sábado, 2 de marzo de 2024

 Bocelli en Viña: un triunfo sin exagerar…


         Por Jaime Torres Gómez

La reciente presentación de Andrea Bocelli en el Festival de la Canción de

Viña del Mar no ha dejado indiferente al medio, en tanto y cuanto la jerarquía

del espectáculo se impuso a la chabacanería ambiente de la sociedad actual,

de la que el mismo Festival viñamarino no ha quedado exento…   

El “efecto Bocelli” en la última edición festivalera (posicionado entre los más

altos ratings de la audiencia televisiva) no debe leerse como el triunfo de un

determinado género musical en supremacía de otros -en este caso, inscrito en

el Pop Lirico-, constituyendo un catalizador de una propuesta inteligentemente

concebida en base a una equilibrada dosificación de repertorio (desde arias de

ópera a la música popular no-docta), con un formato asequible (y atractivo) a

un transversal público, que devino en una completa valoración de la fineza de

un espectáculo per se, el que perfectamente podía provenir desde

otros géneros.  

La visibilidad y amplitud que reviste el Festival de Viña es inmejorable, al punto

que históricamente su línea programática ha discurrido hacia lo misceláneo

dentro de lo popular, dándose jornadas debidamente focalizadas hacia

particulares segmentos de público.

Por otro lado, es insoslayable el hecho de ser un evento organizado desde la

Municipalidad de Viña del Mar, y, por lo tanto, de carácter oficial, dándose

genuinamente una democrática cobertura de géneros, adquiriendo así una

dimensión “social” e incluso “cultural” …

En este contexto, la llegada de un artista del perfil de Andrea Bocelli no es

extemporánea para lo que debiera ser el Festival, y de ahí que su impacto ante

tanta rusticidad imperante sincera la brecha con lo que hoy en día se está

demandando (en especial las jóvenes generaciones). Así, no es hiperbólico

celebrar el acierto de esta convocatoria, constituyendo un potente referente

para las futuras ediciones en no relajar la curatoría editorial inherente.

De la presentación en sí, debe destacarse lo inédito de haberse ofrecido una

cantidad no menor de arias de ópera en el mismo Festival, especialmente ante

los referentes de anteriores presencias de cantantes líricos con glorias como

Ramón Vinay, Plácido Domingo y Verónica Villarroel, de los que se tiene

recuerdo, y que no necesariamente recurrieron a este tipo de repertorio,

seguramente en el entendido no sería adecuado para el evento.

Sin embargo, Bocelli prefirió correr riesgos, saliendo victorioso con tan sólo

dejarse oír ante el “monstruo”, dándose cuenta de una genuina apertura a una

propuesta inusual (y por cierto, de calidad intrínseca) ante un espacio (no

menor) del total piezas abarcadas, dado que el gran público asocia la figura de

este cantante a sus recurrentes incursiones en la música popular, sin duda con

innegables aportes.


Con la presencia de excelentes invitados como la soprano portorriqueña Larisa

Martínez, la cantante norteamericana popular Pía Toscano, la violinista

norteamericana Carolyn Campbell, más el carismático Matteo Bocelli (hijo de

Andrea), un sólido grupo de bailarines más una muy profesional entrega de la

orquesta convocada (Orquesta Metropolitana de Santiago, agrupación

conformada por destacados músicos de agrupaciones estables del país como

la Sinfónica Nacional y otras) muy bien comandada por el conocido director

norteamericano Steven Mercurio, como una importante presencia de voces

integradas por excelentes coreutas nacionales, dieron cuenta de una sinergia

de buena factura, que, en definitiva, ha motivado un transversal reconocimiento

a una propuesta sólida en todos sus elementos.

En suma, un referente, sin exagerar, para el Festival de la Canción de Viña

del Mar, que revirtió, en parte, muchos desaciertos históricos que lo han

banalizado, e inevitablemente una gran oportunidad de mejora en propender a

una calidad programática en mayor sintonía con el buen gusto y lo cultural.

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