viernes, 14 de junio de 2019


Muy buena performance de la Filarmónica en la Usina del Arte

UNA GRATA Y AGRADABLE SORPRESA
Martha CORA ELISEHT

            El pasado jueves 13 del corriente se presentó la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en la Usina del Arte dentro del Ciclo “Divertimentos y Pasiones”, bajo la dirección de Gustavo Fontana y con la participación de Gabriel Alejandro Romero como solista.
            El programa comprendió las siguientes obras: Danza de los Espíritus Benditos y Danza de las Furias de “Orfeo y Eurídice” de Christoph Von Gluck (1714-1787), el Concierto para flauta y orquesta de Carl Nielsen (1865-1931), la Obertura de “Don Giovanni” K.527 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), la Bacanal de “Sansón y Dalila” de Camille Saint- Saëns (1835-1921) y la Obertura de “Orfeo en los Infiernos” de Jacques Offenbach (1819-1880), dentro del marco del 100° aniversario de nacimiento de este último compositor.
            La labor de Gustavo Fontana como director de orquesta es vasta y conocida, ya que ha sido Director Estable de la Orquesta Sinfónica de  Bahía Blanca (hasta 2014) y de la Filarmónica de Mendoza (hasta 2018), además de poseer una vasta trayectoria en el país y en el exterior. Fue trompetista de la New York Youth Symphony y de la Filarmónica de Israel, bajo la dirección de Zubin Mehta (1993). Posteriormente, se especializó en dirección orquestal con Cristóbal Soler y Charles Dutoit. En este caso, se destacó por su excelente marcación de los tempi y por su temperamento. Pero no sólo fue una sorpresa el orden en que fueron ejecutadas las obras, sino la excelente labor desempeñada por el joven flautista Gabriel Romero. Nació en Jujuy en 1992 y comenzó sus estudios como integrante del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles. Posteriormente, completó su formación en la Escuela Superior de Música de Salta y tomó clases magistrales con prestigiosos instrumentistas,  hasta que en 2008 fue becado para participar de la 1° Jornada de Capacitación Orquestal en el Centro Académico Infantil de Montalbán y en la Orquesta Juvenil “Simón Bolívar” de Venezuela. En 2012 egresó del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, donde estudió flauta con Claudio Barile y Jorge de la Vega y, a partir de este año, ganó el cargo por Concurso como 2° flauta en la Filarmónica de Buenos Aires.
            El hecho de haber invertido el orden de ejecución de las obras –Fontana tocó en primer lugar, la Obertura de “Don Giovanni” de Mozart y siguió con la Danza de los Espíritus Benditos de “Orfeo y Eurídice” de Gluck- dio lugar a dos cosas: que la música fuera in crescendo durante la primera parte del concierto y que el solo de flauta de la consabida obra de Gluck fuera ejecutado por Gabriel Romero. La interpretación de la célebre obertura de Mozart fue perfecta desde el principio hasta el final, con muy buenos matices y una perfecta marcación de los tempi, tal como se mencionó anteriormente. Tras los aplausos, Fontana y Romero ofrecieron una versión dulce y romántica de la Danza de los Espíritus Benditos, donde la célebre Melodía estuvo a cargo de la flauta solista –iba a ser ejecutada por Jorge de la Vega, quien prefirió que su discípulo se llevara los laureles a último momento, en una entrevista exclusiva ofrecida a quien escribe-. Seguidamente, la orquesta ofreció una soberbia versión de la Danza de las Furias de “Orfeo y Eurídice”, destacándose por el perfecto equilibrio sonoro y por su expresividad. Dicho de otra manera, Gustavo Fontana hizo brillar a la Filarmónica antes de finalizar la primera parte del concierto, que brindó otra sorpresa: el Concierto para flauta y orquesta de Carl Nielsen, que no estaba contemplado en el programa original. (En el programa general de la Temporada estaba previsto el Gran Danzón para flauta y orquesta del compositor cubano Paquito D’Rivera, que fue posteriormente reemplazado por la obra de Nielsen). Esta obra fue compuesta en 1926 para el flautista Holger Gilbert- Jespersen, quien fuera integrante del Quinteto de Vientos de Copenhague y quien asimismo lo estrenó durante el transcurso de ese mismo año. Consta de dos movimientos: Allegro moderato y Adagio ma non troppo/ Allegretto, donde aplica su característica tonalidad expansiva (arranca en Re menor, pasando por la tonalidad de Mi bemol menor para terminar con la flauta solista en Fa mayor, a fin del 1° movimiento) y también posee tanto reminiscencias de su ópera “Maskarade” como de la 3° Sinfonía (“Espansiva”). En cambio, el 2° movimiento comienza con un Poco allegretto a cargo de la flauta solista, en diálogo con oboes, clarinetes, fagot y trombón bajo, para luego desembocar en un  rubato y ostinato que caracterizan el Adagio ma non troppo, con un magnífico cantabile a cargo de la flauta solista. La versión  ofrecida por Fontana fue más compacta y académica que la ofrecida por Bernhard Wulff con la Sinfónica Nacional en Mayo de este año, destacándose por la pureza de su sonido y por la magnífica cadencia del instrumento solista. Los trinos, arabescos y arpegios de Gabriel Romero fueron estupendos. Asimismo, también logró muy buenos diálogos con los diferentes instrumentos: sobre, todo, un excelente contrapunto con las cuerdas y metales a fines del 1° movimiento y con el fagot, oboe y clarón en el 2° movimiento. La interpretación del trombón solista en escala descendente hacia el final de la obra fue muy buena y merece un comentario aparte la labor del timbalista Juan Ignacio Ferreiros, quien cerró perfectamente la misma. Por ende, el público estalló en aplausos.
            Para la segunda parte del concierto, Gustavo Fontana abrió el juego con la célebre Bacanal de “Sansón y Dalila”, donde Néstor Garrote ofreció un solo de oboe perfectamente afiatado para seguir a todo ritmo con la orquesta. Tanto las cuerdas como las maderas, los metales y la percusión se unieron para brindar una versión muy temperamental, caracterizada por su luminosidad y equilibrio sonoro. Lo mismo sucedió con la Obertura de “Orfeo en los Infiernos” de Offenbach, donde los efectos sonoros narran perfectamente el descenso de Orfeo para rescatar a su amada Eurídice de la muerte. Estupendo el solo de violín que representa al protagonista – a cargo de Pablo Saraví- que, posteriormente, se amalgama con el resto de la orquesta en un vals que se caracteriza por su refinamiento y exquisitez sonora. La obra culmina con el staccato que precede el celebérrimo can- can con el que se cierra la misma. En este caso, la Filarmónica se lució en un final brillante –tanto de la obra de Offenbach como del concierto-, donde Fontana y los músicos se retiraron ovacionados.
            Con excepción de la obra de Nielsen –caracterizada por ser de vanguardia- , el resto de las piezas comprendidas en el programa se correspondió plenamente con el título del Ciclo.  Y el hecho de invertir el orden de las obras fue sumamente inteligente, ya que los divertimentos y pasiones fueron claramente de mayor a menor, lo que permitió el lucimiento tanto de la orquesta como del solista. Ha sido una grata y agradable sorpresa poder descubrir a un músico joven y talentoso, al igual que escuchar por segunda vez consecutiva en el año una obra que rara vez se incluye en los programas de conciertos. 


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