sábado, 16 de marzo de 2024

 Inicio filarmónico, con triunfos y deudas…


                                                                                    Por Jaime Torres Gómez

El primer programa de abono de la Filarmónica de Santiago contó con la

dirección de su maestro titular, el italiano Roberto Rizzi-Brignoli, en un programa

con obras de distintas épocas del romanticismo musical.

Cabe lamentar el cambio en la pieza de inicio, originalmente con el estreno de

la obra ganadora del concurso de composición convocado por el Teatro

Municipal capitalino, perdiéndose el único espacio reservado a la música

de compositores chilenos en la presente temporada filarmónica. Una errada señal

al medio musical, esperándose pueda rectificarse a lo largo del año…

En su reemplazo se contempló la Obertura de la ópera Tannhäuser, de Richard

Wagner. Y considerando la amplia convocatoria

del repertorio wagneriano, curiosamente esta conocida pieza no ha tenido buena

periodicidad local, recibiéndose con beneplácito, no obstante el cambio de

marras...

Tannhäuser es la quinta ópera de Wagner, disponiendo de una trama argumental

con un notable contrapunto entre el amor sagrado y lo profano, plasmado

musicalmente con fuertes exigencias a las voces y lo instrumental. Y la obertura -

una joya en sí misma- recrea emblemáticos momentos con altas exigencias

técnicas (atractivo manejo del color, especialmente en los violines)

y expresivas (notables ostinatos de los violines más enjundiosas exposiciones de

los bronces y percusión).

Excelente enfoque del maestro Rizzi-Brignoli, con debida unidad y carácter.

Logradas progresiones expresivas más un calibrado manejo de dinámicas y

matices, como formidables transiciones temáticas. Atenta respuesta de

la Filarmónica, a pesar de algunos ripios de ensamble al inicio (primera función)

que no opacaron el conjunto.

Continuó con una esperada reposición de las Cuatro Últimas Canciones,

de Richard Strauss. Si bien esta obra ha sido relativamente frecuentada, en

general las orquestas nacionales poco programan repertorio de lied (canción

normalmente con textos poéticos), existiendo un catálogo no menor como las otras

canciones del mismo R. Strauss, los Siete lieder tempranos de Alban Berg,

los Rücker Lieder de Gustav Mahler, Las Siete Canciones de Alexander von

Zemlinsky, entre mucho que podría (o debería…) ofrecerse.

Estas canciones straussianas póstumas se estrenaron en 1950 a un año de la

muerte del compositor, y revisten un amable diálogo con la muerte discurrido hacia

la belleza como trascendencia. La vocalidad requerida es compleja, al balancearse

con un denso orgánico instrumental, y ante todo, proveer una cabal

consubstanciación con los textos de Hermann Hesse (tres primeras


canciones) y Joseph Eichendorff (última)), ora de desnuda sencillez,

ora de potente consistencia intrínseca.

La versión ofrecida cumplió parcialmente, evidenciando poca conexión batuta-

solista. Así, la dirección de Rizzi-Brignoli, de incuestionable idiomatismo, tuvo

logros con notables contrastes, texturas y transparencias,

obteniendo concentrada respuesta de los filarmónicos.  

Sin embargo, las expectativas cifradas en la joven y destacada soprano

chilena Yaritza Véliz como solista se vieron frustradas, fundamentalmente ante

una escasa comprensión del “decir” del texto, incidiendo en una monocorde

proyección general. Teniendo condiciones para abordar la obra (hermosura de

timbre, firmes agudos y medias voces), hubo momentos inaudibles no atribuidos

necesariamente a la densidad sonora (debidamente cuidada por la batuta), sino a

una falta de comprensión de los mismos textos y su correlato musical, donde la

administración de los acentos, inflexiones y matices son elementos insoslayables

para una debida inteligibilidad de una obra en sí compleja.

Finalmente, una bienvenida Sinfonía N° 3 “Eroica”, de L.V.

Beethoven, brindando completa unidad al programa, inscrito en el Romanticismo

Alemán. Escrita en las postrimerías del Clasicismo, representa una radical

ruptura ante su originalidad expresiva más otros elementos (como la inclusión de

un tercer corno, atípico entonces). Sin duda, una obra de gigantes proporciones y

fuente inagotable de múltiples miradas interpretativas.  

Excelente trabajo de Rizzi-Brignoli, extrayendo lo mejor de sus músicos. Con

irreprochable coherencia, el maestro titular filarmónico firmó una versión de

genuina tradición romántica (gran orgánico de cuerdas y sin ecos historicistas,

muy abordados hoy en día), impregnándole una personalidad clara y distinta. Con

escrupulosa lectura y gran sentido unitario, Rizzi-Brignoli ausculta la trama interna

con una galería de acentos, contrastes, transparencias y empáticos tempi que

develaron completo empoderamiento de la obra. Un inapelable triunfo artístico…   

En suma, un inicio de temporada que justipreció la solvencia del titular

filarmónico en un repertorio que le es afín, y con estupenda correspondencia de

los músicos, asimismo una deuda con la música chilena, más la espera de una

mayor madurez de la solista convocada en una obra en sí no fácil de abordar…

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