Buena representación de “SUOR
ANGELICA” a cargo de CELEBRARTE
ALGO NO SUENA BIEN EN EL CONVENTO
Martha
CORA ELISEHT
Con
motivo del centenario del fallecimiento de Giacomo Puccini (1858-1924), tanto
los teatros líricos oficiales como las compañías de ópera independiente han
decidido rendir homenaje al genio de Lucca. En el caso de CELEBRARTE, la
compañía dirigida por Paula Alba y Leandro Sosa decidieron reponer una joya del
repertorio pucciniano: SUOR ANGELICA, cuyas representaciones se llevaron
a cabo los días 10 y 11 del corriente en dos escenarios diferentes y con dos
elencos distintos bajo la dirección musical y acompañamiento al piano de María
Inés Natalucci; dirección escénica, vestuario, iluminación y escenografía a cargo
de Marlon Zé y asistencia de dirección técnica a cargo de Neil Cagliari.
Quien
escribe asistió a la representación ofrecida en el Teatro Taller del Ángel el
pasado sábado 11 del corriente, con el siguiente reparto: Eliana Kestler (Suor
Angélica), Carolina Paredes (La Zía Principessa), Ericka Alcon (Abadesa),
Claudia Dreschler (Hermana Celadora), Melina Álvarez (Maestra de
las novicias), Martina Gioiosa (Suor Genoveva), Lucía Cloppet (Suor
Dolcina), Jorgelina Manauta (Suor Osmina), Monique Nogales (Hermana
enfermera), Camila Piccolo, Sol Risé (Hermanas limosneras), Sol
Sánchez (una novicia), Victoria Sambuelli y Catalina Palacios (Hermanas
legas).
Junto
con IL TABARRO y GIANNI SCHICCHI, SUOR ANGELICA forma parte del
célebre tríptico. Tras el estreno de IL TABARRO en 1917, el libretista
Giovacchino Forzano se acercó a Puccini para proponerle ideas para sus próximas
óperas: entre ellas, el libreto de SUOR ANGÉLICA. Si se considera al Tríptico
como La Divina Comedia, SUOR ANGÉLICA representa el Purgatorio. No
es casual que, en plena etapa del verismo, Puccini haya elegido como tema
principal la reclusión de una joven aristocrática en un convento por haber
cometido dos osadías imperdonables en aquella época: la sabiduría y los
conocimientos de botánica de la protagonista -reservados exclusivamente para
los hombres- y el haber provocado la deshonra de la familia por concebir un
hijo fuera del matrimonio. Es raro que se represente en forma aislada, pero cuando
se logra, permite apreciar aún más un verdadero drama de la vida real y
explorar su belleza en toda su magnitud. Sin embargo, su estreno en el
Metropolitan Opera House de New York en 1918 no fue muy feliz: los críticos la
encontraron floja en comparación con IL TABARRO y GIANNI SCHICCHI y
no le dedicaron más de un párrafo. Afortunadamente, las versiones discográficas
le hicieron justicia, al igual que las producciones de ópera independiente en
Buenos Aires (la última, realizada por LÍRICA LADO B en 2018, en la
Iglesia de Santa Felicitas). En esta ocasión, un escenario pequeño, oscuro y
solamente iluminado por luces adosadas a diferentes tipos de sillas -cada una
de las cuales hacía alusión al oficio que tenían las monjas y novicias antes de
entrar al convento- formó el marco donde se realizó la presente representación.
Las diferentes etapas del drama se lograron mediante recursos y efectos de
iluminación para las escenas principales, mientras el acompañamiento con el
teclado se colocó al costado de la entrada al escenario por donde se
desplazaban las integrantes del elenco. No hubo coro ni coro de niños, pero el
elenco de voces elegidas para esta ocasión supo suplantarlo muy bien, ya que
estaban muy bien preparadas; sobre todo, en el bellísimo Ave María a su
cargo. Se destacaron Sol Risé, Claudia Dreschler como la hermana
celadora, Ericka Alcon como la abadesa y, sobre todo, Martina
Gioiosa como Suor Genoveva. Es una de las mejores voces de la actualidad
y demostró su frescura e inocencia al encarnar a la joven novicia.
El
acompañamiento musical de María Inés Natalucci al teclado ha sido muy bueno,
poniendo énfasis en las escenas de mayor carga dramática y en las de mayor
espiritualidad, como el Ave María y las tan ansiadas redención y
bendición de la protagonista por parte de la Virgen María cercanas a su deceso.
Eliana
Kestler tuvo la difícil misión de encarnar a la protagonista. Posee una voz muy
caudalosa, que corre ampliamente, pero muy áspera y tosca para un rol tan
complejo y emotivo como el de Angélica. Sus dos principales arias (“Senza
mamma” y “Amici Fiore”) deben sonar absolutamente conmovedoras y
llenas de sutilezas, lo que no se apreció en la presente función. Si bien posee
muy buenas dotes histriónicas, lució sumamente sobreactuada desde el momento en
que recibe la noticia de la muerte de su hijo y en la escena final (“Ah! Son
dannata!”). En cambio, la mezzosoprano chilena Carolina Paredes se lució
como la Zía Principessa desde el inicio del duetto entre tía y
sobrina (“Il príncipe Gualtiero, vostro padre… Nel silenzio di quel
racoglimenti”), verdadero núcleo del melodrama pucciniano, donde se
contraponen la ansiedad de Suor Angélica por tener noticias sobre su
hijo y la frialdad de su tía, a quien sólo le importa que ella firme un
documento otorgando la mitad de su herencia a su hermana -quien está próxima a
contraer matrimonio- y que tampoco se inmuta al anunciarle la muerte de su hijo,
acontecida hace dos años. Una voz profunda, con buen esmalte y dominio de los
graves en los momentos de mayor intensidad dramática bastaron para encarar
debidamente a su personaje.
En
estos tiempos tan difíciles, el hecho de montar y producir una ópera de manera
independiente es un esfuerzo titánico y una gran labor, al igual que reunir el
elenco y adaptar los recursos acorde al escenario con el que se cuenta. A
veces, es preferible realizar dos o tres funciones con un mismo elenco, donde
las voces estén perfectamente ensambladas y se destaque el rol protagónico. En este
caso, no se logró y es una pena que tanto esfuerzo de organización y producción
se arruine por algo que no funcionó debidamente en el convento de las
Jerónimas.
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