Muy buena presentación del brasileño Claudio Cruz al frente de la Filarmónica
UN POCO ESTRIDENTE, PERO DE MUY BUENA CALIDAD
Martha CORA ELISEHT
Después de los ecos del Festival Rachmaninov en el Teatro Coliseo, la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires volvió a su casa. El Colón es su ámbito natural y la sede
de su tradicional Ciclo de Abono, donde el sábado 7 del corriente se presentó junto a
dos intérpretes brasileños: el director Claudio Cruz y el pianista Arnaldo Cohen -quien
fue convocado a último momento en reemplazo de su compatriota María João Pires y de
Valentina Lisitsa, quien fuera anunciada como originalmente suplente de la gran pianista
brasileña- para interpretar el siguiente programa:
- Obertura de “IL GUARANY”- Carlos GÓMES (1836-1896)
- Concierto para piano y orquesta n°1 en Si bemol menor, Op. 23- ¨Piotr I.
TCHAIKOVSKY (1840-1893)
- Bachianas Brasileiras n°7- Heitor VILLA- LOBOS (1887-1959)
Originalmente, se iba a interpretar el Concierto en Re menor para piano y orquesta
n°20, K.466 de Mozart, pero ante la enfermedad de Pires y su reemplazo posterior por
Lisitsa, esta última decidió reemplazarlo por el clásico concierto n°1 de Tchaikovsky.
Cuando se supo que la talentosa pianista ucraniana no iba a venir, su reemplazante
decidió asumir el compromiso y así sucedió el pasado sábado, ante un Colón
prácticamente atiborrado de público -principalmente, en las localidades altas-.
Tras la aparición del director con un orgánico prácticamente completo, la
Filarmónica sonó estridente y majestuosa desde los primeros compases de la obertura de
IL GUARANY -considerada por muchos, como el segundo himno nacional brasileño-.
Compuesta en 1870 sobre el drama homónimo de José de Alencar, es una ópera de corte
italiana ambientada en Brasil. La obertura alterna un tema marcial, un recitativo
instrumental y otro, de carácter lírico, mediante una rica y profusa orquestación. Se
escuchó una orquesta muy firme, segura y afianzada desde su inicio, con un perfecto
dominio de los planos sonoros y lucimiento instrumental. Puede que haya sonado un
poco fuerte a oídos de quien escribe, pero no por ello dejó de tener su carácter
imponente y, por ciertos momentos, fuertemente patriótico. Lo hizo muy bien y fue
ampliamente aplaudida por el público.
Acto seguido, Arnaldo Cohen y Claudio Cruz se presentaron sobre el escenario para
brindar una muy buena versión del archiconocido Concierto n°1 para piano y orquesta
en Si bemol menor de Tchaikovsky. Compuesto en Moscú entre 1874 y 1875, fue
originalmente dedicado a Nikolai Rubinstein, quien fuera su profesor en el
conservatorio de Moscú. Sin embargo, cuando Rubinstein lo ejecutó, manifestó su
desagrado. Profundamente decepcionado por la actitud de su profesor, Tchaikovsky
decidió cambiar la dedicatoria a Hans von Bülow, quien lo estrenó en Boston en
Octubre de 1875, gozando de un éxito rotundo que predomina hasta la actualidad. Sus
tres movimientos (Allegro non troppo e molto maestoso (en Re bemol mayor)- Allegro
con spirito (en Si bemol menor) / Andantino semplice- Prestissimo (Re bemol mayor) /
Allegro con fuoco (Si bemol mayor)) representan un auténtico desafío para el solista, ya
que las cadencias, arpegios y pasajes son de extrema dificultad técnica. Por ser una
obra tan famosa universalmente, cualquier falla se aprecia enseguida. Si bien Arnaldo
Cohen demostró con creces sus extensos antecedentes curriculares sobre el escenario
del Colón, hubo pasajes donde se notaron algunas imperfecciones y notas blancas en la
sucesión de arpegios con síncopa del 1° movimiento y en el glissando del solo del 2°
movimiento. Pese a toso, salió airoso de semejante compromiso. La Filarmónica supo
acompañarlo más que correctamente, logrando un perfecto equilibrio sonoro y con muy
buenas intervenciones de sus principales solistas instrumentales para lograr una versión
refinada y apasionada de tan célebre obra. El aplauso del público fue notorio y motivó a
Cohen a hacer una versión del sempiterno y célebre Vals en Re bemol mayor, Op.64, n°1
(“Del Minuto”) de Chopin, que sonó magistral. El pianista brasileño se retiró
sumamente aplaudido y satisfecho.
Las Bachianas Brasileiras son un grupo de 9 obras compuestas por Heitor Villa-
Lobos entre 1930 y 1945, denominadas de esta manera por la admiración que este
compositor sentía por Bach. En todas se conjugan la estructura de la suite barroca con
elementos del folklore y la tradición musical de Brasil y, en el caso particular de la n°7,
es una de las que incluye el orgánico completo de la orquesta, junto con la n°2 y la n°8.
Compuesta en 1942 y estrenada por el propio compositor al podio en 1944, consta de 4
movimientos: Preludio (Pontelo)/ Giga (Quadrilha caipira) / Toccata (Desafío) y Fuga
(Conversa), que fueron abordadas perfectamente bien por la Filarmónica, sonando
típicamente brasileiras en sus dos movimientos centrales (giga y toccata) merced a la
profesionalidad de sus integrantes. No obstante, la orquesta sonó sumamente estridente
en el último movimiento, cuando, en realidad, la fuga debiera sonar un poco más sutil.
Sin embargo, no le restó mérito a Cruz, quien, en líneas generales, logró una versión
vibrante. Al final del concierto, tanto el director como la orquesta se retiraron
sumamente aplaudidos.
De un tiempo a esta parte, la orquesta está pasando por un excelente momento y lo
demuestra en cada actuación. Poco a poco y, con el correr del tiempo, marca su nivel y
se impone como uno de los mejores organismos sinfónicos del país. Sólo le faltaría un
director titular que la impulse y la eleve a nivel internacional, ya que le sobran méritos.
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