viernes, 27 de septiembre de 2019




DESCARNADA Y CONTUNDENTE

Teatro Colón, temporada 2019: decimocuarto concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y segundo concierto del Ciclo “Colón Contemporáneo”, Director: Wolfgang Wengenroth. Opera: “El Baile” en un acto y cinco escenas con música de Oscar Strasnoy y libreto de Matthew Jocelyn, basado en la novela de Irene Nemirovsky. Intérpretes: Sabrina Cirera (Rosine, la madre), Laura Pisani (Antoinette, su hija), Carlos Ullán (Alfred, el padre), Marisú Pavón (Isabelle, la profesora de piano), Alejandra Malvino (Miss Betty, la institutriz), Víctor Torres (Georges, el mayordomo). Dirección Escénica y Video; Matías Feldman. Ilustraciones: Hermenegildo “Menchi” Sabat. Teatro Colón, 26 de Setiembre de 2019.

NUESTRA OPINION: EXCELENTE.

  En menor medida a lo que aconteciera 48 horas antes en el Teatro Coliseo en ocasión de la presentación del conjunto barroco español “La Folía”, durante el transcurso de la versión con semi-montaje escénico con la que se estrenó “El Baile” de Oscar Strasnoy, un sector del público (afortunadamente mucho menor que el martes anterior) se incorporó de sus butacas y abandonó la sala. La cercanía de ambos hechos y los puntos de contacto que la música actual tiene con el barroco me han hecho reflexionar acerca del porqué de  la actitud del sector del público que se retiró en ambas manifestaciones artísticas. El resultado es concluyente: la negación. Negación ante lo cotidiano. Negación a aprender de la historia. No tolerar que se nos muestren  (aún puestas en música) situaciones de la vida diaria que de algún modo nos rozan o afectan.  En todo caso es preferible la banalidad o todo aquello que signifique previsibilidad y no transgreda. Eso se pone de manifiesto en: Rutina, ya sea repertorio tradicional sinfónico u operístico. Apenas  Bartok, Ravel o Debussy en ambos géneros, hasta algo de Britten en ópera, pero no más de ahí. Entonces cuando sobrevienen propuestas como las de Luciano Berio o esta de Strasnoy, en donde es opera, en donde el tratamiento es disonante, pero donde la voz actúa como hilo conductor y donde hay ingenio, mordacidad y sutileza y el argumento es tan verísta como “Cavallería Rusticana”, pero más cercano aún a Ntros. días, sobreviene el rechazo. Y es ahí en donde con la base de la novela corta de Irene Nemirovsky y la muy buena adaptación de Matthew Jocelyn, el tratamiento musical que Oscar Strasnoy emplea, golpea fuerte al espectador, actúa de manera maravillosamente irreverente hasta lograr la reacción de ese sector que no soporta ver la realidad de todos los días. ¿Y que podemos decir entonces de la forma barroca con la que tracé al comienzo la comparación?:  resistir a concentrarse, resistir a pensar, resistir también a bucear en el origen y la forma pues al fin y al cabo de ahí partieron todos los demás, incluidos los contemporáneos que citan y construyen a partir de esos sonidos y estructuras.

  París. Una familia de religión judaica ha ascendido en su posición social. La esposa quiere codearse con el “tout” y para eso nada mejor que ofrecer un baile en donde seleccionará a los invitados entre los cuales pueden haber potables candidatos para novios de su joven hija. Esta junto a su institutriz escuchan la idea de boca de la mujer. La joven se ilusiona de inmediato con el acontecimiento pero de inmediato la madre le dice que no habrá lugar para ella en la fiesta. Junto a su esposo comienzan a ordenar las invitaciones, pero ocurre que han bebido y no están en la mejor forma para hacerlo por lo que es la hija quien redacta las esquelas. La institutriz recibe la instrucción de despacharlas, pero durante la ausencia de sus patrones aprovecha a mantener una relación informal con el criado de la familia. Esto es descubierto por la joven hija y para descomprimir la situación, la institutriz le pide a la muchacha que sea ella quien despache esa preciada correspondencia. Tanto oprobio provoca que la joven vaya, primero inconscientemente y luego deliberadamente perdiendo las esquelas hasta quedarse sin ninguna encima por lo que nunca se recibirán las invitaciones. Los preparativos se acrecientan, la escena la completa una prima de la mujer, profesora de piano que imparte lecciones a la muchacha y que, invitada de oficio, será la única persona que asista al convite. Llegan los músicos, el servicio, se recuerdan las reglas de urbanidad y buenos modales, todo preparado pero los invitados jamás llegarán. La prima comenzará a burlarse y analizar las cosas desde la óptica de quien lo mira desde afuera y la mujer estallará de furia, hasta alcanzar con la misma a su marido a un nivel tal que el hombre se marcha de la casa no sin antes reprocharse mutuamente las miserias con su mujer (posición económica, ascenso social viniendo de la nada y todo lo que Ud. Se imagina). El final mostrará a una joven arrepentida, la que aún sin confesar su venganza sostiene y contiene a su infeliz madre.

  La partitura es contundente, describe esa atmosfera opresiva y lúgubre. La orquestación es densa, pero nunca habrá momentos en “tutti” o “fortes” en exceso. Casi un “guiño” a Berio es la inclusión del momento “Klezmer” del tercer movimiento del “Titán” de Mahler (El funeral del cazador), cuando el Italiano incluyó momentos del tercer movimiento pero de la sinfonía siguiente (Resurrección) del propio Mahler en su propia sinfonía. También incluyó la presencia en el fondo de la platea de una pequeña formación Jazzistica para el momento del frustrado baile. La tarea de Wolfgang Wengenroth no pudo ser más sobresaliente. Plasmó toda la idea de Strasnoy y la llevó de modo admirable con una Filarmónica estupenda de punta a punta. La realización escénica de Matías Feldman incluyó desplazamientos de los interpretes vocales por delante de la orquesta, proyección de notas escritas a mano que permitieron a los espectadores seguir más de cerca  la trama y escenas filmadas con los protagonistas vocales que acentuaron el tono satírico sumados a dibujos estupendos del inolvidable Hermenegildo “Menchi” Sabat referidos a la escena (Uno solo ya de por sí es contundente: el de un reloj de pared  que marca la hora del baile  y se va desdibujando porque la tinta se corre en la hoja). En el aspecto vocal, la homogeneidad y competencia del elenco fue absoluta. Desde Víctor Torres y su impecable mayordomo. Marisú Pavón dando vida a la prima y profesora de piano que se encargará de quitar la máscara de falsedad que envuelve a la familia. Alejandra Malvino en la institutriz y amante con una solvencia vocal y actoral admirable. Carlos Ullán como el esposo, quien termina coqueteando con la prima de su esposa frente a los delirios de esta. Y llegamos al nudo central: Laura Pisani en la estupenda composición de la hija, desde la travesura a la mortificación y Sabrina Cirera erigiéndose en el eje del espectáculo con una criatura que va en un segundo de la euforia a la depresión al naufragar y sobrellevar la angustia solo con la compañía de la hija.

  ¿Será que hubieron muchos presentes que se vieron reflejados y por eso escaparon como Alfred en la trama?

Donato Decina

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