LO CORRECTO FUE LA
REGLA
Teatro
Colón, temporada 2019. decimotercer concierto de abono a cargo de la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires, Director: Enrique Arturo Diemecke. Solista: Lilya
Zilberstein (Piano). Programa: Obras de Rachmaninoff y Bruckner. Teatro Colón,
12 de Setiembre de 2019.
NUESTRA OPINION: BUENO.
Llegue a la
sala del Colón con la lógica expectativa que genera un programa de enorme
compromiso como lo era este. Dos obras, una de corte más popular en el
repertorio y otra, que requiere de gran capacidad interpretativa, enorme disposición
de fuerzas orquestales y que, para los amantes del género sinfónico, es
considerada como un “Pezzo Grosso”. “Variaciones sobre un Tema de Paganini” de
Serguei Rachmaninoff (la primera) y Sinfonía Nº 9 en Re menor de Anton Bruckner
(la segunda). Debo manifestar que mis aspiraciones fueron satisfechas parcialmente.
Las
24 variaciones sobre el célebre “capriccio” de Paganini que Serguei
Rachmaninoff elaboró para piano, son quizás las más famosas entre las que
varios músicos han compuesto para diferentes instrumentos. Sea por su escritura
dentro de los cánones del post-romanticísmo que el compositor jamás abandonó,
por las dificultades para el solista e incluso por su colorida orquestación que
requiere un diálogo casi permanente entre solista, orquesta y director, que su
abordaje sea un desafío. Lilya Zilberstein, una reconocida pianista rusa a
quien en el medio se la recuerda muy particularmente por sus colaboraciones
junto a Martha Argerich y de quién Enrique Arturo Diemecke en sus comentarios
posteriores reconoció su admiración y el
deseo finalmente concretado de contarla en la programación de la Filarmónica,
fue la interprete elegida para la noche. Posee una solvencia incuestionable,
tiene una técnica refinadísima, sonido opulento y es muy personal en la
interpretación. Llamó mucho la atención el hecho que se produjeran algunos
desacoples al inicio de la obra, inclusive se lo percibió a Diemecke
corrigiendo detalles de acompañamiento sobre la marcha como demorar algunas
entradas o atacar de inmediato. Tal vez esa necesidad de estar pendiente ante
una interprete que va haciendo su versión sobre la marcha (ignoro la cantidad
de ensayos conjuntos, pero aun así la impresión que me dejó es que si a
Zilberstein le surge algo nuevo lo aplica en el momento), hizo que el
acompañamiento de la Filarmónica no fuese del todo convincente. No hubo ese “canto”
orquestal y el fraseo al que Diemecke nos tiene acostumbrados. También la
reacción del público fue en idéntica dirección. No fueron esas ovaciones de las grandes noches, pero aún así
hubo un bis no anunciado por la interprete (dio la impresión de ser un
Rachmaninoff más) en la que ahí si en un clima de absoluta abstracción,
intimidad y buen gusto en el toque, Zilberstein se movió a sus anchas.
Y llegamos a Bruckner y su despedida. Todo el
clima que genera esta página es así. Ya muy enfermo estaba abocado a la
composición de este trabajo y toda la atmósfera que surge con solo escucharla,
ineludiblemente remite al adiós. Tres movimientos. Ya desde el primero en donde
tras un “pianíssimi” inicial a cargo de las cuerdas, los bronces en sus
primeros sones dejan traslucir el clima fúnebre en que se va a desarrollar la
música. Sorprendentemente en estos pasajes Diemecke adoptó un “tempi” muy
acelerado lo que trajo como consecuencia que en los ataques en “tutti” los
cornos y el timbal extinguieran el sonido del resto de la orquesta. La
fundamental intervención de las trompetas, las que en la coda final del
movimiento parecen emitir gritos de desesperación, no pudo percibirse. En la
sección central de este movimiento, la orquesta estuvo precisa y con buen
sonido, pero sin embargo, y lo reitero una vez más, faltó de forma llamativa
ese “canto” orquestal.
El segundo movimiento es un “scherzo” de mucha
fuerza que da paso a un segundo tema misterioso y por momentos “diabólico” . Luego
una sección central tan característica en Bruckner en donde hay pasajes de
ineludible referencia a la música campesina austríaca, para luego recapitular todo el tema inicial. Fue
por lejos lo mejor de la noche que ofreció la Filarmónica. Aquí sí la
interpretación fue a fondo.
El final es un “Adagio” de fuerte carga
dramática, incluye momentos de fanfarrias que pueden decirse que son la acción
de gracias que el compositor (hombre profundamente católico) expresa por todo
lo que ha recibido en la vida. Tal vez sea junto al Adagio de la Sinfonía Nº 8 una de las dos
composiciones mas personales de Bruckner. Hay desarrollo en los dos temas en
diferentes formas, hasta confluir en una dramática coda previa al final en donde luego ya en modo mas ·”pianissimi” la
música se va extinguiendo al compás de la intervención de cornos y tubas
wagnerianas. Al igual que en el primer movimiento , persistió el enfoque de “tempi”
acelerado y es por eso que una vez más se repitió el hecho de que la
intervención de cornos y timbales, extinguiese el sonido del resto. Aquí sí,
solo las trompetas pudieron en un punto hacer surgir en parte su sonido. Pero aún
así la transparencia que pudo lograrse en el final logró que el público
permaneciese en silencio por unos cuantos segundos y el cálido aplauso brotase espontáneamente.
Lamentablemente no fue una noche redonda.
Vienen compromisos de suma importancia con “El Baile” de Strasnoy y la octava
sinfonía de Shostakovich. Ojalá que vengan con mejores resultados.
Donato Decina
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