domingo, 24 de agosto de 2025

 


Aurelien Pascal, Manuel Hernandez Silva y la Filarmónica de Buenos Aires, protagonistas de este concierto en la sala grande del Teatro Colón, captados para el Servicio de Prensa del teatro Colón por la certera toma de Juanjo Bruzza.


Muy buen concierto a cargo de Manuel Hernández Silva al frente de la Filarmónica

 

UN PROGRAMA CLÁSICO BIEN LLEVADO A CABO

Martha CORA ELISEHT

 

            Una de las características del presente Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA) es que prácticamente todos los conciertos han estado a cargo de directores extranjeros durante el transcurso del corriente año. En este caso, el venezolano Manuel Hernández Silva -quien ha dirigido a la Filarmónica en numerosas ocasiones- retornó nuevamente al escenario del Teatro Colón el pasado sábado 23 del corriente junto al violonchelista francés Aurélien Pascal para ofrecer el siguiente repertorio:

-         Obertura del Festival Académico, Op.80- Johannes BRAHMS (1833-1897)

-         Concierto n°1 en La menor par violoncello y orquesta, Op.33- Camille SAINT- SAËNS (1835-1921)

-         Sinfonía n°2 en Re mayor, Op.73- Johannes BRAHMS (1833-1897)

      Luego de la tradicional afinación de instrumentos a cargo del concertino Xavier Inchausti, Manuel Hernández Silva hizo su aparición para comenzar con la mencionada Obertura del Festival Académico, así denominada en agradecimiento por un doctorado honoris causa que la Universidad de Breslau le otorgó a Brahms en 1879. En agradecimiento a dicha mención, el genio de Hamburgo compuso esta famosa pieza en 1880. Se trata de una fantasía sinfónica que incluye motivos de diferentes temas estudiantiles (Wir hatten gebautet, Der Landesvater, Was kommt dort von der Höh y la célebre Gaudeamus igitur, con la cual culmina la obra) perfectamente engarzados y coloreados con una disposición tímbrica distinta. Su duración aproximada es de 10 minutos y se estrenó en Breslau en 1881 bajo la dirección del propio compositor. En la presente versión, hubo varias imprecisiones en la entrada -sobre todo, por parte de los cornos- que, posteriormente, se fueron subsanando a medida que transcurría la música y se logró una interpretación correcta.        

    Seguidamente, Aurélien Pascal hizo su debut sobre el escenario del Colón para brindar una excelsa versión del Concierto n°1 en La menor para violoncello y orquesta, Op.33 de Saint- Saëns, compuesto en 1872 y dedicado a Auguste Tolbecque, descendiente de una prestigiosa familia de músicos franceses y que luchaba por intensificar las virtudes del violoncello como instrumento. En aquella época, el violín y el piano eran los instrumentos solistas por excelencia en Francia y sólo se representaban obras de compositores locales ancianos o muertos. Por lo tanto, su estreno – ocurrido en el conservatorio de París en 1873 con la presencia de Tolbecque como solista- ayudó a mejorar la reputación de Saint- Saëns como compositor, ya que era considerado como “modernista y profeta de Wagner”. Desde su estreno, este concierto fue muy bien recibido y considerado como “uno donde el instrumento solista demuestra todo su registro sin la menor dificultad de penetrar a la orquesta”. En vez de estructurarlo en 3 movimientos, su autor lo escribió en un solo movimiento en forma de sonata, dividido en 3 secciones:  Allegro non troppo/ Allegretto con molto/ Tempo primo. Y, en lugar de la clásica introducción a cargo de la orquesta, ésta se reduce a un breve acorde por parte del organismo, luego del cual el violoncello toma la melodía principal compuesta sobre una base de tresillos. A partir de allí, la orquesta y el solista comienzan un juego de pregunta y repuesta subrayando el discurso melódico mediante un juego de dobles cuerdas en el instrumento solista y un tempo cada vez más rápido, mientras que el movimiento central tiene la forma de un minuetto lírico delicado, que se entrelaza con la orquesta en una melodía majestuosa y turbulenta. Cuando el violoncello entra solo, el resto de la orquesta forma como una caja de música que realza el sonido del instrumento y sus cadencias. El final comienza con los tresillos de la primera sección a cargo de la orquesta, mientras el violoncello ejecuta una serie de síncopas donde el ritmo suena a modo de sarabanda. Mediante una serie de pasajes de extrema dificultad técnica que permiten explorar los matices del instrumento y el virtuosismo del solista en un rondó, los tresillos del tema inicial desembocan en una coda que regresa a la tonalidad inicial para dar fin al concierto. Una versión sublime de esta célebre pieza que una escuchó en infinidad de oportunidades sobre el escenario del Colón por intérpretes de gran jerarquía, pero en este caso, por parte de un auténtico virtuoso en todos los aspectos. El cellista francés fue una total revelación: independientemente de haberlo tocado de memoria, posee un perfecto dominio del fraseo, matices, registro del instrumento y digitación para brindar una interpretación descollante y vibrante. El Colón estalló en aplausos y vítores y, posteriormente, el músico galo ofreció dos encores de compositores de su país natal: el Étude n°7 de Jean- Louis Duport y el 3° movimiento de la Suite para violoncello de Gaspard Cassado (información que el intérprete cedió muy generosamente a esta cronista luego del concierto, ya que no fueron anunciados).   

La celebérrima Sinfonía n°2 en Re mayor, Op. 77 es una de las más hermosas obras de la tetralogía sinfónica de Brahms y consta de 4 movimientos: Allegro non troppo/ Adagio non troppo/ Allegretto grazioso- rondó/ Allegro con spirito. El tema bucólico del 1° movimiento ha hecho que se catalogue a esta sinfonía como “Pastoral” sin realmente serlo, ya que es más bien nostálgico, mientras que el Adagio non troppo es más romántico y envolvente. El vertiginoso Allegretto grazioso es un rondó con un contrapunto magistral, rico en matices, fresco y vivaz hasta desembocar en el monumental Allegro con spirito, escrito en forma de sonata y que representa un auténtico desafío para el director de orquesta. Un muy buen dominio del contrapunto, una perfecta marcación de los tempi, con fuste, garra, entusiasmo e interpretación con impronta y sello personal hicieron que Hernández Silva brindara una muy buena versión de esta sinfonía, que permitió el lucimiento de toda la orquesta y de los principales solistas de grupos de instrumentos.

En esta ocasión, se optó por elegir un repertorio clásico pero muy bien logrado, con la participación de un verdadero virtuoso del instrumento y una de las revelaciones de la presente temporada en materia de conciertos. No obstante, todavía falta para que la Filarmónica recupere ese sonido de calidad que siempre la caracterizó.   

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