y
luego, en Berlín. Consta de 4 movimientos (Allegro maestoso/ Poco adagio/
Scherzo: vivace- poco meno mosso/ Finale: Allegro), que fueron ejecutados
de memoria por Hernández Silva. El venezolano es un experto en la materia -su
versión de la Sinfonía n°8 en 2019 al frente de la Filarmónica fue
magistral- y lo demostró con creces en la presente versión, donde el Allegro
maestoso inicial en 6/8 sonó realmente turbulento y dramático en el tutti
orquestal, donde la tensión llega a su clímax para luego, pasar al Poco
adagio de carácter triste y melancólico, donde el pizzicato de los
violines resalta la melodía a cargo del corno -muy buena actuación de Martcho
Mavrov-. El Scherzo posee una bellísima melodía típica de la región de
Bohemia en 6/4, mientras que en el Allegro final, la melodía en Re menor
es similar a la del 1° movimiento y presenta dos temas: el primero, introducido
por el clarinete y la trompa (muy buen desempeño de Mariano Rey y Mavrov al
respecto), y el segundo, a cargo de las cuerdas en tiempo de marcha, con
ribetes profundamente dramáticos, que representan la resistencia del pueblo
checo al yugo opresor. Por otra parte, todos los solistas de los principales
grupos de instrumentos tuvieron la oportunidad de lucirse para ofrecer una excelente
versión de esta bellísima sinfonía.
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