EL POETA DEL PIANO SONÓ COMO TAL
Martha CORA ELISEHT
Cuando se hace referencia a Frederic Chopin (1810-1849), inmediatamente se lo
asocia con el piano. No sólo fue un virtuoso y un intérprete que manifestaba a través de
su música el dolor que le producía la ocupación de su Polonia natal bajo el yugo ruso,
sino también un compositor genial. La mayoría de su vasta obra está destinada a dicho
instrumento, motivo por lo cual se lo conoce como “el poeta del piano”. Por ende, los
más importantes y prestigiosos concursos y certámenes internacionales de dicho
instrumento llevan su nombre.
Dentro del Ciclo de Cámara llevado a cabo en el Salón Dorado del Teatro Colón
durante el transcurso del corriente año, el pasado miércoles 18 del corriente tuvo lugar
en dicha sala el último de los recitales de piano a cargo de José Luis Juri formado
íntegramente por obras de Chopin, que se detallan a continuación:
- Nocturno en Do sostenido menor, Op.27 n°1
- Scherzo en si bemol menor, Op.31 n°2
- Berceuse en Re bemol mayor, Op.57
- Barcarola en Fa sostenido mayor, Op.60
- Polonesa Fantasía en La bemol mayor, Op.61
- Balada en Sol menor, Op.23 n°1
- Balada en La bemol mayor, Op.47 n°3
Todas las obras comprendidas en el programa tuvieron un común denominador:
fueron publicadas en vida del compositor e interpretadas con elegancia y precisión, que
fueron las principales características del presente recital. José Luis Juri ofreció una
versión precisa, sutil y netamente romántica desde los primeros compases del Nocturno
en Do sostenido menor, Op.27 n°1, mientras que el célebre Scherzo en Si bemol menor,
Op.31 n°2 sonó romántico y apasionado -quizás, algo más lento en el tempo respecto de
las versiones que una está acostumbrada a escuchar, pero bien marcado-. Lo mismo
sucedió con la Berceuse en Re bemol mayor, Op.57, que data de 1844 y que sonó muy
dulce y precisa desde los primeros compases, pasando por los pasajes de escalas
cromáticas ascendentes y descendentes con perfecto dominio de trinos y arpegios. En
cuanto a la Barcarola en Fa sostenido mayor, Op.60, la interpretación fue exquisita,
sutil y envolvente. Fue compuesta entre 1845 y 1846 e imita las escenas del bel canto
operístico por las filigranas y ornamentación de líneas para mano derecha y
acompañamiento con arpegios en la izquierda. Representa una de las obras más
demandantes del repertorio chopiniano junto con la Polonesa- Fantasía op.61, de gran
complejidad armónica y forma musical intrincada. Precisamente, se denomina así
porque la fantasía es la forma en la que se basa la pieza, pero luego, adquiere matices de
polonesa. En este caso, se escuchó una versión refinada, equilibrada y con muy buen
dominio de tempi (Allegro maestoso- Piú lento) completamente diferente a la escuchada
la semana pasada en el Palacio Paz, donde hubo exceso de uso del pedal.
A continuación, José Luis Juri brindó una bellísima interpretación de las dos
Baladas más célebres que compuso Chopin: la N°1 en Sol menor, op.23 y la N°3 en La
bemol mayor Op.47. La primera fue escrita durante la estadía de Chopin en Viena en
1831 y completada en 1835, cuando el compositor ya se encontraba radicado en París,
mientras que la segunda, en 1841 y fue dedicada a la Princesa de Noailles. Esta última
es la más completa de las 4 baladas que escribió Chopin y posee una serie de
modulaciones (dolce/ mezza voce/ piano/ forte) que permiten aumentar la tensión
mediante una serie de cadencias y arpegios que fueron ejecutados de manera solemne y,
a la vez, romántica. A su vez, la Balada en Sol menor Op.27 n°1 abre con un acorde
napolitano que le brinda cierta majestuosidad antes de pasar al tema principal
(Moderato). Posteriormente, un segundo tema se introduce y sufre una serie de
transformaciones que desembocan en la coda final (Presto con fuoco) donde emerge el
primer acorde. Una obra compleja, que sonó apasionada, precisa, romántica y cuya
intensidad aumentaba a medida que iba transcurriendo el recital. El público estalló en
aplausos y vítores tras cada interpretación y, especialmente, al final, lo que obligó al
pianista a hacer un bis: la Mazurca en La menor, Op.17, n°4, que sonó imbuida del
espíritu chopiniano.
Si bien este recital marcó el cierre del ciclo del Salón Dorado, bien pudo haber
sido el final de CHOPINIANA. Un justo y merecido homenaje al poeta del piano por
uno de los más grandes intérpretes argentinos, que sonó como tal merced a las virtudes
de un especialista en la materia.oda final (Presto con fuoco) donde emerge el
primer acorde. Una obra compleja, que sonó apasionada, precisa, romántica y cuya
intensidad aumentaba a medida que iba transcurriendo el recital. El público estalló en
aplausos y vítores tras cada interpretación y, especialmente, al final, lo que obligó al
pianista a hacer un bis: la Mazurca en La menor, Op.17, n°4, que sonó imbuida del
espíritu chopiniano.
Si bien este recital marcó el cierre del ciclo del Salón Dorado, bien pudo haber
sido el final de CHOPINIANA. Un justo y merecido homenaje al poeta del piano por
uno de los más grandes intérpretes argentinos, que sonó como tal merced a las virtudes
de un especialista en la materia.
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