Debut de Rolando Villazón con un recital de cámara
en el marco del Festival Barenboim
CON VOZ PROPIA
Martha CORA ELISEHT
Finalmente, se produjo el tan
ansiado debut del tenor mexicano Rolando Villazón en la Argentina y lo hizo en
el Centro Cultural Kirchner (CCK) el pasado viernes 2 de Agosto acompañado por
Daniel Barenboim al piano, en un recital de música de cámara que tuvo una
particularidad: un repertorio integrado casi exclusivamente por obras en castellano
–con excepción de “Coracao trsite”,
del compositor brasileño Albero Nepomuceno-.
El programa comprendió el siguiente
repertorio: las Siete Canciones Populares
Españolas de Manuel de Falla (1876-1946), Canciones clásicas españolas,
de Fernando Obradors (1897- 1945), Cinco
canciones de niños, de Silvestre Revueltas (1899-1940), Las Nubes, de Carlos Guastavino
(1912-2000) y una selección de canciones sudamericanas, compuesta por la Canción del árbol del olvido, de Alberto
Ginastera (1916-1983); Coracao triste, de Alberto Nepomuceno
(1864-1920) y Gitana, de Luis A.
Calvo (1882-1945).
“El
señor de los 100.000 voltios” –tal como se lo conoce en el ámbito del
Festival de Salzburgo, desde la época en que formó aquella pareja operística
celebérrima y memorable junto a Anna Netrebko- no perdió la oportunidad de
demostrar su mágica simpatía y su extraordinario sentido del humor. Hasta tal
punto, que previamente al cierre del recital, tampoco perdió la oportunidad de
narrar cómo fue su primer encuentro con Daniel Barenboim en Berlín hace 20 años atrás. Mientras estaba
cantando LA TRAVIATA en Salzburgo,
Barenboim lo llamó para que se trasladara urgentemente hacia Berlín, ya que no
sólo quería conocerlo personalmente, sino además, tomarle una prueba para dirigirlo
en la Staatsoper a su cargo. Cuando se
presentó, el Maestro le preguntó por sus bigotes –cosa que no tenía en ese
momento- y le dijo: “¿Cómo cuáles? Los de
Cantinflas, ya que tú eres mexicano, no?...” Tras la graciosa anécdota que
despertó las risas del auditorio, Villazón confesó que su amor por la Argentina
viene desde su infancia, donde leía a Borges y Cortázar, y agradeció
profundamente a Daniel Bsrenboim el hecho de haberlo invitado a formar parte
del Festival. A su vez, el gran pianista y director tampoco perdió la
oportunidad de hacer una broma, aduciendo el nivel adquirido del idioma porteño por parte del tenor mexicano. “Sólo lleva aquí dos días…¡y ya se aporteñó, che!”, lo que provocó
numerosas risas y aplausos por parte del público, festejando la chanza.
Las Siete Canciones Populares Españolas de Manuel de Falla fueron
interpretadas por infinidad de cantantes en todos los registros. Originalmente
fueron escritas para piano y voz en 1914 y provienen de diferentes regiones de
España. Todas son referidas al amor; ya sea en forma de cortejo o de la
importancia de la virginidad para una joven (El
paño moruno, que es la primera del ciclo), mientras que la última (Polo) representa el deseo salvaje de venganza
por parte de un amante y Nana es una
canción de cuna que versa sobre el fruto del amor. Daniel Barenboim supo
acompañar perfectamente con su maestría habitual los diversos ritmos de las
diferentes regiones de España (Jota,
Flamenco, Seguidilla, Murciana), al mismo tiempo que se pudo apreciar a un
Rolando Villazón vibrante, pero con la voz más aplomada y abaritonada, con una
coloratura más grave –aunque dentro del registro de tenor- y una interpretación
versátil, de excelencia vocal. Lo mismo sucedió con las Canciones Clásicas Españolas de Fernando Obradors, donde Villazón
las cantó con voz propia, lejos de ser aquel tenor de voz caudalosa y
estridente que imitaba a más no poder a Plácido Domingo. La obra de este
compositor catalán es la más conocida, basada en poemas clásicos españoles recopilados
y musicalizados entre 1921 y 1941. Naturalmente, la versatilidad del mexicano y
el excelente acompañamiento de Barenboim hicieron posible una excelsa
interpretación, tras lo cual, ambos se retiraron ovacionados.
La segunda parte del concierto se
inició con las Cinco canciones para niños
de Silvestre Revueltas, que fueron
compuestas entre 1938 y 1939. A diferencia de obras para gran orquesta como Sensemayá, aquí se muestra un estilo de
composición más cromático, con algunas leves disonancias características de la
música de este gran compositor mexicano. Y, como no podía ser de otra manera,
Villazón cantó con el corazón la música de su tierra natal. Esto fue más
intenso en “El lagarto” y “Canción tonta”, sobre versos de poetas
de la talla de Amado Nervo y Nicolás Guillén, donde el público estalló en
aplausos. Acto seguido, la dupla Barenboim- Villazón interpretó Las Nubes de Carlos Guastavino, con
textos del poeta Luis Cernuda (1902-1963), que se encontraba exiliado como
consecuencia de la Guerra Civil española. Ambos se conocieron en Londres en
1945 durante una de las giras del compositor, quien en 1947 musicalizó tres poemas: Jardín antiguo, Deseo y
Alegría de la soledad. La versión ofrecida fue exquisita, haciendo hincapié
en las semicadencias –en Si bemol menor, con un descenso en la melodía de
conjuntos de escala menor-, con un muy buen desempeño vocal del tenor. Lo mismo
sucedió con la celebérrima Canción al
árbol del olvido de Ginastera, que forma parte del repertorio habitual de
Barenboim como pianista, donde la voz de Villazón se mostró cálida, haciendo
énfasis en la pronunciación con acento argentino. Corazao triste es una canción que hace alusión a su título y forma
parte del repertorio menos conocido de Alberto Nepomuceno (compositor brasileño
nacido en Fortaleza y formado en París con Saint- Saëns y Vincent D’Indy, y
quien también fuera maestro de Heitor Villa- Lobos). Pero el final fue
realmente digno de un artista como Villazón, quien demostró todo su caudal
vocal y todo su potencial al interpretar la difícil Gitana del colombiano Luis Antonio Calvo. Hacia el final del
recital, y tras haberse ganado el cariño del público, la Sala Sinfónica estalló
en aplausos y vítores. Y se ofrecieron tres bises:
La Rosa y el Sauce de Carlos
Guastavino, el bolero Muñequita linda
de María Graiver y el tango Mamo a Mano,
de Gardel, Razzano y Celedonio Flores. Si bien en este último tema Villazón
trastabilló con la letra, tuvo la oportunidad de demostrar su “porteño” frente
al público, que fue muy bien celebrado.
A la salida del concierto, las aguas
estaban divididas entre aquellos que opinaban que su voz no era para cantar un
repertorio de cámara, sino de ópera, mientras que otros –entre los cuales,
quien escribe se incluye- que opinaron que había encontrado su real voz y su
tonalidad. Afortunadamente, se lo pudo apreciar en un repertorio poco habitual
y de autores prácticamente desconocidos para la inmensa mayoría del público, y
con voz propia. La auténtica voz de este gran artista mexicano, que concretó su
sueño de cantar en la Argentina. Ojalá que la próxima vez sea con una ópera en
el Colón.
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