miércoles, 8 de junio de 2022

 

La imponente puesta en escena de Stefano Poda opacó el espíritu verdiano

 

NO TODO LO QUE DESLUMBRA ES DE BUENA CALIDAD

Martha CORA ELISEHT

 

            Tras dos años de suspensión por la pandemia de COVID 19 y luego de 31 años de prolongada ausencia en el escenario del Colón, finalmente “NABUCCO” retornó a nuestro mayor coliseo. Fue el primer gran éxito de Giuseppe Verdi (1813-1901) y esta reposición contó con la dirección musical de Carlos Vieu, puesta en escena de Stefano Poda -quien asimismo asumió el diseño de iluminación, escenografía, vestuario y coreografía-, acompañado en esta tarea por Imme Müller (asistente de vestuario) y Paolo Gianni Cei (coordinador artístico y asistente de producción). Participaron la Orquesta Estable y Coro de dicho teatro, bajo la dirección de Miguel Martínez.

            Las representaciones comenzaron el 31 de Mayo pasado y se extenderán hasta el domingo 12 de Junio próximo. Quien escribe tuvo la oportunidad de asistir a una función extraordinaria llevada a cabo el martes 7 del corriente con el siguiente reparto: Leonardo López Linares (Nabucco), Mónica Ferracani (Abigaille), Santiago Vidal (Ismaele), Christian Peregrino (Zaccaria), Florencia Machado (Fenena), María Belén Rivarola (Anna), Christian De Marco (Sumo Sacerdote) y Gabriel Centeno (Abdallo). Participaron 40 figurantes especialmente contratados para esta ocasión, acompañando al figurante estable Enrique Leyes bajo la coordinación de Jimena Mangione.

            Quizás sin merecerlo, la auténtica estrella de esta producción ha sido la impactante puesta en escena de Stefano Poda. Concebida originalmente por su autor como “un blanco puro y abstracto, un mundo de búsqueda hacia la liberación del dolor, de las prisiones, de la violencia: el lenguaje contemporáneo de la danza acompaña los personajes en un infierno del Dante hacia un final de redención universal”, poco tiene que ver con la historia del rey asirio Nabucodonosor, quien destruyó el Templo de Salomón en Jerusalén en el año 586 A.C., sobre la cual Temistocle Solera se inspiró para redactar el libreto. Ese blanco puro y abstracto sobre un escenario completamente abierto no sólo desdibujó el contexto histórico en el que se desarrolla la obra, sino que además impidió que los cantantes puedan lucirse y desenvolverse eficazmente sobre el escenario. Los cambios de escena fueron hechos mediante el uso del escenario giratorio -por momentos, excesivo- y por cuadrículas que caían como paneles sobre los protagonistas. Y en el 3° Acto, mediante estructuras cúbicas que poseían diferentes partes del cuerpo humano o escritos totalmente abstractos hasta llegar a una figura en la escena final, coincidente con la muerte de Abigaille. Si a eso se le suma una potente iluminación sobre el centro del escenario, llega un momento donde el espectador se cansa y se encandila (quien escribe debió usar lentes con antirreflejo para poder apreciar el espectáculo desde Galería). Quizás este detalle no se aprecie desde la platea, pero desde las ubicaciones altas, marea y produce cansancio visual. Y si eso se le suma un montón de figurantes vestidos de blanco -que eran totalmente funcionales, pero que en determinado momento no se sabía de qué bando formaban parte -asirios o hebreos- fluyendo y haciendo ejercicios aeróbicos en forma constante, no se entendía la concepción de la obra. Fue muy fácil distinguir a los hebreos de los asirios por su vestimenta -blanco para los primeros y negro, para los segundos-, pero nada más. Lo único coherente fue la aparición de la cinta de Moebius formando un óvalo imperfecto en el celebérrimo “Va, pensiero”. En la mitología celta, el círculo representa la figura geométrica más perfecta y, por lo tanto, se relaciona con Dios. Y si bien no era un círculo sino un óvalo, responde al concepto por el cual, Dios es un todo y todos somos Dios. En resumen: logró que todo el mundo hablara de una puesta en escena inerte, inerme y aséptica, con un exceso de escenario giratorio y de figurantes en escena, que lo único que producen es agotamiento visual.

            Dejando de lado este polémico ítem, la dirección musical de Carlos Vieu fue impecable. Es uno de los mejores directores del país, especialista en ópera y particularmente, en el repertorio verdiano. Supo sacarle brillo a la Estable desde la Obertura y esta característica prevaleció durante toda la obra merced a su gran profesionalismo. En el caso particular de NABUCCO, el Coro es un protagonista más. La dirección y preparación a cargo de Miguel Martínez fue excelente y el público aplaudía luego de todas y cada una de sus intervenciones (¿“Gli arredi festivi giú cadano infranti”, “Lo vedeste?” en el 1° Acto; “Che si vuol?... Il maledetto non ha Fratelli” en el 2°; “É l’Assiria una regina”, en el 3°) hasta desembocar en “Va, pensiero, sull’alli dorate”, donde el público aplaudió intensamente tras finalizar el aria.

            También tuvieron una destacada actuación los cantantes coprimarios, que ofrecieron una muy buena versión de sus respectivos personajes: María Belén Rivarola como Anna, Christian De Marco como el Sumo Sacerdote de Baal y Gabriel Centeno como Abdallo. El tenor Santiago Vidal hizo su debut en el Colón como Ismaele y sorprendió con una voz melodiosa, con buenos matices y color tonal, destacándose en los diálogos con Fenena (“Fenena! O mía diletta!”) y Abigaille (“Ió t’amava”), al igual que con el resto de los personajes y el coro (“O vinti, il capo a terra!”; “Che si vuol.?... Il maledetto non ha fratelli”). Por su parte, Florencia Machado dio vida a una muy buena Fenena, destacándose en el duetto de amor junto a Ismaele y tras su conversión al judaísmo, pidiendo por la vida de su amado (“Deh, Fratelli, perdonate!”), al igual que yendo al cadalso (“Oh, dischiuso é il firmamento!”). Pero la gran figura de la noche fue la soprano Mónica Ferracani, quien supo abordar perfectamente el difícil rol de Abigaille. Es uno de los roles más complicados del repertorio verdiano, donde la soprano posee pasajes de gran exigencia vocal -tanto en los agudos como en los graves-. Esto se puso de manifiesto en las dos arias iniciales del 2° Acto (“Ben ió t’invenni” y “Anch’ió dischiuso un giorno”), al igual que en los diálogos con Nabucco (“Donna, chi sei?”; “Deh, perdona”) y antes de morir (“Su me…morente…esanime”). Unido esto a sus magníficas dotes histriónicas, fue ovacionada hacia el final. Lo mismo sucedió con el barítono Leonardo López Linares, quien cantó este rol en varias oportunidades y, por lo tanto, demostró con creces su convocatoria para encarnar el protagonista. Su gran caudal vocal le permitió abordar los pasajes más destacados de la obra (“Si finga… Tremin gl’insani del mio furore!”; “S’appressangl’instanti”; “S’oda or me”) hasta su conversión al judaísmo para derrotar a Abigaille y salvar a Fenena (“Dío di Giuda!”) y el triunfal “Ah, torna Israello” hacia el final. Y Christian Peregrino supo dar vida a un muy buen Zaccaria, con una destacadísima actuación durante toda la obra (“Sperate, o figli!”; “Comme notte a sol fulgente”; “Vieni, o Levita” y “Tu, sul labbro de’veggenti”) hasta “Va, la palma del martirio” que abre el último acto.

            Siempre es maravilloso poder escuchar ópera en el ámbito de un gran teatro lírico como el Colón y si cuenta con un elenco de primeras figuras, tanto mejor. Eso realza el espectáculo y hace que sea recordado como una gran producción. Lamentablemente, se contrató a un realizador que podrá ser muy talentoso a nivel internacional, pero que concibió a un clásico despojándolo completamente del contexto histórico y del espíritu de Verdi mediante una puesta en escena inerte, inerme y aséptica. En el caso particular de esta cronista, si una tiene ganas de mirar azulejos blancos, los ve todos los días en el hospital público. Y siguiendo con la paráfrasis sanitaria, las estructuras cúbicas eran el equivalente a la morgue. Si a esto se le suma que el nivel de canto a cargo del primer elenco fue muy desparejo, una vez más, una reafirma que en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se gasta mucho y mal. El Teatro Colón depende del Gobierno de la Ciudad y se sigue insistiendo en traer figuras internacionales cuyas voces no son aptas para el escenario de nuestro mayor coliseo. Dejen de despilfarrar innecesariamente el dinero de los contribuyentes porteños y brinden oportunidad a nuestros artistas, que ofrecieron una versión mucho mejor desde el punto de vista vocal y actoral. 

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