Espectacular concierto de la Sinfónica de 3 de Febrero junto al Polifónico en el CCK
EL MEJOR ANTÍDOTO CONTRA LOS MALOS ESPÍRITUS
Martha CORA ELISEHT
En algunas ocasiones, las obras que se incluyen dentro del repertorio de
conciertos sinfónicos poseen un eje temático. En el caso particular de la Orquesta
Sinfónica Municipal de 3 de Febrero, el pasado miércoles 29 del corriente se presentó
junto al Coro Polifónico Nacional en la Sala sinfónica del Centro Cultural Kirchner
(CCK) para abordar un programa cuyo común denominador eran las brujas y los malos
espíritus. Participaron como solistas la mezzosoprano María Florencia Machado, el
tenor Marcos Guido y el barítono Mauricio Meren bajo la dirección musical de Ezequiel
Fautario.
El programa estuvo integrado por las siguientes obras:
- “La Tregenda” (intermezzo de la ópera LE VILLI)- Giacomo PUCCINI (1858-
1924)
- La primera noche de Walpurgis, Op.60- Félix MENDELSSOHN BARTHOLDY
(1809-1847)
- Ridda e fuga infernale, de la ópera MEFISTOFELE- Arrigo BOITO (1842-1918)
Tras la tradicional afinación de instrumentos a cargo del concertino Pablo
Sangiorgio, Ezequiel Fautario se presentó sobre el escenario mayor del Auditorio
Nacional para brindar una muy buena versión del mencionado intermezzo de LE VILLI,
la primera de las óperas de Giacomo Puccini basada en el mito de las Willis. Fue el
primer compositor italiano que abordó la consabida leyenda de las almas en pena de
novias -o enamoradas- abandonadas por sus novios y muertas en víspera de su boda en
1884, cuando sólo tenía 25 años y se presentó a un concurso de ópera organizado por la
editorial Sonzogno. Lamentablemente, fue un fracaso, pero logró que su competidora -
RICCORDI- la publicara, a cambio de expandir la historia: de sólo un acto, pasó a tener
dos, de los cuales, se representó “La Tregenda” (El espectro) para permitir un mayor
lucimiento de la orquesta en todos sus matices. Puccini ofrece un contrapunto entre
maderas y cuerdas en el mencionado intermezzo -auténtica melodía del Romanticismo
tardío-, donde se perfila como un gran sinfonista. La interpretación de la orquesta fue
magnífica, con un sonido muy bien equilibrado y una marcación muy precisa por parte
del director.
Seguidamente, el Coro Polifónico Nacional hizo su presentación junto a los solistas
y Ezequiel Fautario no sólo aprovechó la oportunidad para agradecer al público, a los
integrantes de la orquesta y a las autoridades del Municipio de 3 de Febrero presentes en
la sala, sino también para brindar comentarios alusivos a la obra de Mendelsssohn. Fue
compuesta originalmente como una cantata para coro, solistas y orquesta en 1832, con
letra de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) que hace alusión a la fiesta que se
celebra el 1° de Marzo, como antítesis de la Fiesta de todos los Santos (1° de
Noviembre) y cuyo nombre deriva de los devotos de Santa Walpurga. Si bien en sus
inicios era una festividad cristiana, terminó convirtiéndose en una fiesta pagana -
coincidente en el hemisferio Norte con el equinoccio de primavera-. En la obra de
Goethe, la Noche de Walpurgis narra la historia de los druidas celtas y su resistencia
frente al cristianismo opresor, que impedía celebrar la Fiesta de Mayo. Su estreno se
produjo en la Sing- Akademie de Berlín en 1833, con la presencia del compositor al
podio. Posteriormente, Mendelssohn realiza una revisión de la obra en 1843 y la
transforma en una cantata compuesta por una obertura programática (Tempo inclemente)
y 9 números: Llegada de la primavera (tenor), Adagio et animam (mezzosoprano),
Allegro e leggero, Recitativo (barítono), Allegro molto, L’istesso tempo, Allegro non
troppo y andante maestoso. Bien es reconocida la labor de Ezequiel Fautario como
director y preparador de ópera y brilló dirigiendo tanto a la orquesta como al coro. El
Polifónico sonó muy bien preparado- merced a la magnífica labor de Antonio
Domeneghini-, al igual que los solistas. El repertorio alemán de cámara le sienta de
maravilla a una mezzosoprano de los quilates de Florencia Machado, quien se lució
interpretando a la anciana, al igual que el barítono Mauricio Meren como el sacerdote
druida. El tenor Marcos Guido también se lució en su aria, pero su voz sonó algo más
acotada y justa en el acompañamiento coral y los tutti orquestales. Una obra que se
ejecuta muy pocas veces y que ha sido un verdadero y auténtico placer que se haya
rescatado de un prolongado letargo.
Por último, se eligió en carácter de obra de cierre el imponente Ridda e fuga
infernale correspondiente al 2° acto de MEFISTOFELE de Arrigo Boito -ópera que no
se representa desde 2000 en el ámbito oficial-. Compuesta en 1868, el autor rompió con
los cánones tradicionales de la ópera italiana y pretendió introducir el estilo wagneriano,
ya que era un ferviente admirador del genio de Bayreuth. Si bien su estreno fue un
fracaso rotundo, tras la revisión posterior realizada en 1875 ganó gran aceptación entre
el público y se transformó en un éxito. En el 2° acto, Mefistófeles lleva a Fausto a las
montañas del Hartz para festejar la noche de Walpurgis (Sabbat). Los espectros
infernales alaban a Mefistófeles y le ofrecen una esfera de cristal como representación
del mundo (“Ecco il mondo”). La esfera se rompe en mil pedazos tras ser arrojada al
suelo y la multitud reinante danza y canta frenéticamente bajo un manto de notas de los
metales y un coro largo e intenso. Ese clima de brujería, frenesí y aquelarre fue
magistralmente recreado tanto por la orquesta como por el coro, con una precisión
matemática en los golpes de percusión y los tutti. La labor de ambos organismos se vio
coronda por una multitud de aplausos y vítores, pese a que no llegó a cubrirse la
totalidad de la capacidad del Auditorio.
Ha sido un digno homenaje a Puccini en el centenario de su fallecimiento y un
programa fantástico, que estuvo muy bien logrado. Para una noche de brujas, no hay
nada mejor que la buena música como un excelente antídoto contra los malos espíritus.
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