Muy buena transmisión por streaming de “SALOMÉ”
desde el Metropolitan de New York
CAPRICHOSA Y CONSENTIDA
HASTA EL PAROXISMO
Martha CORA ELISEHT
Las transmisiones por streaming siguen haciendo furor entre
los melómanos en este tiempo de pandemia y aislamiento social obligatorio. Y
dentro del programa que ofrece el Metropolitan Opera House de New York, Junio
ha comenzado muy bien: el 1° del mes tuvo lugar la reposición de “SALOMÉ” de Richard Strauss (1864-1949)
representada en 2008 con dirección general de Jürgen Flimm, escenografía y
vestuario de Santo Loquasto, iluminación de James Ingalls y coreografía de Doug
Valone. La dirección orquestal estuvo a cargo de Patrick Summers, con el
siguiente reparto: Karita Mattila (Salomé),
Juha Uusitalo (Jokanaan), Kim
Belley (Rey Herodes), Ildikó Komlósi (Herodías), Joseph Kaiser (Narraboth), Lucy Scaufer (Paje), Keith Miller (1° soldado), Richard Bernstein (2° soldado), David Won (hombre de Capadoccia), Rebeka Mavrovtis
(Esclava), Allan Glassman (1° Judío), Mark Schonwalter (2° Judío), Adam Klein (3° Judío), John Easterlin (4° Judío), James Courtney (5° Judío), Morris Robinson (1° Nazareno), Donovan Singletary (2° Nazareno) y Reginald Braitwaite (Verdugo).
Richard Strauss compuso la música y
el libreto sobre la obra homónima de Oscar Wilde, basándose en la traducción
alemana realizada por Hedwig Lachmann. Se estrenó en 1905 en Dresde y no sólo
fue un escándalo por el tema –la satisfacción por parte del Rey Herodes del deseo de su hija adoptiva,
una adolescente de 16 años que lo vuelve loco y a la que profundamente desea- ,
sino también por el tremendo acorde disonante del aria final de Salomé al besar la cabeza ensangrentada
del profeta Jokanaan. “El acorde más
repugnante de toda la historia de la música y la quintaesencia de la
decadencia, donde Struass lleva a Salomé a lo más profundo de la degradación”. Sin
embargo, es perfecto para representar el marco en el que ha sido criada la protagonista:
princesa de Judea e hija de la Reina Herodías,
ha sido concebida mediante una unión pecaminosa. A su vez, es objeto del
deseo –no consumado- por parte de su
padrastro y al mismo tiempo, desobedece la orden estricta de Herodes de no hablar con Jokanaan,
al que mantiene prisionero por tratarse de un hombre sagrado. Para ello, se
aprovecha de la debilidad que siente por ella el Jefe de la Guardia y principal
oficial Narraboth mediante un juego
de inmensa y poderosa seducción. Sin embargo, no puede obtener lo que ella más
desea: el amor de Jokanaan, quien la
maldice por considerarla “hija del pecado”. Una adolescente caprichosa y
consentida dispuesta a hacer su voluntad a cualquier precio –a tal punto de
desnudarse frente a su padrastro en la celebérrima Danza de los siete velos- con tal de ejercer su voluntad.
Desgraciadamente y pese a contar con el beneplácito de su madre para sacrificar
al profeta, se da cuenta que pese a poder besar su cabeza, no puede consumar su
deseo y lo pagará con su propia vida. Por lo tanto, el mencionado acorde en La
bajo con séptima dominante, fundido con un acorde en Fa sostenido que se
resuelve mediante una cadencia en Do sostenido mayor representa todos los
estados emocionales de esta ópera: el deseo, la lujuria, la repulsión, el
horror, la ira, la fatalidad y la muerte. Todo esto se desarrolla en un solo
acto con dos escenas, con una rica orquestación y uso de numerosos .leitmotives que representan los
elementos mencionados anteriormente y los personajes. Y con una particularidad:
estructurados en 3 partes. Son tres los intentos de Salomé de seducir a Narraboth
hasta que cumple su cometido; son tres las profecías que le lanza Jokanaan, al igual que Salomé profesa tres veces su amor por el
profeta (su cabello oscuro, su blanca piel y sus labios rojos), antes de que
éste la maldiga y le recomiende buscar al Hijo
del Hombre para salvarla de sus pecados. En la segunda escena, también Salomé se niega tres veces a comer,
beber y sentarse junto a Herodes. A
su vez, éste le pide tres veces que baile para él, hasta que ella accede en la
tercera. Y rechaza sistemáticamente los tres regalos que Herodes le ofrece, ya que se niega a matar a Jokanaan. Finalmente, ella se da cuenta que su amado no puede
verla, tocarla ni poseerla. Por lo tanto, también su deseo no consumado se
multiplica por tres.
Para poder dar un marco a los
aspectos psicológicos analizados previamente, se usó una escenografía moderna,
donde predominan tres colores: rojo, dorado y plateado. Una tarima de acrílico transparente
permite que se desarrolle toda la obra y reflejar los efectos de iluminación.
En el centro de la misma, una escalera permite que entren y salgan los
diferentes personajes. A su vez, el fondo es un valle –que representa el
desierto de Israel y el palacio de Herodes-
, mientras que hay una grieta en el piso que comunica con la mazmorra donde
Jokanaan se encuentra prisionero. En
vez de utilizar un vestuario de época, Santo Loquato empleó uno moderno:
uniformes para los soldados, trajes negros con kafkán y kipá al tono
para los Judíos, trajes blancos para
los Nazarenos y color crema con
chaleco dorado para Herodes, mientras
que Herodías usa un vestido verde
botella con estampado y ribetes negros, al igual que la bata que usará Salomé luego de bailar la Danza de los siete velos. No es casual
la elección del color, ya que ella y su madre poseen sangre real –cosa que no
tiene Herodes- . Jokanaan viste pantalón y chaqueta grises y se presenta con los
ojos vendados y encadenado. En la primera escena, Salomé resalta su belleza con un vestido largo plateado, mientras
que usa un frac de color gris con velo fucsia para la Danza de los siete velos. A medida que va quitando sus ropas
–magistral la coreografía de Doug Valone al mejor estilo strip dance-, la protagonista queda con un body negro de encaje que le sienta espectacular y usa medias negras
con ligas. Finalmente, queda con su torso desnudo y es cubierta con una bata
negra n i bien termina la música.
La dirección orquestal de Patrick
Summers fue estupenda, remarcando los ribetes característicos del compositor y
haciendo hincapié en los mencionados leitmotives
y en las escenas de mayor intensidad dramática. Respetó perfectamente los tempi y logró la polifonía y ciertos
atisbos de atonalidad en el aria final de la protagonista. Si bien no lleva
coro, la gran cantidad de personajes secundarios permiten dar el marco perfecto
para establecer los diálogos. Todos los cantantes que interpretaron estos roles
tuvieron una destacada actuación y les dio oportunidad de lucirse
adecuadamente.
En cuanto a los personajes
principales, Karita Mattila es una de las mejores sopranos dramáticas del
momento y una estupenda actriz. Supo desempeñar perfectamente la exigencia
vocal que tiene este rol tan complejo y difícil de interpretar –una adolescente
de 16 años con la voz necesaria para cantar Isolda
o Brünhilde- y bailar con suma
gracia y erotismo la Danza de los siete
velos. Y también, seducir magníficamente a Narraboth y a su padrastro Herodes.
Si bien dista mucho de ser una Birgit Nilsson o una Astrid Varnay –quienes
fueron las más grandes intérpretes de este rol- , los matices y el volumen de
su voz fueron perfectos tanto en los agudos como en los graves; sobre todo, si
se tiene en cuenta que se debe pasar del agudo al grave en muy poco tiempo. Su
compatriota –el barítono finés Juha Uusitalo- interpretó un magnífico Jokanaan, merced al gran volumen de su
voz y a sus hermosos matices tonales para dar vida al profeta. Por su parte, la
mezzosoprano húngara Ildikó Komlósi interpretó una muy buena Herodías, sonando muy compacta y
equilibrada, al igual que el tenor Kim Begley como Herodes. Y Joseph Kaiser brindó un excelente Narraboth, tanto desde el punto de vista vocal como histriónico,
enamorado hasta tal punto de Salomé que
es capaz de desobedecer una orden. Y que pagará el error cometido con su vida.
Esta versión ha sido llevada al
disco –editado por Sony Music en 2011- , de modo que aquellos que no hayan
podido disfrutarla por streaming la
puedan escuchar. Sobre todo, si se tiene en cuenta que hace ya mucho tiempo que
está ausente de los escenarios porteños –la última vez que se representó en el
Colón fue en 1983, con Olivia Stapp como protagonista- y que es una de las
mejores creaciones de este gran compositor alemán, donde la música es la
protagonista absoluta.
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