Muy buen concierto de la
Filarmónica a cargo de Alejo Pérez en el Colón
LA
CALIDAD BIEN ENTENDIDA EMPIEZA POR CASA
Martha
CORA ELISEHT
Entre
otras cosas, el retorno de la presencialidad permite que directores argentinos
radicados en el exterior puedan dirigir a los principales organismos sinfónicos
del país. Tal fue el caso del 5° concierto del ciclo de Abono de la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), que tuvo lugar el pasado viernes 13 del
corriente en el Teatro Colón bajo la dirección de Alejo Pérez, con la
participación de Néstor Garrote como solista en un programa comprendido por las
siguientes obras:
-
“Die Toteninsel” (La
isla de los muertos) Op.29- Sergei RACHMANINOV
(1873-1943)
-
Concierto para oboe y
orquesta en Re mayor, Op.144- Richard STRAUSS (1864-1949)
-
“Die Seejungfrau” (La
Sirena)- Alexander VON ZEMLINSKY (1872-1942)
Una
de las características del programa fue que dos de las obras comprendidas en el
mismo fueron compuestas prácticamente dentro de la misma década (entre 1902 y
1908), mientras que el mencionado concierto de Richard Strauss data de 1945.
Sea como fuere, los compositores vivieron más o menos dentro del mismo período
de tiempo y fueron contemporáneos. Por tratarse de poemas sinfónicos, las dos
primeras llevan una gran orquestación, mientras que la de Strauss requiere de
una formación de cámara para permitir que se luzca el instrumento solista.
La
isla de los muertos Op.29 fue compuesta en 1908 y
está basada en la pintura homónima del artista plástico alemán Arnold Bröcklin
(1827-1901). Comienza suavemente, con un movimiento de vaivén en compás de 5/8
que remeda el agua del río Estigia -río de los muertos en la mitología
grecorromana- por donde navega la barca del dios Caronte, a quien la
parca debía pagarle una moneda. El tema principal se repite a lo largo de la
obra en un crescendo en la sección central para desembocar en un breve
silencio. Luego del mismo, Rachmaninov recurre al tema del Dies irae como
referencia a la muerte mediante una orquestación rica en matices sobre
variaciones de un mismo tema. El final vuelve a ser calmo y se vuelve al motivo
inicial del vaivén del agua hasta llegar al reino de los muertos. La versión
ofrecida por la Filarmónica fue muy buena, donde se conjugaron el temple y la
profesionalidad del director y de los músicos, con un perfecto ensamble de los
principales grupos de instrumentos. El sonido fue muy compacto, bien afinado y
por sobre todas las cosas, muy equilibrado; sobre todo, si se tiene en cuenta
los tutti y el crescendo en el Dies irae.
El
Concierto para oboe y orquesta en Re mayor Op.144 fue una de las últimas
obras de Richard Strauss y fue compuesto por sugerencia del estadounidense John
De Lancle -un oboísta de la Orquesta Sinfónica de Pittsburg que combatió durante
la Segunda Guerra Mundial-, que se reunió con Strauss cuando estuvo destinado
en Alemania y que posteriormente fue primer oboe de la prestigiosa Orquesta de Filadelfia
por casi tres décadas. Al principio
Strauss se opuso, pero luego aceptó la propuesta y lo compuso en estilo
neoclásico con orquesta reducida (2 cornos en Fa, 2 flautas, 1 oboe, 1 corno
inglés, 2 clarinetes en Si bemol, 2 fagot y cuerdas) en tres movimientos: Allegro
moderato/ andante/vivace- Allegro. Fue estrenado en 1946 por la Orquesta
Tonhalle de Zurich dirigida por Volkmark Andreae y Marcel Sallet como solista. El movimiento inicial es un auténtico tour
de force para el solista, porque debe afrontar un fraseo ininterrumpido de
prácticamente 56 compases. Pero un virtuoso del instrumento como Néstor Garrote
supo llevarlo sin dificultades, con un perfecto acompañamiento por parte de la
orquesta. Lo mismo sucedió en el movimiento central (Andante) de
carácter lento y melancólico para desembocar en un brillante Vivace- Allegro
que permite el lucimiento del solista. La coda que posee este último
movimiento también representa un desafió, ya que posee un compás y un tempo diferentes
del resto del movimiento. La labor desempeñada por Néstor Garrote fue
espléndida, al igual que el contrapunto con el corno inglés -notable actuación
de Michelle Wong- y los cornos. Por su parte, Alejo Pérez dirigió al ensamble
con fuste y energía, dando una vez más muestra de su profesionalismo.
La
obra de fondo elegida para esta ocasión fue otro poema sinfónico: La Sirena de
Alexander Von Zemlinsky, basada en el cuento original de Hans Christian
Andersen. Fue compuesto entre 1901 y 1902 y su estreno se produjo en 1905. Al
igual que la mayoría de las obras del catálogo de este gran compositor alemán
-poco escuchado en estas latitudes- no lleva número de Opus y consta de 3
movimientos: Sehr mäβig bewegt (Movido muy moderadamente)/ Sehr bewegt,
rauschend (Muy movido, apresurado) y Sehr gedehnt, mit schmerzvollem
Ausdruch (Muy estirado, con expresión dolorosa), que representan los
estados de ánimo de la protagonista hasta que al final, la sirena no muere,
sino que se transforma en “hija del aire” (a diferencia del cuento original de
Andersen, donde se desintegra en espuma de mar). Posee una profusa
orquestación, donde la protagonista está representada por el violín -estupenda
labor de Xavier Inchausti, donde apenas se lo escuchaba en el momento donde la
sirena perdía su voz para transformarse en un ser humano- y el mar, mediante
una figura ascendente. El tema de la tormenta donde la sirena rescata al
príncipe y lo salva de morir ahogado está muy bien representado por los
trombones, la tuba y las cuerdas en grave en contrapunto con la percusión, al
igual que el poderoso tutti orquestal inicial del 2° movimiento que
narra la fiesta en el palacio del rey del mar. Esto brindó una perfecta
oportunidad para que la orquesta se luciera en toda su plenitud, logrando una
perfecta armonía entre los diferentes grupos de instrumentos merced a la
soberbia marcación y enjundia del director. En el movimiento final, la
intensidad de la orquesta va en aumento al juntarse los leitmotives de
los temas anteriores para desembocar en un tinte dramático cuando la sirena se
siente traicionada, hasta que finalmente se vuelve a la calma del tema inicial
para ilustrar la transformación de la protagonista en “hija del aire”. El clima y la interpretación logrados por la
Filarmónica fueron perfectos y el público respondió con numerosos aplausos y
vítores al final.
A
pesar de haber sido un concierto magnífico y con interpretaciones de gran
calidad, una tuvo la impresión de haber escuchado un repertorio un tanto
iterativo. No es usual -ni casual- que se hayan incluido dos poemas sinfónicos
dentro de un mismo programa. Esto hace que el público que no es habitué de una
sala de conciertos se aburra y no quiera asistir nunca más, lo cual va en
desmedro de su renovación. Si se quiere atraer a un nuevo público, no sólo hay
que renovar el repertorio -cosa que sí sucedió en esta ocasión-, sino también
hacerlo con una obra más amena al principio o con una obra autóctona de sonido
agradable y que sea atractiva -dicho sea de paso, también suelen escasear en
los programas de conciertos del Colón, pese a que abundan-. Ojalá que las ideas
de esta cronista no caigan en saco roto y sean escuchadas para que no tener que
oír un poco más de lo mismo.
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