Impresionante concierto de la Filarmónica bajo la
batuta de Eiji Ojue en el Colón
UN PROGRAMA INTERESANTE
Y MUY ATRACTIVO
Martha CORA ELISEHT
Parece ser que la tónica de
incorporar nuevas obras dentro del repertorio de la Orquesta Filarmónica de
Buenos Aires está rindiendo sus frutos. Prueba de ello fue el excelente
concierto ofrecido la semana anterior por John Axelrod y Hagai Shahan y la Orquesta
continuó aplicando la misma metodología en el pasado concierto del jueves 8, (correspondiente
al 11° de su Ciclo de Abono) bajo la dirección de Eiji Ojue y con la
participación del alemán Andreas Martin Hofmeir en tuba, en un programa compuesto por las siguientes obras: Rapsodia para orquesta, de Yuzo Toyama
(1931); el Concierto n° 1 para tuba y
orquesta, Op.67 de Jörg Duda (1968) (primera audición en Argentina) y la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op.100 de
Sergei Prokofiev (1891-1953).
No es la primera vez que Eiji Ojue
viene a dirigir a la Filarmónica, pero sí interpretando una obra de su país: la
Rapsodia para Orquesta del compositor
japonés Yuzo Toyama. Nacido en Tokio en 1931, este músico adquirió notoriedad
como director de la Orquesta Sinfónica de la NHK, pero es también un reconocido compositor y pedagogo. La presente Rapsodia es su obra más conocida y posee tres secciones bien
diferenciadas, donde cada una de las cuales se inicia con instrumentos de
percusión (látigos, cascabeles y claves, respectivamente) y se caracteriza por
una profusa orquestación sobre temas típicos orientales. Es una obra fácil de
comprender y agradable para los oídos, con una gran musicalidad. Luego de la
introducción de los cascabeles, la flauta solista interpreta una melodía
escrita en escala pentatónica, muy similar a la música del altiplano andino
–que, precisamente, también usa dicha escala de 5 notas-, mientras que luego de
la introducción de las claves, el tercer tema es un poderoso tutti orquestal, apoyado en las cuerdas
y la percusión. La interpretación fue brillante, con un muy buen desempeño de
toda la orquesta en general y del grupo de percusionistas en particular. Fue
muy bien recibida y agradó al público.
Acto seguido, Andreas Martin
Hofmeier hizo su presentación en escena munido de su tuba y llamó la atención
el hecho de haber entrado descalzo al escenario. Se ubicó a la izquierda del
director –usualmente, los solistas se ubican a la derecha del mismo y a la
izquierda del público- y dio vida a un concierto muy bello e interesante, fácil
de comprender y caracterizado por ser un concierto prácticamente compuesto
dentro de los cánones clásicos, pese a ser contemporáneo (1999). Luego de la
introducción orquestal en el primer movimiento (Allegro appassionato- Andante calmo), la tuba entra con una fuga de gran belleza armónica, que
posee reminiscencias de jazz y tango –con matices de Gershwin y Piazzolla,
respectivamente-. Posteriormente, el piano introduce un tema romántico, que es
seguido por el instrumento solista mediante una cadencia de gran riqueza y
pureza sonora, para luego alternar con el primer tema durante todo el
movimiento. El final prepara la irrupción del 2° movimiento (Rêverie: adagio con anima- Tempo piú
animato), con un tema agudo introducido por las maderas, que equilibra el
sonido de la tuba. Hofmeier resultó ser un intérprete con mayúsculas, con un
sonido puro, compacto y redondo, que abarcó desde los agudos hasta las notas
más graves de este instrumento, que se caracteriza no sólo por poseer el sonido
más grave de todos los metales, sino también porque existen muy pocos
conciertos para tuba solista (el primero lo compuso Benjamin Britten en 1955 y
luego, Vaughan Williams en 1958). El músico alemán supo darle a su instrumento
el lugar que se merece, haciéndolo sonar como si fuera una tuba wagneriana, con
muy buen color en los graves y un espléndido fraseo. El movimiento final (Finale: introduction y Rondo capriccioso) se ejecuta sin interrupción y tiene una simetría similar a la del 1°
movimiento, donde los dos temas principales se alternan mediante pasajes
ligados al instrumento solista. En un momento determinado, el solo de tuba
posee una difícil coda, que fue
magníficamente interpretada por Andreas Hofmeier. Posee reminiscencias de
diferentes compositores: por ejemplo, existe un diálogo entre tuba y corno
inglés en el tema lento que recuerda a Gustav Holst, mientras que en los
pasajes donde el piano marca la entrada a posteriori del instrumento solista
hacen acordar a la música de Burt Bacharach. Posteriormente, el vals
introducido por la tuba remeda a pasajes de Cascanueces
de Tchaikowsky, para luego recapitular con el primer tema. El final del
concierto termina en una nota suave –al estilo de Leroy Anderson-. El público
estalló en aplausos y tanto Eiji Ojue como Andreas Hofmeier tuvieron que salir
a saludar varias veces, hasta que el alemán tomó el micrófono para contar –en
un impecable inglés- que la tuba fue creada en 1845 y constituye el más evolucionado
de todos los instrumentos de viento. Lamentablemente relegada al fondo de la
orquesta e injustamente catalogada como un instrumento de banda, Verdi y Wagner
fueron los primeros que la descubrieron y se animaron a componer solos para la
misma –la entrada de Fafner convertido
en dragón en Sigfried-, hasta llegar
a los conciertos de Britten y Vaughan Williams. Se ganó el cariño del público e
hizo un bis: una transcripción para
tuba de la Fantasía para flauta de
Georg Telemann, que sonó magistralmente y se retiró ovacionado.
La segunda parte comprendió la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op. 100 de
Sergei Prokofiev, que tampoco es una obra que se incluya muy a menudo en los
programas de conciertos. Fue compuesta en 1944 y estrenada el 13 de Enero de 1945
en Moscú, luego de un estruendo de cañones que anunciaba la partida de las
tropas soviéticas hacia Alemania, en las postrimerías de la Segunda Guerra
Mundial. Posee una estructura rítmica muy similar a la 10° Sinfonía de Shostakovich, que se divide en 4
movimientos: Andante (en Si bemol
mayor), Adagio marcato (Re menor), Adagio (Fa mayor) y Allegro giocoso (en la tonalidad inicial de Si bemol mayor). El
primer movimiento es el más prolongado y posee dos temas: uno, tranquilo y
sostenido, y el otro, elevado, con acompañamiento en trémolo de las cuerdas,
que concluye con una coda
electrizante. Además, este movimiento también se caracteriza por incluir un
bellísimo solo para tuba –magistralmente interpretado por Richard Alonso Díaz-,
mientras que el 2° movimiento es un scherzo
en forma de tocata. El 3°
movimiento es lento y ensoñador, muy nostálgico, que se continúa con un coro de
cellos que desarrolla en forma lenta el tema del 1° movimiento para dar luego
paso a un rondo. Este Allegro giocoso contrasta con dos temas
más calmos –en flauta y en coro de cuerdas- para luego desembocar en un
frenesí. La versión ofrecida por Eiji Ojue fue estupenda, de una sublime
musicalidad y haciendo énfasis en los pasajes más difíciles y más irónicos de
la obra –en particular, los últimos acordes, donde los dos primeros violines y
los dos primeros cellos tocan un staccato
con notas equivocadas, provocando un tinte irónico-. Todos los músicos se
lucieron en sus respectivas partes y el aplauso fue unánime al final del
concierto. No sólo motivó que Ojue tuviera que salir varias veces a escena,
sino que además, se dirigió a saludar a todos los solistas de los principales
instrumentos. Al acercarse a los primeros violines, una persona del público le
colocó una corona de flores. Posteriormente, el director agradeció al público
que estaba sentado en la primera fila de la platea dándole la mano a cada uno
de los asistentes, hasta que volvió a subir al podio. Y ahí se produjo algo
inesperado: instó al público a aplaudir al compás de las claves, para
desembocar con un bis: el 3° tema de
la Rapsodia para Orquesta de Toyama,
donde el mismo director actuó como
animador, dejando a los músicos tocando solos. A esta altura de las
circunstancias, el Colón era toda una fiesta y al término de la pieza, el
delirio era total.
Esto demuestra con creces que la
Filarmónica es una excelente orquesta sinfónica cuando existe un director capaz
de manejarla y conducirla con creces, haciendo los ajustes correspondientes y
un trabajo particular de ensayo y corrección. Y además, ofreciendo un
repertorio integrado por obras nuevas y por otras poco habituales, lo cual es
perfectamente saludable y necesario para la supervivencia de toda agrupación
sinfónica de excelencia. Si se sigue por este camino, se podrán lograr cosas
muy buenas en el futuro.
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