jueves, 16 de julio de 2020


Dos transmisiones distintas por streaming de “LA TRAVIATA” desde el Colón y el Metropolitan de New York

TRAVIATAS… ¡ERAN LAS DE ANTES!
Martha CORA ELISEHT

            Dentro de la inmensa gama de transmisiones de ópera por streaming, no podía faltar el clásico de los clásicos: LA TRAVIATA de Giuseppe Verdi (1813-1901), con libreto de Francesco María Piave sobre La Dama de las Camelias de Alexandre Dumas (h) (1824-1895), que se representó durante esta semana en el Teatro Colón (12 de Julio), hecho que tuvo lugar sobre el escenario de nuestro mayor coliseo el 15 de Septiembre de 2017 en coproducción con la Ópera de Roma, cuyos roles principales fueron interpretados por Ermonella Jaho (Violetta Valéry), Samir Pirgu (Alfredo Germont) y Fabíán Veloz  (Giorgio Germont). Asimismo participaron los siguientes cantantes: María Victoria Gaeta (Flora Bervoix), Santiago Bürgi (Gastón), Gustavo Gibert (Barón Douphol), Alejandro Meerapfel (Marqués d’Orbigny), Mario De Salvo (Doctor Grenvil) y Daniela Ratti (Annina), con puesta en escena de Franco Zefirelli, vestuario de Raimonda Gaetani –en reposición de Anna Bignotti- , escenografía de Andrea Miglio, con reposición de escena de Stefano Trépoli y coreografía de Martín Miranda.  Participaron la Orquesta y el Coro Estables de la institución dirigidos por Evelino Pidó y Miguel Ángel Martínez respectivamente.
            Por su parte, el Metropolitan Opera House de New York ofreció el miércoles 15 del corriente una versión histórica que data de 1981, con el siguiente reparto: Ileana Cotrubas (Violetta), Plácido Domingo (Alfredo), Cornell Mc Neil (Giorgio Germont), Ariel Byber (Flora), Geraldine Decker (Annina), Dana Talley (Gastón), John Darrenkamp (Barón Douphol), William Eleck (Doctor Grenvil), Julien Robbins (Marqués) y Donald Deck (Mensajero). Actuaron James Levine y David Stivnder como directores de Orquesta y Coro de la institución respectivamente, mientras que la puesta en escena fue realizada por Colin Graham, con iluminación de Gil Wechsler y coreografía y vestuario de Tanya Moiseiwitsch.
            La verdadera Dama de las Camelias existió en la vida real y fue no sólo amante del escritor Alexandre Dumas, sino también la musa inspiradora de su célebre novela. Se llamaba Alphonsine Marie Duplessis y fue una cortesana francesa nacida en Ome (Baja Normandía) en 1824 y fallecida por tuberculosis en París en 1847. En 1845 inicia su relación con el mencionado poeta, quien la abandona mediante una carta de despedida aduciendo que no era lo suficientemente rico como para poder cortejarla. En realidad, la relación entre ambos no fue tan idealizada como en la novela y Dumas la abandonó por terror de contraer tuberculosis –una enfermedad incurable en aquella época- . Entre los numerosos amantes de Marie figuraron no sólo nobles (el Conde de Perregaux y el Barón  ruso Alejandro Von Stackelberg, entre otros), sino también el músico Franz Liszt. Un año antes de su muerte obtuvo el título de Condesa de Perregaux por matrimonio –contraído en Londres- y falleció en el lujoso piso que poseía en el Boulevard de la Madeleine en París. Sus restos descansan en el cementerio de Montmartre y nunca faltan camelias en su tumba.
            Debido a que esta cronista estuvo en Europa durante la mencionada representación del Colón, afortunadamente pudo revivirla y apreciarla mediante la transmisión por streaming, mientras que la del Met forma parte de su programa habitual de las mismas con motivo de la pandemia mundial de coronavirus COVID-19. El objetivo de la presente nota no es realizar una comparación –odiosa, por cierto- entre ambas versiones, sino resaltar y enfatizar las fortalezas y debilidades de cada una de las dos producciones, que a juicio de quien escribe han  sido espectaculares. La del Colón contó con una puesta en escena de lujo a cargo de un maestro de la talla de Franco Zefirelli, que a diferencia de la del Met narra el comienzo de la historia a partir de los últimos instantes de vida de la cortesana Violetta Valéry, próxima a  morir como consecuencia del recrudecimiento de su enfermedad. Por su parte, la del Met tuvo una puesta en escena muy clásica y lujosa al mismo tiempo, con un magnífico vestuario de época –cosa que también sucedió en el Colón-.  Ambas protagonistas lucieron vestidos de tonos claros –Ileana Cotrubas en blanco níveo, lo que resaltó aún más su enfermedad de base, con camelias en el centro de su pecho y en su cabello, mientras que Ermonella Jaho lo hizo en tonos de crema y verde agua- en el 1° Acto y negro para la 2° escena del 2° Acto –precisamente, indicando que algo fatal va a suceder-. La concepción de ambas puestas en escena, escenografía y vestuario fueron magníficas en ambos escenarios, al igual que la caracterización de todos los personajes. La versión del Met tuvo un valor agregado en el último acto: resaltar la figura de la protagonista mediante una poderosa iluminación, mientras que el resto de la habitación permanece a oscuras.
            Al evaluar el desempeño de los directores de orquesta y del Coro, tanto James Levine como Evelino Pidó no sólo demostraron ser profundos conocedores de la partitura verdiana, sino que además desempeñaron una marcación más que correcta, respetando perfectamente los tempi y exaltando los momentos de mayor intensidad dramática. Un verdadero placer y deleite para los oídos. Por su parte, el italiano realizó una revisión de la partitura, ejecutando fragmentos que no suelen ofrecerse en la mayoría de las versiones. Uno de ellos fue “Estrano…” del aria de Violetta en el 1° Acto, donde la protagonista evocó fragmentos de su juventud. Y tocó completa la celebérrima “Addío del pasato”, cosa que no sucedió en la versión del Met.  El desempeño de los Coros fue excelente en ambas versiones, al igual que la coreografía empleada para el célebre Coro de Picadores en la 2° escena del 2° Acto. Es una lástima que el Metropolitan no haya mencionado en los títulos finales ni al coreógrafo ni a la pareja de bailarines solistas, porque fueron estupendos.
            En ambos casos, los roles secundarios fueron encarados con gran profesionalidad por parte de ambos elencos. Y en cuanto a los roles principales, esta cronista va a analizar cada una de las dos funciones por separado, comenzando por la del Teatro Colón.
            La soprano albanesa Ermonella Jaho es una de las mejores intérpretes del rol protagónico en la actualidad. Posee un gran caudal de voz y es una estupenda actriz, pero por momentos se la notó muy chillona, casi gritando. Esto se notó más en la célebre “Sempre libera”, donde no dio el sobreagudo característico de esta aria –que en realidad, no figura en la partitura original, pero desde María Callas y Joan Sutherland en adelante, lo cantaron todas las grandes intérpretes de este rol-. Y en “Addío del pasato” (donde se debe interpretar con cuasi un hilo de voz, ya que es una tuberculosa que se está muriendo), sonó muy fuerte a oídos de quien escribe.  También estuvo muy sobreactuada en otros momentos –cuando es despreciada por Alfredo en el 2° Acto y“É tardi!” en el 3°-. Su compatriota Samir Pirgu interpretó un muy buen Alfredo, ya que no sólo posee una voz caudalosa y un bello timbre vocal, sino también el physique du rôle óptimo para ese papel: joven, buen mozo y esbelto. Salvo alguna que otra dificultad con el fraseo en italiano, no tuvo mayores inconvenientes. Se lució en “Lunge da mei…. De mei vollenti spiriti” y en el célebre dúo “Pariggi, o cara”. Y fue ovacionado al final. Por su parte, Fabián Veloz encaró un perfecto Giorgio Germont de punta a punta, con una caracterización magistral. Una vez más demostró su alto grado de profesionalismo y por qué es un intérprete destacado a nivel internacional.
            Con respecto de la histórica función del Metropolitan, la actuación del trinomio compuesto por Ileana Cotrubas, Plácido Domingo y Cornell Mc Neil fue memorable desde todo punto de vista. A pesar de ser una de las grandes intérpretes de Violetta, se la escuchó algo exigida en el 1° Acto y –por momentos- algo ahogada. Una no puede precisar si lo hizo a propósito porque se puso realmente en serio en la piel del personaje o si se debió a un problema vocal. Lo cierto es que la gran soprano rumana se llevó los laureles en materia de actuación y cantó perfectamente este gran clásico desde “Sempre libera” en adelante. El Met deliró en “Addío del pasato” porque era una tuberculosa muriéndose. Cantó dicha aria con apenas un hilo de voz y con unos pianissimi de una perfección absoluta, al igual que en “É estrano….A cesato i spasmi del dolore”, antes de morir en brazos de Alfredo. Un muy joven Plácido Domingo ofreció una interpretación excelsa de cabo a rabo del rol protagónico masculino. Se lo vio muy esbelto y con unos cuantos kilos de menos respecto de su última actuación  en el Met. Sus inconfundibles dotes histriónicas y las consabidas musicalidad y prodigalidad de su voz hicieron el resto. En el celebérrimo dúo “Pariggi, o cara”, los matices e inflexiones de la voz de ambos fueron de una precisión absoluta. Era la primera vez que una pudo apreciar a ese gran barítono llamado Cornell Mc Neil como Giorgio Germont. Si bien descolló desde su encuentro con Violetta y su primer aria (“Pura comme un ángelo…”), hizo que el Met delirara luego de cantar “Di Provenza al mar” y se mantuvo en la misma tesitura hasta el final.
            Pareciera que las sopranos del siglo XXI vienen rodeadas de mucho marketing, o como se diría habitualmente: “se les está dando mucha bamboya”. Es totalmente lícito y válido que publiciten sus carreras y actuaciones mediante este recurso, pero hay que demostrarlo después sobre el escenario. Sucedió lo mismo con Aída Garifullina y no estuvo a la altura de las circunstancias, al igual que Ermonella Jaho. Sin menospreciar a nadie, LA TRAVIATA es una ópera muy traicionera por su gran popularidad, que debe ser cantada a la perfección a fines de no cometer errores. Por eso es preferible que sea interpretada por grandes voces, cuyas insuperables versiones quedarán para siempre en el recuerdo. 

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