Irregular versión de “IL TROVATORE” en el inicio de
temporada del Ensamble Lìrico Orquestal
HAY QUE APRETAR LAS CLAVIJAS
Martha CORA ELISEHT
El Ensamble Lírico Orquestal abrió su temporada de òpera
con un clásico de Verdi: “IL TROVATORE”,
que se representó entre los días 24 al 27 del corriente con el siguiente
elenco: Gaston Oliveira Wecksser (Manrico),
Svetlana Volosenko (Leonora), Enrique
Gibert Mellá (El Conde de Luna), María
Luján Mirabelli (Azucena), Carlos
Esquivel (Ferrando), Fabián Quenard (Ruiz), Angie Maya (Inez), Ángel Cericchio (Mensajero)
y Eduardo Maradei (Gitano). Participaron
la orquesta y coro de dicha agrupación, dirigidos por Gustavo Codina, con
dirección artística de Cecilia Layseca. La escenografía y el vestuario estuvieron
a cargo de Jessica Barredo Díaz, con régie de Raúl Marego.
Por tratarse de una compañía lírica independiente, que
cuenta con escasos recursos económicos para la producción escénica y
contratación de artistas, es muy loable y meritorio el esfuerzo de Gustavo
Codina y su equipo no sólo para representar espectáculos líricos fuera del
circuito oficial (Teatro Colón y Teatro Argentino de La Plata), sino también
con el objetivo de brindar trabajo a cantantes, músicos, escenógrafos,
vestuaristas y técnicos. Por lo tanto, es sumamente meritorio el hecho de
representar una ópera completa de Verdi con una orquesta muy reducida -17
músicos en total, contando a dos tecladistas- y que en líneas generales, haya
sonado bastante bien. Sin embargo, hubo numerosos desacoples con las entradas
del coro en las escenas donde se requiere la mayor participación del mismo (Ej:
el coro de los gitanos y el Miserere del
4ª Acto). Si se tiene en cuenta que no está compuesto por cantantes
profesionales, es otro mérito a tener en cuenta, pero no para representar una
obra sumamente conocida, que requiere que el sonido sea lo más compacto
posible. Lo mismo sucedió con la entrada del coro junto a Manrico en el aria más famosa de la ópera (Di quella pira), donde sonó muy lento, lo que obligó al tenor a
guardar la voz para contraatacar en el Do
de pecho con el cual, culmina la misma También pasó lo mismo con Enrique
Gibert en el aria del Conde de Luna en
el convento, pero la profesionalidad del barítono hizo que pasara inadvertido.
Puso en práctica su formidable dominio escénico y el caudal de su voz al
servicio del personaje, logrando una excelente interpretación del malvado Conde, que se llevó los aplausos del
público.
En cuanto a los protagonistas, la actuación de María
Luján Mirabelli como Azucena fue
descomunal, dando una auténtica cátedra de canto y actuación sobre el
escenario. Sin lugar a dudas, fue lo mejor de la noche, conjuntamente con el
tenor Gaston Oliveira Weckesser, quien brindó una impecable
interpretación del trovador Manrico. No
sólo posee el physique du ròle para
la ejecución del personaje, sino además, una voz potente, melodiosa, que corrió
por toda la sala, que en forma conjunta con sus dotes histriónicas brindó el
particular dramatismo que requiere esta obra. La soprano rusa Svetlana
Volosenko –radicada en Argentina desde hace 20 años- ofreció una correcta
versión de Leonora desde la parte
vocal e interpretativa, aunque su italiano haya dejado algo que desear. Se sabe
que los cantantes de origen eslavo no poseen –en general- un buen fraseo, lo
que dificulta una perfecta ejecución del rol. Y Carlos Esquivel también cantó
correctamente el rol de Ferrando. No
puede decirse lo mismo de Angie Maya, que brindó una apagada y deslucida
versión de Inez.
En cuanto a la régie
y el vestuario, hubo cosas un tanto extrañas, que pudieron dar origen a
varias interpretaciones. Que los esbirros del Conde de Luna aparezcan vestidos de soldados y luzcan jinetas
militares es algo que coincide totalmente con lo expresado en el libreto, pero
cuesta entender por qué las monjas del convento donde Leonora va a recluirse aparecieron todas con hábitos blancos sobre
sus cabezas –en lugar de los tradicionales negros- y anteojos oscuros sobre el
escenario. (¿Alguna alusión a las Madres de Plaza de Mayo, quizás?... No hay
que olvidar que Manrico desconoce su
verdadera identidad, la cual le es negada hasta después de su muerte). El piso
del escenario estaba lleno de cruces blancas, que podría interpretarse de dos
maneras: ¿como si fuera un camposanto, o haciendo alusión a los desaparecidos
de la última dictadura?... Esta cronista no puede responder esa pregunta. Por
ende, habrá que preguntárselo al régisseur
y ver qué fue lo que quiso decir. Lo que sí se puede decir es que no cayó bien
que las voces femeninas del coro emplearan los lentes oscuros de frente al
público.
Por tratarse de un proyecto tan ambicioso y de una obra
tan conocida, hay que representarla de la mejor manera posible: es decir,
ajustando las voces, logrando la entrada correcta del coro para evitar
desacoples y eligiendo los mejores cantantes para los roles protagónicos –tanto
principales como secundarios-. Y tener un poco más de imaginación para lograr
una puesta en escena que no tiene por qué ser ostentosa. Se pueden lograr
grandes efectos con cosas simples, de tal modo que no se presten a
controversias. El universo verdiano es
infinitamente rico en materia de posibilidades.
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