sábado, 10 de agosto de 2019


Impresionante concierto de la Filarmónica bajo la batuta de Eiji Ojue en el Colón

UN PROGRAMA INTERESANTE Y MUY ATRACTIVO
Martha CORA ELISEHT

            Parece ser que la tónica de incorporar nuevas obras dentro del repertorio de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires está rindiendo sus frutos. Prueba de ello fue el excelente concierto ofrecido la semana anterior por John Axelrod y Hagai Shahan y la Orquesta continuó aplicando la misma metodología en el pasado concierto del jueves 8, (correspondiente al 11° de su Ciclo de Abono) bajo la dirección de Eiji Ojue y con la participación del alemán Andreas Martin Hofmeir en tuba, en un  programa compuesto por las siguientes obras: Rapsodia para orquesta, de Yuzo Toyama (1931); el Concierto n° 1 para tuba y orquesta, Op.67 de Jörg Duda (1968) (primera audición en Argentina) y la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op.100 de Sergei Prokofiev (1891-1953).
            No es la primera vez que Eiji Ojue viene a dirigir a la Filarmónica, pero sí interpretando una obra de su país: la Rapsodia para Orquesta del compositor japonés Yuzo Toyama. Nacido en Tokio en 1931, este músico adquirió notoriedad como director de la Orquesta Sinfónica de la NHK, pero es también un reconocido compositor y pedagogo.  La presente Rapsodia es su obra más conocida y posee tres secciones bien diferenciadas, donde cada una de las cuales se inicia con instrumentos de percusión (látigos, cascabeles y claves, respectivamente) y se caracteriza por una profusa orquestación sobre temas típicos orientales. Es una obra fácil de comprender y agradable para los oídos, con una gran musicalidad. Luego de la introducción de los cascabeles, la flauta solista interpreta una melodía escrita en escala pentatónica, muy similar a la música del altiplano andino –que, precisamente, también usa dicha escala de 5 notas-, mientras que luego de la introducción de las claves, el tercer tema es un poderoso tutti orquestal, apoyado en las cuerdas y la percusión. La interpretación fue brillante, con un muy buen desempeño de toda la orquesta en general y del grupo de percusionistas en particular. Fue muy bien recibida y agradó al público.
            Acto seguido, Andreas Martin Hofmeier hizo su presentación en escena munido de su tuba y llamó la atención el hecho de haber entrado descalzo al escenario. Se ubicó a la izquierda del director –usualmente, los solistas se ubican a la derecha del mismo y a la izquierda del público- y dio vida a un concierto muy bello e interesante, fácil de comprender y caracterizado por ser un concierto prácticamente compuesto dentro de los cánones clásicos, pese a ser contemporáneo (1999). Luego de la introducción orquestal en el primer movimiento (Allegro appassionato- Andante calmo), la tuba entra con una fuga de gran belleza armónica, que posee reminiscencias de jazz y tango  –con matices de Gershwin y Piazzolla, respectivamente-. Posteriormente, el piano introduce un tema romántico, que es seguido por el instrumento solista mediante una cadencia de gran riqueza y pureza sonora, para luego alternar con el primer tema durante todo el movimiento. El final prepara la irrupción del 2° movimiento (Rêverie: adagio con anima- Tempo piú animato), con un tema agudo introducido por las maderas, que equilibra el sonido de la tuba. Hofmeier resultó ser un intérprete con mayúsculas, con un sonido puro, compacto y redondo, que abarcó desde los agudos hasta las notas más graves de este instrumento, que se caracteriza no sólo por poseer el sonido más grave de todos los metales, sino también porque existen muy pocos conciertos para tuba solista (el primero lo compuso Benjamin Britten en 1955 y luego, Vaughan Williams en 1958). El músico alemán supo darle a su instrumento el lugar que se merece, haciéndolo sonar como si fuera una tuba wagneriana, con muy buen color en los graves y un espléndido fraseo. El movimiento final (Finale: introduction y Rondo capriccioso)  se ejecuta sin interrupción y tiene una simetría similar a la del 1° movimiento, donde los dos temas principales se alternan mediante pasajes ligados al instrumento solista. En un momento determinado, el solo de tuba posee una difícil coda, que fue magníficamente interpretada por Andreas Hofmeier. Posee reminiscencias de diferentes compositores: por ejemplo, existe un diálogo entre tuba y corno inglés en el tema lento que recuerda a Gustav Holst, mientras que en los pasajes donde el piano marca la entrada a posteriori del instrumento solista hacen acordar a la música de Burt Bacharach. Posteriormente, el vals introducido por la tuba remeda a pasajes de Cascanueces de Tchaikowsky, para luego recapitular con el primer tema. El final del concierto termina en una nota suave –al estilo de Leroy Anderson-. El público estalló en aplausos y tanto Eiji Ojue como Andreas Hofmeier tuvieron que salir a saludar varias veces, hasta que el alemán tomó el micrófono para contar –en un impecable inglés- que la tuba fue creada en 1845 y constituye el más evolucionado de todos los instrumentos de viento. Lamentablemente relegada al fondo de la orquesta e injustamente catalogada como un instrumento de banda, Verdi y Wagner fueron los primeros que la descubrieron y se animaron a componer solos para la misma –la entrada de Fafner convertido en dragón en Sigfried-, hasta llegar a los conciertos de Britten y Vaughan Williams. Se ganó el cariño del público e hizo un bis: una transcripción para tuba de la Fantasía para flauta de Georg Telemann, que sonó magistralmente y se retiró ovacionado.
            La segunda parte comprendió la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op. 100 de Sergei Prokofiev, que tampoco es una obra que se incluya muy a menudo en los programas de conciertos. Fue compuesta en 1944 y estrenada el 13 de Enero de 1945 en Moscú, luego de un estruendo de cañones que anunciaba la partida de las tropas soviéticas hacia Alemania, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Posee una estructura rítmica muy similar a la 10° Sinfonía  de Shostakovich, que se divide en 4 movimientos: Andante (en Si bemol mayor), Adagio marcato (Re menor), Adagio (Fa mayor) y Allegro giocoso (en la tonalidad inicial de Si bemol mayor). El primer movimiento es el más prolongado y posee dos temas: uno, tranquilo y sostenido, y el otro, elevado, con acompañamiento en trémolo de las cuerdas, que concluye con una coda electrizante. Además, este movimiento también se caracteriza por incluir un bellísimo solo para tuba –magistralmente interpretado por Richard Alonso Díaz-, mientras que el 2° movimiento es un scherzo en forma de tocata. El 3° movimiento es lento y ensoñador, muy nostálgico, que se continúa con un coro de cellos que desarrolla en forma lenta el tema del 1° movimiento para dar luego paso a un rondo. Este Allegro giocoso contrasta con dos temas más calmos –en flauta y en coro de cuerdas- para luego desembocar en un frenesí. La versión ofrecida por Eiji Ojue fue estupenda, de una sublime musicalidad y haciendo énfasis en los pasajes más difíciles y más irónicos de la obra –en particular, los últimos acordes, donde los dos primeros violines y los dos primeros cellos tocan un staccato con notas equivocadas, provocando un tinte irónico-. Todos los músicos se lucieron en sus respectivas partes y el aplauso fue unánime al final del concierto. No sólo motivó que Ojue tuviera que salir varias veces a escena, sino que además, se dirigió a saludar a todos los solistas de los principales instrumentos. Al acercarse a los primeros violines, una persona del público le colocó una corona de flores. Posteriormente, el director agradeció al público que estaba sentado en la primera fila de la platea dándole la mano a cada uno de los asistentes, hasta que volvió a subir al podio. Y ahí se produjo algo inesperado: instó al público a aplaudir al compás de las claves, para desembocar con un bis: el 3° tema de la Rapsodia para Orquesta de Toyama, donde el  mismo director actuó como animador, dejando a los músicos tocando solos. A esta altura de las circunstancias, el Colón era toda una fiesta y al término de la pieza, el delirio era total.
            Esto demuestra con creces que la Filarmónica es una excelente orquesta sinfónica cuando existe un director capaz de manejarla y conducirla con creces, haciendo los ajustes correspondientes y un trabajo particular de ensayo y corrección. Y además, ofreciendo un repertorio integrado por obras nuevas y por otras poco habituales, lo cual es perfectamente saludable y necesario para la supervivencia de toda agrupación sinfónica de excelencia. Si se sigue por este camino, se podrán lograr cosas muy buenas en el futuro.

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