lunes, 13 de mayo de 2024

 

Buena representación de “SUOR ANGELICA” a cargo de CELEBRARTE

 

ALGO NO SUENA BIEN EN EL CONVENTO

Martha CORA ELISEHT

 

            Con motivo del centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini (1858-1924), tanto los teatros líricos oficiales como las compañías de ópera independiente han decidido rendir homenaje al genio de Lucca. En el caso de CELEBRARTE, la compañía dirigida por Paula Alba y Leandro Sosa decidieron reponer una joya del repertorio pucciniano: SUOR ANGELICA, cuyas representaciones se llevaron a cabo los días 10 y 11 del corriente en dos escenarios diferentes y con dos elencos distintos bajo la dirección musical y acompañamiento al piano de María Inés Natalucci; dirección escénica, vestuario, iluminación y escenografía a cargo de Marlon Zé y asistencia de dirección técnica a cargo de Neil Cagliari.

            Quien escribe asistió a la representación ofrecida en el Teatro Taller del Ángel el pasado sábado 11 del corriente, con el siguiente reparto: Eliana Kestler (Suor Angélica), Carolina Paredes (La Zía Principessa), Ericka Alcon (Abadesa), Claudia Dreschler (Hermana Celadora), Melina Álvarez (Maestra de las novicias), Martina Gioiosa (Suor Genoveva), Lucía Cloppet (Suor Dolcina), Jorgelina Manauta (Suor Osmina), Monique Nogales (Hermana enfermera), Camila Piccolo, Sol Risé (Hermanas limosneras), Sol Sánchez (una novicia), Victoria Sambuelli y Catalina Palacios (Hermanas legas).

            Junto con IL TABARRO y GIANNI SCHICCHI, SUOR ANGELICA forma parte del célebre tríptico. Tras el estreno de IL TABARRO en 1917, el libretista Giovacchino Forzano se acercó a Puccini para proponerle ideas para sus próximas óperas: entre ellas, el libreto de SUOR ANGÉLICA. Si se considera al Tríptico como La Divina Comedia, SUOR ANGÉLICA representa el Purgatorio. No es casual que, en plena etapa del verismo, Puccini haya elegido como tema principal la reclusión de una joven aristocrática en un convento por haber cometido dos osadías imperdonables en aquella época: la sabiduría y los conocimientos de botánica de la protagonista -reservados exclusivamente para los hombres- y el haber provocado la deshonra de la familia por concebir un hijo fuera del matrimonio. Es raro que se represente en forma aislada, pero cuando se logra, permite apreciar aún más un verdadero drama de la vida real y explorar su belleza en toda su magnitud. Sin embargo, su estreno en el Metropolitan Opera House de New York en 1918 no fue muy feliz: los críticos la encontraron floja en comparación con IL TABARRO y GIANNI SCHICCHI y no le dedicaron más de un párrafo. Afortunadamente, las versiones discográficas le hicieron justicia, al igual que las producciones de ópera independiente en Buenos Aires (la última, realizada por LÍRICA LADO B en 2018, en la Iglesia de Santa Felicitas). En esta ocasión, un escenario pequeño, oscuro y solamente iluminado por luces adosadas a diferentes tipos de sillas -cada una de las cuales hacía alusión al oficio que tenían las monjas y novicias antes de entrar al convento- formó el marco donde se realizó la presente representación. Las diferentes etapas del drama se lograron mediante recursos y efectos de iluminación para las escenas principales, mientras el acompañamiento con el teclado se colocó al costado de la entrada al escenario por donde se desplazaban las integrantes del elenco. No hubo coro ni coro de niños, pero el elenco de voces elegidas para esta ocasión supo suplantarlo muy bien, ya que estaban muy bien preparadas; sobre todo, en el bellísimo Ave María a su cargo. Se destacaron Sol Risé, Claudia Dreschler como la hermana celadora, Ericka Alcon como la abadesa y, sobre todo, Martina Gioiosa como Suor Genoveva. Es una de las mejores voces de la actualidad y demostró su frescura e inocencia al encarnar a la joven novicia.

            El acompañamiento musical de María Inés Natalucci al teclado ha sido muy bueno, poniendo énfasis en las escenas de mayor carga dramática y en las de mayor espiritualidad, como el Ave María y las tan ansiadas redención y bendición de la protagonista por parte de la Virgen María cercanas a su deceso.

            Eliana Kestler tuvo la difícil misión de encarnar a la protagonista. Posee una voz muy caudalosa, que corre ampliamente, pero muy áspera y tosca para un rol tan complejo y emotivo como el de Angélica. Sus dos principales arias (“Senza mamma” y “Amici Fiore”) deben sonar absolutamente conmovedoras y llenas de sutilezas, lo que no se apreció en la presente función. Si bien posee muy buenas dotes histriónicas, lució sumamente sobreactuada desde el momento en que recibe la noticia de la muerte de su hijo y en la escena final (“Ah! Son dannata!”). En cambio, la mezzosoprano chilena Carolina Paredes se lució como la Zía Principessa desde el inicio del duetto entre tía y sobrina (“Il príncipe Gualtiero, vostro padre… Nel silenzio di quel racoglimenti”), verdadero núcleo del melodrama pucciniano, donde se contraponen la ansiedad de Suor Angélica por tener noticias sobre su hijo y la frialdad de su tía, a quien sólo le importa que ella firme un documento otorgando la mitad de su herencia a su hermana -quien está próxima a contraer matrimonio- y que tampoco se inmuta al anunciarle la muerte de su hijo, acontecida hace dos años. Una voz profunda, con buen esmalte y dominio de los graves en los momentos de mayor intensidad dramática bastaron para encarar debidamente a su personaje.

            En estos tiempos tan difíciles, el hecho de montar y producir una ópera de manera independiente es un esfuerzo titánico y una gran labor, al igual que reunir el elenco y adaptar los recursos acorde al escenario con el que se cuenta. A veces, es preferible realizar dos o tres funciones con un mismo elenco, donde las voces estén perfectamente ensambladas y se destaque el rol protagónico. En este caso, no se logró y es una pena que tanto esfuerzo de organización y producción se arruine por algo que no funcionó debidamente en el convento de las Jerónimas.   

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