Reinauguración de la Temporada
Lírica con AIDA en el Teatro Argentino de La Plata
UNA
REAPERTURA DIGNA DE LOS DIOSES
Martha
CORA ELISEHT
De
la inmensa producción operística de Giuseppe Verdi (1813-1901), AÍDA es
una obra emblemática desde todo punto de vista. No sólo fue compuesta por
encargo del jedive de Egipto Ismail Pashá con motivo de la inauguración
del canal de Suez y de la Ópera de El Cairo (véase nota escrita en el blog el
20 de Marzo de 2020 al respecto), sino que también fue la ópera elegida para
inaugurar el actual edificio del Teatro Colón en 1908. En este caso, también cayó
la elección de este gran clásico verdiano para la reapertura de la Temporada
Lírica 2023 en el Teatro Argentino de La Plata tras siete largos años de
ausencia de representaciones en dicha institución, hecho que tuvo lugar el
pasado sábado 20 del corriente en la Sala Alberto Ginastera del mencionado
organismo con la siguiente ficha técnica: puesta en escena de María Concepción
Perre y María de la Paz Perre, escenografía de María José Besozzi, iluminación
de Gabriel Lorenti, vestuario de Stella Maris Müller, coreografía de María
Colusi, coordinación de figurantes de Vanesa Tempone y la participación de los
siguientes maestros internos: Diego Censabella, Juan Pablo Scafidi, Cecilia
Prieto y Emilio Rajmilchuk. Participaron la Orquesta y Coro Estables del Teatro,
bajo la dirección musical de Carlos Vieu y Santiago Cano respectivamente.
El
elenco estuvo integrado por los siguientes cantantes: Eiko Senda (Aída), Gustavo
López Manzitti (Radamés), Guadalupe Barrientos (Amneris), Leonardo
López Linares (Amonasro), Hernán Iturralde (Ramfis), Emiliano
Bulacios (Faraón), Raúl Iriarte (Mensajero) y Rocío Giordano (Sacerdotisa).
Las danzas sinfónicas de los 1° y 2° Actos estuvieron a cargo de
integrantes del Ballet Estable del Centro Provincial de las Artes/ Teatro
Argentino y se contrataron numerosos figurantes para las escenas de conjunto.
La
idea de Ismail Pashá de fundar una ópera en El Cairo era no sólo una manera de
fomentar las artes y la música, sino de mostrar a Egipto ante los ojos del
mundo como escenario de la mayor obra de ingeniería construida hasta ese
momento: el canal de Suez. Para ello, se contrató a dos arquitectos italianos -Avoscani
y Rossi-, quienes construyeron el edificio más fastuoso de dicha ciudad en tan
sólo 6 meses durante 1869. Para inaugurarla, el jedive le encargó a
Verdi que escribiera una obra inspirada en la gloria del antiguo Egipto. Ante
el rechazo de Verdi de componer obras por encargo, Ismail Pashá no se dio por
vencido, sino que se reunió con el egiptólogo francés Auguste Mariette para que
lo ayudara a escribir el argumento. Éste, a su vez, se reunió con el escritor
Camille Du Locle, quien había colaborado con Verdi en el libreto inicial de Don
Carlo en 1867. Al reevaluar la propuesta, Verdi se dio cuenta que era
un trabajo realizado por gente de prestigio y le solicitó a Antonio Ghislanzoni
que compusiera los versos en base al argumento ofrecido por la dupla Mariette/
Du Locle. Si bien el jedive quería
a toda costa que Verdi estrenara su obra maestra en El Cairo en tiempo y en
forma, hubo una serie de contratiempos que lo impidieron. En primer lugar, la escenografía,
los decorados y el vestuario fueron hechos en París y no pudieron llegar a
tiempo por el estallido de la guerra franco- prusiana. Y, en segundo lugar,
bien son conocidos los contratiempos que tuvo Verdi en cuanto a la elección del
director de orquesta y los cantantes. Por lo tanto, la Khedival Opera House no
abrió sus puertas en 1869 con AÍDA, sino con otro gran título verdiano: RIGOLETTO.
De esta manera, se transformó en el primer teatro de ópera del continente
africano, donde finalmente, se produjo el estreno mundial de AÍDA en
1871, con el compositor al podio y gozó de gran éxito y popularidad desde su
primera representación. Posteriormente,
se produjo la segunda representación en la Scala de Milán en 1872 y fue todo un
suceso, difundiéndose rápidamente en los principales teatros líricos del mundo.
La
presente producción fue íntegramente realizada en los talleres del Teatro
Argentino, caracterizada por una escenografía compuesta por columnas egipcias y
una escalinata, donde se desarrollaron todas las escenas. Los cambios de escena
se realizaron mediante un telón con motivos de jeroglíficos y una muy buena
iluminación. No obstante, hubiera sido bueno contar con una proyección de video
en algunas escenas (ejemplo: para simular las aguas del Nilo en el 3° Acto), al
igual que para ilustrar la lápida subterránea donde Radamés encontrará
la muerte en compañía de la protagonista (fue un marco vertical en vez de
horizontal). El vestuario fue íntegramente de época, respetando la concepción
original de la obra y la caracterización de los personajes.
Para
esta producción se contrataron numerosos refuerzos para integrar la orquesta y
el coro, ya que lleva orquesta de bronces fuera de escena. La dirección musical
de Carlos Vieu fue impecable, al igual que su marcación y precisión al brindar
las entradas de músicos y coreutas. La ventaja de contar con un director
especializado en lírica permite, justamente, lograr un acompañamiento de
excelente calidad. Por su parte, el Coro Estable sonó muy compacto y la
coreografía montada por María Colusi también fue muy efectiva para ilustrar tanto
la Escena triunfal del 2° Acto como aquella donde el coro femenino canta
en los aposentos de Amneris. En consecuencia, los integrantes del ballet
también tuvieron oportunidad de lucirse.
Asimismo,
también ha sido muy buena la elección de las voces para los roles. Dentro de
los comprimarios, Rocío Giordano encarnó una muy buena Sacerdotisa de Ptah, al
igual que Emiliano Bulacios como el Faraón. Raúl Iriarte dio vida a un
correcto Mensajero en su breve intervención, mientras que Hernán
Iturralde tuvo a su cargo el rol del sumo sacerdote Ramfis, de destacada
actuación -aunque tuvo algún que otro traspié en las notas graves-. Por su
parte, Leonardo López Linares se lució como Amonasro. Es un rol que lo
ha cantado en numerosas oportunidades, con el cual se siente completamente
compenetrado y lo demostró fehacientemente. Lo mismo sucedió con Guadalupe
Barrientos como Amneris, donde hizo gala de su caudalosa y dramática
voz. Luego de ganarse la confianza de Aída para luego, poder extraer su
secreto (“Io sono l’amica tua”), su voz fue creciendo en intensidad y
brilló en el 3° y 4° Actos. Gustavo
López Manzitti interpretó por primera vez el rol de Radamés en el país
con la presente representación -lo había cantado con anterioridad en San Pablo,
según declaraciones en el programa de radio-. Tras una cuidadosa interpretación
de la celebérrima cavatina (“Celeste Aída”), su voz fue creciendo en
intensidad y descolló junto a Eiko Senda en el 3° Acto (Aria del Nilo) y
en la escena final. Ella fue la Aída ideal: voz bien impostada,
caudalosa, bien timbrada y con excelentes matices en las arias de mayor
integridad dramática (“Ritorna, vincitor” y “O, Patria mía”), al
igual que en los diálogos con los diferentes protagonistas. La sala Ginastera
estalló en aplausos luego de todas y cada una de las intervenciones principales,
al igual que al final donde todos los integrantes del elenco salieron a
saludar.
Tras
siete largos años de carencia de representaciones líricas, se dio el puntapié
inicial y se recuperó la sala principal del segundo mayor coliseo de la
Argentina con un título convocante, que gusta y emociona. Se agotaron
rápidamente las localidades para las tres primeras funciones y, pese a que la
sala Ginastera no estaba completamente llena el día del estreno, hubo numeroso
público y estuvo prácticamente colmada. Es un placer el haber podido apreciar
una ópera dentro del contexto para el cual fue compuesta con producción
íntegramente local, en un teatro donde han hecho carrera infinidad de
excelentes voces y que forma parte del circuito oficial de ópera. Ojalá se
representen muchos más títulos en los años venideros y que continúe la
tradición operística en este gran coliseo, que lo ha hecho ganador de tan
mentado prestigio.
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