Muy buen concierto de Gustavo Fontana con la Orquesta Sinfónica Nacional en el CCK
BRILLANTE POR SU VERSATILIDAD
Martha CORA ELISEHT
Ganadora de varios premios como la mejor orquesta sinfónica del país, la
Orquesta Sinfónica Nacional se encuentra atravesando un momento de expansión. Tras
la convocatoria a concurso para cubrir cargos vacantes en forma definitiva en las
diferentes categorías de instrumentos -que todavía persiste-, la renovación parcial de sus
integrantes y los dictámenes de masterclasses ofrecidos por directores de prestigio
internacional, ha sido dirigida por las principales batutas del país, así como también por
parte de directores argentinos radicados en el exterior. Esta vez le tocó el turno a
Gustavo Fontana, quien tuvo la oportunidad de dirigirla el pasado miércoles 16 del
corriente en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (CCK) con la participación
de Gastón Frydman y Agustina Herrera (pianos) para interpretar el siguiente programa:
- “Nazareno” para dos pianos y orquesta- Osvaldo GOLIJOV (1960) (arreglo de
Gonzalo GRAU) (estreno local)
- Obertura de “Las Criaturas de Prometeo”, Op.43- Ludwig van BEETHOVEN
(1770-1827)
- Ocho canciones populares rusas, Op.58- Anatoly LIADOV (1855-1914)
- Suite de “El Pájaro de Fuego” (versión 1919)- Igor STRAVINSKY (1882-
1971)
Previamente a la entrada del director y los solistas, una formación reducida de
músicos (violoncellos, contrabajo amplificado, dos pianos, maderas por 2, metales por 3
y abundante percusión -incluyendo marimba, tumbadoras, cajón peruano, güiro, sherka,
cencerros y otros instrumentos del grupo de los idiófonos-) tomaron posición sobre el
escenario del Auditorio Nacional para interpretar la mencionada obra de Golijov, que
data de fines del siglo XX y que fuera llevada al disco por las hermanas Labèque bajo la
dirección de Sir Simon Rattle a cargo de la London Symphony Orchestra. Fue escrita
originalmente para ensamble coral y orquesta de percusión y, posteriormente, el
percusionista Gonzalo Grau realizó un arreglo para dos pianos y orquesta reducida, que
es la que se representó en calidad de estreno local. Es una obra vibrante, donde el tango
y el jazz se fusionan con diferentes ritmos latinoamericanos (salsa, guaracha, conga,
joropo) e inserts de canciones populares (“Tequila”). Comienza con ambos pianos,
donde uno ejecuta la base rítmica (síncopa) y el otro, la melodía, con excelentes
contrapuntos entre las tumbadoras y el cajón peruano, apoyados por solos de trombón y
trompeta -magistrales intervenciones de Carlos Ovejero y Jonathan Bisulca,
respectivamente-. Posteriormente, se intercalan ritmos folklóricos argentinos (gato,
malambo), fusionados con ribetes de jazz y la mencionada Tequila. El tango logra
imponerse luego que el piano toca las 6 notas correspondientes a las cuerdas de la
guitarra (Mi, La, Re, Sol, Si, Mi) mediante una sucesión de arpegios en contrapunto con
el oboe y el corno inglés -excelentes intervenciones de los solistas- en una melodía
digna de Piazzolla. Seguidamente, desemboca en una recapitulación de la síncopa
jazzística con ribetes de salsa y conga, -que remeda a esta última melodía de la
Sinfonietta Latinoamericana, de Morton Gould- para culminar en un tutti a ritmo de
batucada apoyado en la percusión. El dúo de pianos formado por Gastón Frydman y
Agustina Herrera tuvo una destacadísima actuación, al igual que los solistas de los
principales instrumentos. Unido esto a la impecable marcación y dirección de Gustavo
Fontana, una sintió la impresión de estar escuchando una auténtica orquesta de música
tropical -al mejor estilo de Xavier Cugat-. La obra fue muy bien recibida y coronada
mediante numerosos aplausos y vítores por parte del público.
Una vez retirados los pianos y haber colocado los instrumentos de percusión al
fondo del escenario, el orgánico principal de la Sinfónica Nacional tomó posición para
brindar una versión memorable de la obertura del ballet Las Criaturas de Prometeo.
Beethoven lo compuso en 1801 por sugerencia del bailarín Salvatore Vigano y se
estrenó durante el transcurso de ese mismo año en el Burgtheater de Viena. Tras un
breve Adagio, el imponente Allegro molto con brio sonó con brillo y majestuosidad en
la Sala Sinfónica, con un equilibrio sonoro perfecto en los tutti. Tras los consabidos
aplausos, Gustavo Fontana se dirigió al público provisto de un micrófono para brindar
una breve reseña sobre todas las obras, pero hizo hincapié especialmente en las Ocho
canciones populares rusas, Op.58 de Anatoli Liadov. Con excepción de su poema
sinfónico El lago encantado, la obra de este gran compositor -discípulo de Rimsky-
Korsakov y amigo personal de Aleksander Glazunov- se encuentra escasamente
difundida en Argentina y, como periodista especializada, una celebra que se haya
incluido en los programas de conciertos. Compuestas en 1906 sobre una recopilación
preexistente de temas folklóricos rusos, son 8 miniaturas transcriptas para orquesta con
un orgánico cuasi completo. La primera es un canto religioso (Moderato) a la usanza
ortodoxa, mientras que la segunda es un villancico (Kólyada- allegretto) que posee
reminiscencias de la Danza de los pequeños cisnes de EL LAGO DE LOS CISNES de
Tchaikovsky y de la obertura LA GRAN PASCUA RUSA de Rimsky- Korsakov. La
tercera (Canción dolorida- andante) se caracteriza por un excelente contrapunto de los
cellos, mientras que la cuarta (Bailando con el mosquito) es un allegretto donde las
flautas y el piccolo logran un excelente contrapunto con los violines. La quinta
(Leyenda de las aves) es un imponente allegretto caracterizado por un poderoso tutti,
mientras que la sexta (Canción de cuna- Moderato) es una exquisitez sonora sobre un
tema folklórico típicamente ruso, que sonó como tal. La séptima (Danza de la rueda-
Allegro) posee un bellísimo pizzicato a cargo de las cuerdas, mientras el piccolo
desarrolla la melodía con apoyo de la pandereta. Finalmente, la octava y última (Danza
de la aldea) es un allegro vivace en ritmo de danzas populares como el trepak y la
drushba. La marcación y dirección de Fontana fueron sumamente precisas, mientras que
los solistas instrumentales tuvieron amplia posibilidad de lucimiento, logrando un
perfecto equilibrio sonoro.
Por último, la Sinfónica Nacional cerró el concierto con uno de sus “caballitos de
batalla”: la célebre Suite de El Pájaro de Fuego de Stravinsky, que sonó de manera
magistral. En este caso, se empleó la versión de 1919, que reúne los siguientes números:
Introducción- Danza del Pájaro de fuego- Variación- Jorovod (Ronda de las princesas)-
Danza infernal de los súbditos de Kaschei- Berceuse (Nana)- Final. En esta ocasión, el
equilibrio sonoro fue sublime, con grandes intervenciones de todos y cada uno de los
instrumentistas para lograr una versión vibrante, que fue in crescendo a medida que
transcurría la melodía. El CCK estalló en aplausos y la ovación fue unánime a su
término.
A pesar de haber sorteado numerosas dificultades de toda índole y haber
resurgido de sus cenizas como el ave Fénix, la Sinfónica Nacional posee numerosas
particularidades: entre otras, su gran versatilidad. Es capaz de sonar como una orquesta
europea en el ámbito sinfónico estricto y también, como una orquesta tropical cuando se
ejecutan obras con gran cantidad de ritmos folklóricos centroamericanos. Y en todos los
casos, suena brillantemente por mérito propio y por la calidad de sus integrantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario