Dos transmisiones distintas por streaming de “LA
TRAVIATA” desde el Colón y el Metropolitan de New York
TRAVIATAS… ¡ERAN LAS DE ANTES!
Martha CORA ELISEHT
Dentro de la inmensa gama de
transmisiones de ópera por streaming, no
podía faltar el clásico de los clásicos: LA
TRAVIATA de Giuseppe Verdi (1813-1901), con libreto de Francesco María
Piave sobre La Dama de las Camelias de
Alexandre Dumas (h) (1824-1895), que se representó durante esta semana en el
Teatro Colón (12 de Julio), hecho que tuvo lugar sobre el escenario de nuestro
mayor coliseo el 15 de Septiembre de 2017 en coproducción con la Ópera de Roma,
cuyos roles principales fueron interpretados por Ermonella Jaho (Violetta Valéry), Samir Pirgu (Alfredo Germont) y Fabíán Veloz (Giorgio
Germont). Asimismo participaron los siguientes cantantes: María Victoria
Gaeta (Flora Bervoix), Santiago Bürgi
(Gastón), Gustavo Gibert (Barón Douphol), Alejandro Meerapfel (Marqués d’Orbigny), Mario De Salvo (Doctor Grenvil) y Daniela Ratti (Annina), con puesta en escena de Franco
Zefirelli, vestuario de Raimonda Gaetani –en reposición de Anna Bignotti- ,
escenografía de Andrea Miglio, con reposición de escena de Stefano Trépoli y
coreografía de Martín Miranda. Participaron la Orquesta y el Coro Estables de
la institución dirigidos por Evelino Pidó y Miguel Ángel Martínez
respectivamente.
Por su parte, el Metropolitan Opera
House de New York ofreció el miércoles 15 del corriente una versión histórica
que data de 1981, con el siguiente reparto: Ileana Cotrubas (Violetta), Plácido Domingo (Alfredo), Cornell Mc Neil (Giorgio Germont), Ariel Byber (Flora), Geraldine Decker (Annina), Dana Talley (Gastón), John Darrenkamp (Barón Douphol), William Eleck (Doctor Grenvil), Julien Robbins (Marqués) y Donald Deck (Mensajero). Actuaron James Levine y
David Stivnder como directores de Orquesta y Coro de la institución
respectivamente, mientras que la puesta en escena fue realizada por Colin
Graham, con iluminación de Gil Wechsler y coreografía y vestuario de Tanya
Moiseiwitsch.
La verdadera Dama de las Camelias existió en la vida real y fue no sólo amante
del escritor Alexandre Dumas, sino también la musa inspiradora de su célebre
novela. Se llamaba Alphonsine Marie Duplessis y fue una cortesana francesa
nacida en Ome (Baja Normandía) en 1824 y fallecida por tuberculosis en París en
1847. En 1845 inicia su relación con el mencionado poeta, quien la abandona
mediante una carta de despedida aduciendo que no era lo suficientemente rico
como para poder cortejarla. En realidad, la relación entre ambos no fue tan
idealizada como en la novela y Dumas la abandonó por terror de contraer
tuberculosis –una enfermedad incurable en aquella época- . Entre los numerosos
amantes de Marie figuraron no sólo nobles (el Conde de Perregaux y el
Barón ruso Alejandro Von Stackelberg,
entre otros), sino también el músico Franz Liszt. Un año antes de su muerte obtuvo
el título de Condesa de Perregaux por matrimonio –contraído en Londres- y
falleció en el lujoso piso que poseía en el Boulevard
de la Madeleine en París. Sus restos descansan en el cementerio de
Montmartre y nunca faltan camelias en su tumba.
Debido a que esta cronista estuvo en
Europa durante la mencionada representación del Colón, afortunadamente pudo
revivirla y apreciarla mediante la transmisión por streaming, mientras que la del Met forma parte de su programa
habitual de las mismas con motivo de la pandemia mundial de coronavirus
COVID-19. El objetivo de la presente nota no es realizar una comparación
–odiosa, por cierto- entre ambas versiones, sino resaltar y enfatizar las
fortalezas y debilidades de cada una de las dos producciones, que a juicio de
quien escribe han sido espectaculares.
La del Colón contó con una puesta en escena de lujo a cargo de un maestro de la
talla de Franco Zefirelli, que a diferencia de la del Met narra el comienzo de
la historia a partir de los últimos instantes de vida de la cortesana Violetta Valéry, próxima a morir como consecuencia del recrudecimiento de
su enfermedad. Por su parte, la del Met tuvo una puesta en escena muy clásica y
lujosa al mismo tiempo, con un magnífico vestuario de época –cosa que también
sucedió en el Colón-. Ambas
protagonistas lucieron vestidos de tonos claros –Ileana Cotrubas en blanco
níveo, lo que resaltó aún más su enfermedad de base, con camelias en el centro
de su pecho y en su cabello, mientras que Ermonella Jaho lo hizo en tonos de
crema y verde agua- en el 1° Acto y negro para la 2° escena del 2° Acto
–precisamente, indicando que algo fatal va a suceder-. La concepción de ambas
puestas en escena, escenografía y vestuario fueron magníficas en ambos
escenarios, al igual que la caracterización de todos los personajes. La versión
del Met tuvo un valor agregado en el último acto: resaltar la figura de la
protagonista mediante una poderosa iluminación, mientras que el resto de la
habitación permanece a oscuras.
Al evaluar el desempeño de los
directores de orquesta y del Coro, tanto James Levine como Evelino Pidó no sólo
demostraron ser profundos conocedores de la partitura verdiana, sino que además
desempeñaron una marcación más que correcta, respetando perfectamente los tempi y exaltando los momentos de mayor
intensidad dramática. Un verdadero placer y deleite para los oídos. Por su
parte, el italiano realizó una revisión de la partitura, ejecutando fragmentos
que no suelen ofrecerse en la mayoría de las versiones. Uno de ellos fue “Estrano…” del aria de Violetta en el 1° Acto, donde la
protagonista evocó fragmentos de su juventud. Y tocó completa la celebérrima “Addío del pasato”, cosa que no sucedió
en la versión del Met. El desempeño de
los Coros fue excelente en ambas versiones, al igual que la coreografía
empleada para el célebre Coro de
Picadores en la 2° escena del 2° Acto. Es una lástima que el Metropolitan
no haya mencionado en los títulos finales ni al coreógrafo ni a la pareja de
bailarines solistas, porque fueron estupendos.
En ambos casos, los roles
secundarios fueron encarados con gran profesionalidad por parte de ambos
elencos. Y en cuanto a los roles principales, esta cronista va a analizar cada
una de las dos funciones por separado, comenzando por la del Teatro Colón.
La soprano albanesa Ermonella Jaho
es una de las mejores intérpretes del rol protagónico en la actualidad. Posee
un gran caudal de voz y es una estupenda actriz, pero por momentos se la notó
muy chillona, casi gritando. Esto se notó más en la célebre “Sempre libera”, donde no dio el
sobreagudo característico de esta aria –que en realidad, no figura en la
partitura original, pero desde María Callas y Joan Sutherland en adelante, lo
cantaron todas las grandes intérpretes de este rol-. Y en “Addío del pasato” (donde se debe interpretar con cuasi un hilo de
voz, ya que es una tuberculosa que se está muriendo), sonó muy fuerte a oídos
de quien escribe. También estuvo muy
sobreactuada en otros momentos –cuando es despreciada por Alfredo en el 2° Acto y“É
tardi!” en el 3°-. Su compatriota Samir Pirgu interpretó un muy buen Alfredo, ya que no sólo posee una voz
caudalosa y un bello timbre vocal, sino también el physique du rôle óptimo para ese papel: joven, buen mozo y esbelto.
Salvo alguna que otra dificultad con el fraseo en italiano, no tuvo mayores inconvenientes.
Se lució en “Lunge da mei…. De mei
vollenti spiriti” y en el célebre dúo “Pariggi,
o cara”. Y fue ovacionado al final. Por su parte, Fabián Veloz encaró un
perfecto Giorgio Germont de punta a
punta, con una caracterización magistral. Una vez más demostró su alto grado de
profesionalismo y por qué es un intérprete destacado a nivel internacional.
Con respecto de la histórica función
del Metropolitan, la actuación del trinomio compuesto por Ileana Cotrubas,
Plácido Domingo y Cornell Mc Neil fue memorable desde todo punto de vista. A
pesar de ser una de las grandes intérpretes de Violetta, se la escuchó algo exigida en el 1° Acto y –por momentos-
algo ahogada. Una no puede precisar si lo hizo a propósito porque se puso
realmente en serio en la piel del personaje o si se debió a un problema vocal.
Lo cierto es que la gran soprano rumana se llevó los laureles en materia de
actuación y cantó perfectamente este gran clásico desde “Sempre libera” en adelante. El Met deliró en “Addío del pasato” porque era una tuberculosa muriéndose. Cantó
dicha aria con apenas un hilo de voz y con unos pianissimi de una perfección absoluta, al igual que en “É estrano….A cesato i spasmi del dolore”,
antes de morir en brazos de Alfredo. Un
muy joven Plácido Domingo ofreció una interpretación excelsa de cabo a rabo del
rol protagónico masculino. Se lo vio muy esbelto y con unos cuantos kilos de
menos respecto de su última actuación en
el Met. Sus inconfundibles dotes histriónicas y las consabidas musicalidad y
prodigalidad de su voz hicieron el resto. En el celebérrimo dúo “Pariggi, o cara”, los matices e
inflexiones de la voz de ambos fueron de una precisión absoluta. Era la primera
vez que una pudo apreciar a ese gran barítono llamado Cornell Mc Neil como Giorgio Germont. Si bien descolló desde
su encuentro con Violetta y su primer
aria (“Pura comme un ángelo…”), hizo
que el Met delirara luego de cantar “Di
Provenza al mar” y se mantuvo en la misma tesitura hasta el final.
Pareciera que las sopranos del siglo
XXI vienen rodeadas de mucho marketing,
o como se diría habitualmente: “se les está dando mucha bamboya”. Es totalmente
lícito y válido que publiciten sus carreras y actuaciones mediante este
recurso, pero hay que demostrarlo después sobre el escenario. Sucedió lo mismo
con Aída Garifullina y no estuvo a la altura de las circunstancias, al igual
que Ermonella Jaho. Sin menospreciar a nadie, LA TRAVIATA es una ópera muy traicionera por su gran popularidad,
que debe ser cantada a la perfección a fines de no cometer errores. Por eso es
preferible que sea interpretada por grandes voces, cuyas insuperables versiones
quedarán para siempre en el recuerdo.
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