Impactante desempeño de Emmanuel Siffert junto a la Sinfónica Nacional en el CCK
CON PRECISIÓN MATEMÁTICA Y VALOR AGREGADO
Martha CORA ELISEHT
Además de ser un eximio director de orquesta, el suizo Emmanuel Siffert es un
asiduo visitante de la Argentina y un colaborador permanente de las orquestas locales.
Ha dirigido más de una docena de producciones de ballet en el Teatro Colón y en
numerosas oportunidades, a la Orquesta Sinfónica Nacional y a la Sinfónica de San
Juan, de la cual fue director titular. Asimismo, es invitado permanente del Instituto
Superior de Arte del Teatro Colón (repertorio de canto de ópera) y de la Universidad
Católica de Buenos Aires (clase de Dirección Orquestal). Sus interpretaciones son de
excelente calidad y lo demuestra cada vez que se presenta sobre los escenarios de las
salas de conciertos más importantes del país. La última tuvo lugar el pasado viernes 31
de Mayo en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner junto a la Orquesta
Sinfónica Nacional, con la presencia de los siguientes solistas: Lucía Luque (violín) y
Hermann Schreiner (violoncello) para abordar el siguiente programa:
- Obertura “La Novia de Messina”, Op.100- Robert SCHUMANN (1810-1856)
- Doble concierto para violín, violoncello y orquesta en La menor, Op.102-
Johannes BRAHMS (1833-1897)
- Sinfonía n°6 en Do mayor, D. 589 (“Pequeña”)- Franz SCHUBERT (1797-
1828)
Con un orgánico importante y prácticamente completo, Emmanuel Siffert hizo su
presentación sobre el escenario del Auditorio Nacional para interpretar la mencionada
obertura de Schumann, que lleva el Op. 100 de la extensa producción del músico
alemán. Escrita en la tonalidad de Do menor entre 1850 y 1851, es una pieza de gran
belleza tonal e instrumental, característica del estilo romántico. No es una obra que se
incluya habitualmente en los programas de conciertos -de hecho, era la primera vez que
una tomó contacto con la misma- y la interpretación de Siffert gozó de un valor
agregado: el grado de expresividad alcanzado por la orquesta. Como se diría
vulgarmente, la hizo cantar.
El Doble concierto para violín, violoncello y orquesta en La menor, Op.102 es la
última obra orquestal compuesta por Brahms en 1887 durante su estancia de verano en
Thun como gesto de reconciliación hacia su amigo -el violinista Joseph Joachim- tras la
separación de su esposa. También lo dedicó al violoncelista Robert Hausmann, quien le
había solicitado componer piezas para dicho instrumento. Ambos músicos lo estrenaron
en 1887 junto a la Orquesta Gürzenich de Köln, con la presencia del compositor en el
podio. Sus tres movimientos (Allegro/ Andante/ Vivace non troppo) poseen las
características típicas de la producción brahmsiana: solemne, romántico y marcial. Tras
el tutti inicial de 4 compases que abre el 1° movimiento, el violoncello prosigue con una
cadencia que, posteriormente, es tomada por el violín y cuyo desarrollo está a cargo de
los solistas. En el Andante central en Re mayor, los instrumentos solistas interpretan en
octavas paralelas el tema principal, tras las dos cuartas introducidas por las maderas y
las trompetas para desembocar en el vibrante Vivace non troppo, donde el cello
introduce el tema principal, caracterizado por ser inquieto, danzante, a la usanza gitana,
que es retomado posteriormente por el violín hasta la introducción de la orquesta, que
cierra con una coda en La mayor tras su desarrollo. En la presente versión, la Sinfónica
Nacional sonó magnífica, con una perfecta marcación de tempi por parte del director y
lucimiento de los solistas de las diferentes secciones de instrumentos. El desempeño de
Hermann Schreiner fue excelente, completamente compenetrado con la obra, logrando
un sonido profundo. No puede decirse lo mismo de Lucía Luque, donde faltó vuelo en
la interpretación y “canto” en el violín. Sin embargo, los solistas tuvieron su revancha
en el bis: el consabido Dúo para violín y violoncello de Zoltan Kódaly, que sonó mucho
mejor y se retiraron sumamente aplaudidos.
La Sinfonía n°6 en Do mayor, D.589 (Kleine C-dur en alemán, o Pequeña sinfonía
en Do mayor para diferenciarla de la Gran sinfonía en la misma tonalidad, D.944) fue
compuesta por Schubert en 1817, pero recién se completó en 1826. Al igual que con
tantas de sus obras, Schubert no pudo gozar su éxito en vida, ya que falleció antes de su
estreno -ocurrido en Viena en 1828-. Recién fue publicada en 1884 por Breitkopf &
Härtel tras la recopilación de sus obras por Johannes Brahms. Posee 4 movimientos:
Adagio-Allegro en Do mayor (el adagio en ¾ y el allegro, en 4/4), Andante en Fa mayor
(2/4), Scherzo. Presto- Trío. Piú lento (Do mayor, ¾) y Allegro moderato en Do mayor
(2/4), cuya interpretación debe sonar muy precisa, pero a la vez, romántica. Esto fue lo
que se logró merced a la impecable labor de Siffert al frente de la Sinfónica Nacional y
a todos sus integrantes, que lo hicieron posible. Una versión magistral, exquisita y con
un toque auténticamente vienés.
El hecho de contar con un director de primera categoría es algo que le hace muy
bien a cualquier orquesta. En el caso particular de la Sinfónica Nacional, es un romance
que ya lleva muchos años y posee un valor agregado: la correspondencia perfecta entre
músicos y director, que hace que todo suene maravillosamente bien.
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