Extraordinario concierto de la Filarmónica de
Luxemburgo en el Colón
ROMÁNTICOS POR
ANTONOMASIA Y DE GRAN TRADICIÓN
Martha CORA ELISEHT
Cuando una estudiaba geografía
europea en el colegio –tanto primario como secundario-, poco se sabía acerca
del Gran Ducado de Luxemburgo: un remoto país montañoso, que limita al este con
Alemania, al norte y oeste con Bélgica y al sur con Francia, y que
conjuntamente con Bélgica y los Países Bajos formaba parte de una liga
comercial y aduanera conocida como BENELUX. Nadie sospechaba que también poseía
una orquesta de larga tradición sinfónica, fundada en 1933 como Orquesta de la
Radiodifusión de Luxemburgo y que fuera dirigida por conductores de la talla de
Louis de Froment, Carl Melles y Leopold Hager, entre otros. Y dio consabida
prueba de ello dentro del Ciclo del Mozarteum Argentino el pasado lunes 30 de
Septiembre en el Teatro Colón, en un concierto integrado por obras de
compositores netamente románticos: Franz Schubert (1797-1828), Félix
Mendelssohn- Bartholdy (1809-1847) y Johannes Brahms (1833-1897).
El programa comprendió las
siguientes obras: la Obertura de Die
Zauberharfe (“El Arpa Mágica”), D.644 de Schubert, el Concierto para violín y orquesta en Mi menor, Op.64 de Mendelssohn
y la Sinfonía n° 1 en Do menor, Op. 68 de
Brahms. El español Gustavo Gimeno asumió la dirección orquestal, mientras que
el prestigioso violinista lituano Julian Rachlin se desempeñó como solista en
reemplazo de Janine Jansen, quien debió cancelar su actuación a último momento
por razones de salud.
Previamente al inicio del concierto,
la orquesta sonó compacta, muy bien afinada y afiatada. Dichas cualidades se
mantuvieron a lo largo de todo el concierto, que sobresalió por la magistral
dirección de Gustavo Gimeno, logrando un sonido prístino, diáfano y equilibrado
–tanto en las obras para orquesta como en el mencionado Concierto para violín-. La musicalidad brindada fue de tal
magnitud, que el director hizo “cantar” a
la orquesta en el buen sentido de la palabra. Eso demuestra el excelente
trabajo de preparación y ensayo previo por parte del director y los músicos
desde los primeros compases de la mencionada Obertura de Schubert –conocida vulgarmente como Rosamünde-. Fue compuesta originalmente como obertura de ópera en 1820
por encargo del Theater an der Wien para
el drama Die Zauberharfe (“El Arpa
Mágica”). Debido a que su estreno fue un fracaso rotundo, la obra
desapareció para siempre de los escenarios. No obstante, Schubert la rescató
posteriormente y la incluyó dentro del ballet “Rosamünde, Princesa de Chipre”. A partir de allí, la obra adquiere
su denominación popular y forma parte del repertorio habitual y tradicional de
conciertos. Comienza con un Andante al
unísono, introducida por el timbal y los bronces para luego desembocar en un Allegro vivace, compuesto por dos temas
que contrastan entre sí en un diálogo fluido, para desembocar posteriormente en
un Scherzo giocoso hacia el final de
la obra –que será retomado por Paul Dukas como fuente de inspiración para El Aprendiz de Brujo-. Gustavo Gimeno
brindó una excelente marcación de los tempi
y de las entradas de los diferentes instrumentos, logrando una versión
exquisita, representativa de la quintaesencia vienesa. Y el público respondió
con un cálido y prolongado aplauso.
Seguidamente, Julian Rachlin brindó
una monumental ejecución del celebérrimo Concierto
en Mi menor de Mendelssohn, donde demostró ser un auténtico virtuoso del
violín. No sólo tocó de memoria, sino que logró un sonido purísimo desde el
inicio de la obra (Allegro molto
appassionato) Posee una técnica y un fraseo perfectos, logrando un
equilibrio sonoro en los tutti,
pianissimi, cantabile y en las notas más agudas, al igual que las cadencias
en cascada. Unido esto al temperamento y la garra de Gimeno en el podio, el
resultado fue una versión de antología. En lo personal, una no recordaba haber
escuchado una versión tan perfecta desde aquella que supieron interpretar Boris
Belkin y Yuri Simonov con la Filarmónica de Buenos Aires en 1980. Volviendo a
la presente, fue ejecutada de manera solemne, pero sin perder su tinte y
espíritu románticos. La originalidad de Gimeno fue hacerlo en forma attaca (sin interrupción) y cambió el concertino, logrando un diálogo perfecto
entre orquesta y solista. Los solos de oboe del 2° movimiento (Andante) sonaron muy redondos y
precisos. Y en el 3° movimiento (Allegreto
non tropo/ Allegro molto vivace), la apoteosis del romanticismo fue total.
Al final de la obra, el público estalló en aplausos y quería un bis. Para ello, Rachlin contó con la
complicidad del concertino Haoxing
Liang, quienes comenzaron –en forma alternada- a tocar los primeros acordes de La Cucaracha, lo cual despertó risas por
parte del público. Fue una soberbia transcripción para dos violines de la
tradicional canción mexicana, además de una brillante humorada sinfónica –al
estilo de Gaucho con botas nuevas, de
Gilardo Gilardi-, donde ambos demostraron sus habilidades como excelentes
violinistas que son. Y se retiraron
ovacionados.
Para la segunda parte del concierto,
la orquesta ofreció una versión magistral de la archiconocida Sinfonía n° 1 en Do menor de Brahms, que
sobresalió por su musicalidad y su profundidad sonora. Gustavo Gimeno logró una
interpretación brillante en todos los sentidos, exaltando las características
de la música de Brahms: solemne,
romántico y marcial a la vez. Si bien todos los músicos se destacaron, el
mencionado concertino Haoxing Liang
brindó un solo de violín de antología, al igual que el oboísta Fabrice
Melinon. Naturalmente, el público
aplaudió de pie a la agrupación y al director.
Tras una ovación prolongada, llegaron los bises: una exquisita versión de la Danza Húngara n° 1 de Brahms y una vibrante interpretación de Libertango, de Astor Piazzolla. Para
esta versión, la percusionista a cargo del redoblante –Beatrice Daudin- marcó
el ritmo con escobillas de metal, seguida por el resto de la orquesta. La
ovación fue total y todos se retiraron sumamente agradecidos.
El ciclo del Mozarteum Argentino
siempre se destacó por la calidad de los intérpretes y de las agrupaciones
sinfónicas, y la Filarmónica de Luxemburgo no fue la excepción. Demostró que no
sólo está a la altura de las mejores del mundo, sino que también cuenta con un
director de la talla de Gustavo Gimeno. Si se le suma un virtuoso como Julian Rachlin, el resultado está a la vista:
una combinación perfecta de estilo, tradición musical y excelencia
interpretativa en una auténtica noche de Colón, que quedará registrada como uno
de los principales eventos del año.
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