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miércoles, 3 de octubre de 2018
Ecos de un concierto con algunos desniveles en el Ciclo de Abono de la Filarmónica
UNA DE CAL Y UNA DE ARENA
Martha CORA ELISEHT
El pasado jueves 27 de Septiembre tuvo lugar el 14° Concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Colón, bajo la dirección de Enrique Arturo Diemecke en el podio y la participación de Sergio Tiempo como solista. El programa comprendió las siguientes obras: Suite del ballet “Panambí”, Op.18, de Alberto Ginastera; el Concierto en La menor para piano y orquesta, Op.16 de Edvard Grieg, y la Sinfonía n° 2en Re mayor, Op. 43, de Jan Sibelius.
Haciendo uso de su proverbial alocución, el maestro Diemecke se dirigió al público antes del comienzo del concierto con motivo de explicar el significado de las obras, para que la audiencia pueda comprenderlas mejor. Esto resulta útil para el principiante, pero también para aquellos que nunca han escuchado una de las obras. Tal es el caso de Panambí de Ginastera, cuya suite describe perfectamente el paisaje formado por los ríos y la selva, mediante numerosos ritmos y armonías contrastantes, en un estilo netamente impresionista. Se la considera un exponente del “nacionalismo objetivo”, donde el compositor manifiesta mediante un lirismo refinado una sucesión de ritmos típicamente latinoamericanos. Hacia el final de la obra, Ginastera deja entrever el típico malambo que caracteriza la mayor parte de sus composiciones. La versión ofrecida por la Filarmónica mantuvo un buen equilibrio sonoro, con matices vibrantes y gran cromatismo orquestal.
En cuanto al célebre Concierto en La menor para piano y orquesta de Grieg, en líneas generales, ha sido una buena versión, pero con algunos altibajos. Nadie duda de los quilates de Sergio Tiempo- uno de los mejores pianistas que ha dado nuestro país-, ya que posee no sólo una técnica perfecta, sino también una formidable pulsación, una digitación prodigiosa y versátil, que hacen que la mayoría de sus interpretaciones sean un auténtico placer para los oídos. Sin embargo, desde los primeros acordes y el arpeggio inicial, se lo escuchó muy rápido y desacompasado al compararlo con el ritmo otorgado por Diemecke a la orquesta, donde sí se respetaron los tempi característicos de este concierto. Donde mejor sonó fue en el Adagio central (2° movimiento), donde ahí Sergio Tiempo mostró ser el eximio pianista que es: capaz de ejecutar un Allegro con ímpetu y brío y, a su vez, tocar los cantábile y pianissimi como deslizándose con una suavidad extrema sobre el teclado. Pero al interpretar el tiempo de halling del 3° movimiento, en vez de sonar en ritmo de ¾, parecía que hubiera estado corriendo una maratón pianística y compitiendo con el director para ver quién tocaba más rápido. Por definición, un halling es una danza folklórica noruega típica- que sólo la bailan los varones- y debe sonar perfectamente en ¾, pero por sobre todas las cosas, muy precisa y acompasada (cosa que no ocurrió en la presente versión). Fue una lástima, porque en ese detalle se basa el cierre del concierto, que suena como un gran Scherzo brillante. Lamentablemente, sonó totalmente desacompasado y empañó lo que hubiera sido una soberbia actuación. Desde ya, cuando ofreció un bis de Franz Liszt como solista (“Confesión”), lo hizo de la manera a la cual tiene acostumbrado a su público. Y se retiró ovacionado.
Como obra de fondo, Diemecke eligió otra pieza célebre: la Sinfonía n° 2 en Re mayor de Jan Sibelius, que forma parte de los programas de conciertos locales, pero que además, posee una particularidad: junto a la Sinfonía n° 1 del mismo autor, se repiten todos los años. Por ende, esto hace que el periodista especializado tenga en su mente versiones memorables, que también influyen a la hora de escribir los comentarios, induciendo a posibles sesgos. No obstante, una trata de ser lo más imparcial posible. Al concentrarse en la presente versión, la misma ha sido brillante, manteniendo un buen equilibrio sonoro, respetando los tempi, sin caer en excesos en los tutti y fortissimi, y, a la vez, destacando los diferentes grupos de instrumentos (maderas y cuerdas en el 1° y 4° movimientos, donde los cellos se engarzan al final del 3° movimiento, dando la sensación de Andante ondulante). Las actuaciones de los solistas también han sido muy destacadas, logrando una versión digna y luminosa de esta sinfonía, que representa – según palabras de su autor- “el alma del pueblo finlandés”.
Al conversar con el público y los periodistas especializados a la salida, hubo discrepancias para todos los gustos. Algunos sostuvieron que la versión de Grieg fue excelente, pero con “un toque y una interpretación muy personales”, mientras que otros coincidieron con la opinión manifestada previamente por quien escribe. Algunos salieron fascinados con la interpretación de Sibelius, mientras que otros no. Es difícil complacer a todo el mundo, y más aún, por ser obras tan conocidas y célebres, una no puede evitar cometer un sesgo al compararlas con las versiones memorables que una escuchó. Por ende, el título de esta nota resume las impresiones de lo sucedido en la noche del jueves pasado: una de cal y una, de arena.
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