jueves, 22 de junio de 2023

 

Gran concierto de Zoe Zeniodi y Vadim Gluzman junto a la Filarmónica en el Colón

 

EL ORDEN DE LOS FACTORES NO ALTERA EL PRODUCTO

Martha CORA ELISEHT

 

            El axioma matemático al cual se refiere el título de esta nota no es casual. A veces, es preferible cambiar el orden de las obras comprendidas en un programa de concierto por diferentes motivos: porque son más breves o porque llevan un orgánico orquestal con mayor cantidad de instrumentos, o también porque la obra de fondo permite un mayor lucimiento del solista invitado. Precisamente, esta conjunción de factores fue la que tuvo lugar el pasado viernes 16 del corriente dentro del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA) en el Teatro Colón, con la presencia de Zoe Zeniodi en el podio y la participación del violinista Vadim Gluzman como solista invitado, en un concierto integrado por las siguientes obras:

-         Réverie, Op.24- Alexander SCRIABIN (1872-1915)

-         Sinfonía n°4 (en memoria de Michelangelo)- Giya KANCHELI (1935-2019)

-         Concierto n°1 para violín y orquesta en La menor, Op.77- Dmitri SHOSTAKOVICH (1906-1975)

Si bien en el programa original el orden era el siguiente: en primer lugar, la obra de Scriabin; en segundo lugar, el concierto de Shostakovich y la sinfonía de Kancheli como obra de fondo, las mismas se ejecutaron tal como figuran en la presente nota. Réverie fue la primera obra que Scriabin compuso para orquesta en 1898 en secreto como una miniatura en la tonalidad de Mi mayor. Al presentarla como una sorpresa a su editor Mitofan Beliáyev bajo el nombre de Prélude, al editor le pareció un título poco apropiado y decidió llamarla Réverie (Ensoñación). Además, tenían que buscar un nombre para las ediciones en ruso y se habían propuesto dos términos: mechti (sueños) y gryozy (meditación, contemplación). Finalmente, prevaleció el primero y fue estrenada en Diciembre de ese mismo año en San Petersburgo bajo la dirección de Nikolai Rimsky- Korsakoff, quien la había elogiado previamente luego de haberla ejecutado al piano. Mediante una serie de recursos tales como trinos y trémolos recurrentes, juegos cromáticos y brillo en las cuerdas, se crea una atmósfera de ensoñación a la que alude su título y una evasión de lo cotidiano. Los primeros acordes a cargo de la flauta y el clarinete estuvieron muy bien ejecutados por Claudio Barile y Matías Tchicouret respectivamente y, en líneas generales, la orquesta sonó muy bien, creando ese doble clima previamente descripto en los 5 minutos que dura la obra.

Tras el ingreso del orgánico prácticamente completo, la directora griega tomó el micrófono y se dirigió al público en un impecable castellano agradeciendo no sólo los aplausos y la invitación, sino también “el honor de dirigir por primera vez en el teatro más hermoso del mundo” según sus propias palabras. De paso, aprovechó la oportunidad para comentar algunos ítems sobre la mencionada sinfonía del compositor georgiano Giya Kancheli en calidad de estreno local. Ganadora de un premio nacional por encargo del Ministerio de Cultura de la Unión Soviética en 1976 con motivo de los 500 años del nacimiento de Michelangelo, su estreno tuvo lugar en Tbilisi en 1975 a cargo de la Orquesta Filarmónica de Georgia. Posteriormente, se estrenó en 1978 en Estados Unidos con participación de la Orquesta de Filadelfia, bajo la dirección de Yuri Temirkanov. Consta de un solo movimiento y es una obra de carácter cíclico, donde se alternan tutti y forti con silencios, que van acorde a la energía de la pieza. Su estructura es muy similar al Poema del Éxtasis de Scriabin, donde la apertura está a cargo de las campanas en pianissimo en contrapunto con los dos solistas de segundos violines -estupenda labor de Hernán Briático y Gerardo Pachilla al respecto- y, posteriormente, las campanas van in crescendo hasta el tutti orquestal, con una muy buena línea melódica que permite el lucimiento de todos los solistas instrumentales en los pianissimi como en los forti. Posee numerosos contrapuntos, donde se destacan la primera viola con el fagot y la flauta -muy buena labor de Kristine Bara junto a William Thomas Genz y Claudio Barile- y luego, otro a cargo del arpa y la celesta, donde Alina Traine y Guillermo Salgado también desempeñaron una muy buena labor. La obra culmina de la misma manera que al inicio y tuvo una muy buena recepción por parte del público, que se tradujo en numerosos aplausos.

A diferencia de la directora helénica -quien hizo su debut en el Colón-, Vadim Gluzman se ha presentado en numerosas oportunidades en nuestro mayor coliseo y demostró su virtuosismo en la interpretación del Concierto n°1 en La menor, Op.77 de Shostakovich, compuesto entre 1947 y 1948 y que consta de 4 movimientos: Nocturne: Moderato/ Scherzo: Allegro/ Passacaglia- Andante- Cadenza/ Burlesque: Allegro con brio- Presto. El israelí es uno de los mejores intérpretes en la actualidad y lo demostró con creces sobre el escenario del Colón, donde hizo gala de su monumental fraseo, técnica y por sobre todas las cosas, lo interpretó con suma emoción. No hay que olvidar que en esta pieza, Shostakovich hizo uso de temas judíos como protesta al antisemitismo reinante en aquel entonces y, en vez de usar la contraposición característica de una sonata, reemplaza al primer movimiento por un Nocturno que permite desarrollar el lirismo del violín y coloca la cadencia casi al final del concierto, modificación que rompió con los cánones tradicionales en la materia. Vadim Gluzman hizo derroche de gala y maestría y la Filarmónica supo acompañarlo en una gran actuación. Como no podía ser de otra manera, el público estalló en una ovación de aplausos y vítores. Zoe Zeniodi se sintió sumamente emocionada y conmovida al final del concierto, mientras que Gluzman anunció un bis: la Partita n°7 para violín solo de un compositor ucraniano -lamentablemente, una no pudo escuchar con claridad a quién se refería-, obra de suma belleza que fue interpretada de manera sutil y exquisita. Un nuevo aluvión de aplausos para el solista, quien se retiró ovacionado junto con los músicos.

El hecho de haber presentado tres obras del repertorio ruso -prácticamente inéditas o que se ejecutan en raras ocasiones- representa un gran mérito para la Filarmónica y un acierto en cuanto a la programación de su ciclo de conciertos. Una muy buena dupla integrada por un virtuoso y una directora de excelencia permitió que se viviera una noche digna del Colón. En este caso, el orden de los factores no sólo no altera el producto, sino que, además, lo potencia.       

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