domingo, 23 de febrero de 2025


El Maestro Jordi Mora, Factotum del Campus Musical Santa María de la Armonía desde hace 34 años. Fotografía del autor del presente artículo.


Conversaciones con Jordi Mora

Entre el 5 y el 11 de febrero de 2025 tuvo lugar la 34 ta. Edición del

Campus Musical de Santa María de La Armonía.

Director de orquesta, educador, director de organismos como la Müncher

Camerata, la Orquesta Sinfónica del Valles, la de Grecia, la Bruckner Akademie de

Munich, entre otras experiencias, como la de la Orquesta del Líbano, Jordi Mora

viene desde 1991 a dirigir en Campus de la Armonía. Es dice, una experiencia

diferente a las que vive otros países.

Este año hubo numerosos participantes, de la Argentina, de Brasil, de los

alumnos del Proyecto Creciendo en Armonía.

Es el trabajo de las servidoras de la Fundaciüon Cultural Argentina la que

hace posible que tanto el Campos como el Proyecto Creciendo en Armonía sean

posibles.


Un proceso de ida y vuelta

En la pausa del extenso concierto final el maestro se hace un tiempo para

que hagamos una entrevista en la casa que ocupa en La Armonía cuando viene a

dar los campus.

Una vez más tenemos la oportunidad de dialogar y en un momento le

pregunto por aquel Jordi que en 1991 hizo su primera experiencia en el campus y

el de 34 años más tarde, cuando los alumnos de hoy lo son a su vez de una

anteror generación de músicos que también fueron sus alumnos.

Se siente enriquecido por la experiencia: él brinda la suya pero se nutre de

la de los demás y recuerda a aquel que, nervioso ante la primera conferencia

sobre la fenomenología musical que debía pronunciar hace 34 anos se aventuró al

desafío.

No le he confesado que en el último comentario que hice sobre nuestra

sinfónica le robé una frase: “si no nos lanzamos a hacer aquello que parece

imposible nunca sabremos que somos capaces”. La charla es tan intensa que lo

que tengo para decirle no es importante y sí lo es todo lo que tengo por escuchar.

El músico experimentado se nutre de los alumnos: ellos traen su talento, su

amor a la música, el hambre de aprender y eso nutre a alguien que aunque haya

hecho mucho siempre sentirá que tine mucho más por hacer.


Todo menos lo esencial

Hay al menos tres momentos del campus: el trabajo sobre las obras que

traen los alumnos; las conferencias diarias y el concierto final donde todo ese

proceso luce y se ven los frutos. La sensación que sobreviene cuando termina es

única y lo sintetiza todo.

En esos días, confluyen tanto alumnos avanzados como profesionales muy

formados en la música, que integran distintos organismos. Es soprendente, dice,

el giro que pueden hacer luego de solo unos días de trabajo.

La música hace que un momento sea único, que la obra vaya revelando

todo aquello que contiene y nosotros podamos descubrirlo. Así, partitura en mano,

el maestro sigue la interpretación de los participantes y hace notar aquellos

aspectos referentes a lo musical: la función de cada elemento, que conduce a un

clímax o a otro elemento y la importancia de conocer formalmente la obra para

luego aportarle esa luz que es la del propio intérprete. Descubrimos las

particularidades de cada lenguaje, sus exigencias y al mismo tiempo que todos

tienen la misma esencia. La música es como el habla oral: tiene su sentido e

inflexiones, sus frases y cadencias y también contiene un mensaje.

Es recurrente la famosa frase de Gustav Mahler: “En la partitura está todo

menos lo esencial”: el respeto a la intención del compositor es acaso lo más

importante, pero se revela a partir de aquello que quien lo interpeta es capaz de

descifrar y sentír.

Cuenta algunas de sus experiencias en El Sistema venezolano, cuando el

maestro Abreu, que lo fundó, encomendaba tareas que parecían imposibles pero

que él sabía que no lo eran. De pronto, recuerda, faltaba un director y Abreu le dijo

a Dudamel, ubicado en el cuarto atril de los primeros violines que dirigiera. El

famoso director tenía entonces 14 años. Cuenta que en 1992 fue invitado a dirigir

allí y que había preparado prolijamente la Cuarta Sinfonía de Brahms pero que al

llegar la orquesta le dijo que debía hacer una gira próximamente y que las obras

que les deba para elegir eran: La quinta sinfonía de Tchaicovsky; la quinta de

Shostacovich o la Consagación de la Pirmavera, ninguna de las cuales había

dirigido previamente. Luego de la primra gran impresión, eligio la quinta de

Thaicovsky, que le pareció la más afín a lo que venía haciendo. La orquesta

accedió pero le dijeron que los músicos querían conocerlo y que ensayara un

movimiento de la 5ta. de Shostacovich. “Tengo que ir al baño”, dijo él para ganar

tiempo y poder leer allí al menos los primeros 30 compases del tercer movimiento.

La orquesta quedó encantada: literalmente según el método Abreu, lo habían


arrojado a la pileta y el había podido nadar por la parte más profunda hasta llegar

al otro lado y descubrir su propia habilidad para encarar una obra tan compleja

como esa.

Las anécdotas son muchas y alternan con las frases que cita de Sergiu

Celibidache, su maestro.

Al principio uno se siente intimidado ante su experiencia, su dominio

absoluto de las partituras y su formación filosófica, solo para descubrir, al cabo del

tiempo a alguien tan ocurrente como amable, capaz de matizar sus exposiciones

con salidas inesperadas y abrirse a la experiencia de lo que pueden aportarle los

demás.


Instantes únicos

Todo confluye: los alumnos cada uno con su obra; el lugar; la escucha; el

descubrimiento. La música no es un proceso en el cual dada la acción a sucede el

efecto b, sino una experiencia indefinible y siempre renovada.

Alguna vez conversamos con el maestro Lanci acerca de la idea de

Stravinsky de que la música es incapaz, por sí misma, de representar nada. La

música no es un arte de representación sino una finalidad en sí misma, parece tan

innegable como el hecho de que produce en nosotros sensaciones y si no vienen

de la música ¿entonces de donde vienen? Parece un enigma tan imposible de

resolver sobre aquel otro que plantea el maestro Mora: hay una esencia en las

cosas que permanece invariable: la forma músical se reduce a un proceso de

presentar elementos que cambian, que son expresados en momentos de tensión y

distensión, de clímax y de calma y esto es presentado de distintas maneras por

todos los lenguajes, pero al mismo tiempo, todo cambia, como en la metáfora de

Heráclito: "ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el

hombre ni el agua serán los mismos";. No parece haber una respuesta definitiva

En una sala de conciertos, en la casa grande de La Armonía luego de cada

clase o de cada concierto es posible sentir que la música es algo profundo,

indefinible, que nos produce sensaciones sin las cuales la vida no sería la misma y

que eso sucede en un instante donde algo brilla, tanto en ese momento como en

el recuerdo de ese momento.


Una puerta de acceso


Las musas, hijas de Zeus, nos dice Susana María García en su libro Qué

hay en el lenguaje, son de naturaleza divina y poseían el don de la profecía, la

inspiración y la omnisciencia. De allí derivan museo y música. La imagen que nos

da el mito, dice García, no es la imagen de la cosa sino la cosa misma. El mensaje

de la música, entonces, es la misma música: ese orden mágico al cual podemos

acceder, siempre parcialmente porque es inagotable.

De este modo, la música es relativa al don de la omnisciencia y de la

imspiración, por eso es capaz de ir a través del dolor y producir felicidad o

atravesar la oscuridad y producir luz.

Cada año tenemos eso en la mágica confluencia en que las cosas se

organizan y dan por resultado una experiencia tan llena de felicidad como de

inetrrogantes, porque la música es un proceso inacabable y eso es lo que

decubrimos al asomarnos, por vía de alguien que la conoce profundamente.


Eduardo Balestena

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