Gran superproducción de “LOS TROYANOS” de Berlioz en
el Metropolitan
UN ANTES Y UN DESPUÉS
DE LA GUERRA DE TROYA
Martha CORA ELISEHT
Para poder poner en escena una ópera
se tienen que tener en cuenta varias cosas: la primera, contar con un buen
elenco y un director de orquesta compenetrado con la obra. La segunda, tener un buen régisseur que sepa hacer una puesta en escena acorde a la duración
de la obra, la cantidad de participantes intervinientes, si requiere o no de un
número coreográfico o de una pareja de bailarines solistas; y por último,
contar con los recursos económicos y técnicos como para poder lograr un
producto final de muy buena calidad. Debido a estos ítems, hay óperas que
cuesta mucho representarlas por su larga duración o porque requieran un elenco
multiestelar, con gran cantidad de gente sobre el escenario. Tal en el caso de “LOS TROYANOS” (LES TROYENS) de Héctor
Berlioz (1803-1869) que se transmitió por streaming
desde el Metropolitan Opera House de New York el pasado viernes 29 del
corriente con régie de Francesca
Zambello, escenografía de María Bjornson,
vestuario de Anita Yavich, iluminación de James Ingalls y coreografía de
Doug Varone, donde Joyce Di Donato actuó como presentadora.
El elenco estuvo integrado por los
siguientes cantantes: Deborah Voigt (Cassandra
y fantasma de Cassandra), Susan Graham (Dido),
Dwayne Croft (Corebo y fantasma de
Corebo), Bryan Hymel (Eneas), Julie
Boulianne (Ascanio), Richard
Bernstein (Panthus), Karen Cargill (Anna), Kwangchul Youn (Narbal), Eric Cutler (Iopas), Paul Appelby (Hylas), Theodora Hanslowe (Hécuba), Julien Robbins (Príamo y el fantasma de Príamo), Eduardo
Valdés (Heleno), Jacqueline
Antaramian (Andrómaca), David
Crawford (Fantasma de Héctor), Paul
Cordova (Primer soldado troyano y
James Courtney (Segundo soldado troyano).
El elenco se completó con los siguientes bailarines: Alex Springer (Lacodón), la pareja formada por Julia
Burrer y Andrew Robinson (Alegoría de
Dido y Eneas) y la otra pareja, integrada por Christine Mc Millan y Eric
Otto (Invitados en la corte de Dido).
La dirección orquestal estuvo a cargo de Fabio Luisi y la del Coro, por Donald
Palumbo. Asimismo, contó con un gran número de figurantes, bailarines y
acróbatas en escena.
Acorde a los cánones de la época,
Berlioz compuso esta grand opéra
entre 1856 y 1858 en 5 actos y un ballet sobre textos de La Eneida (libros I, III y IV) del poeta romano Virgilio. Tiene una
duración muy extensa –aproximadamente 5 horas- y está dividida en dos partes: La prise de Troie y Les Troyens à Carthage (La
caída de Troya y Los Troyanos en Cartago, respectivamente). Representa
el trabajo más largo y pródigo del compositor, ya que él mismo escribió el
libreto. Sin embargo, nunca pudo ver en vida su obra representada en forma
completa. Recién en 1890 se representó en forma total en Karlsruhe (Alemania),
pero tuvo que pasar casi un siglo para que pudiera producirse tal como su autor
lo hubiera querido en la Royal Opera House Covent Garden de Londres en 1957,
bajo la dirección de Rafael Kubelik. Posteriormente, Kubelik la dio a conocer
en la Scala de Milán en 1960 en una
versión histórica, con la participación de Mario del Mónaco como Eneas, Giulietta Simionato como Dido y Fiorenza Cosotto como Cassandra. Pero recién en 1969 se dio a
conocer tal como Berlioz la concibió en el Covent Garden, con Jon Vickers en el
rol protagónico bajo la dirección de Sir Colin Davis.
Debido a su extensa duración y a su
elenco multitudinario, rara vez se representa en su totalidad. Esta versión
data de 2012 y posee una escenografía sencilla, moderna, dividida en dos
partes: un semicírculo donde se desarrollan todas las escenas, y sobre el
mismo, un círculo que se puede abrir y cerrar y que permite además los cambios
de iluminación acorde a las diferentes escenas. Por allí pasó el caballo de
Troya, el arribo de los troyanos a Cartago y la caverna donde se produce el
clímax amoroso entre Dido y Eneas. Sin embargo, el vestuario es de
época: oscuro para los troyanos –avecinando la tragedia que va a ocurrir acorde
a la profecía de Cassandra-, blanco
para los cartagineses y batas azules para las escenas de amor sobre la
vestimenta inicial. Cuando los troyanos abandonan Cartago para fundar una nueva
Troya en Italia, el coro y los cartagineses usan batas grises sobre traje
blanco. Sólo Dido usa un vestido
íntegramente azul para la escena de amor, pero al verse abandonada por Eneas, decide asumir su muerte como Reina de Cartago vestida íntegramente de
blanco antes de clavarse la daga de su amado.
Ahí predice la caída de Cartago a manos de Roma –hecho que sucederá muchos
años después- e invoca a Aníbal –futuro
invasor de Roma-. La excelente iluminación de James Ingalls supo ilustrar
perfectamente todas las escenas de la obra (fuego en la pira de Héctor y Dido, sangre en las escenas de guerra, muerte y en el suicidio
colectivo instado por Cassandra para
evitar que las sobrevivientes sean violadas por los griegos; luminoso en la
escena de la prosperidad de Cartago; azul en el romance entre Dido y Eneas y claroscuro
para la escena final, hasta que se enciende la luminosidad que indica la muerte
de Dido). Lo mismo sucede con las
representaciones de los fantasmas de Príamo,
Héctor, Corebo y Cassandra, quienes
aparecen en más de una oportunidad recordándole a Eneas que debe partir hacia Italia impecablemente vestidos con
túnicas blancas con manchas rojas y completamente maquillados en blanco. Y para
algunos cambios de escena, un figurante corría un telón blanco para
facilitarlos.
El rol de Eneas debe ser ejecutado por un tenor heroico y encontró en Bryan
Hymel a su intérprete ideal. Dueño de una hermosa voz, sumamente melódica y con
excelentes matices, supo enfrentar perfectamente los agudos y descollar en las arias más difíciles
(encuentro con el fantasma de Héctor en
el 2° Acto, encuentro con los fantasmas de Héctor,
Cassandra y Príamo en el 5° Acto,
la bella “Le bonheur de mon fils et le
destin des troyens” donde debe decidir entre la promesa hecha a los dioses
y abandonar a Dido (“Ah! On viens le moment
de le supréme adieux!”). Al finalizar esta última aria, el Met se vino
abajo en materia de aplausos. Fueron
soberbias las actuaciones del barítono Dwayne Croft como Corebo –prometido de Cassandra-, el bajo Richard Bernstein
como Panthus y el barítono coreano
Kwangchul Youn, que dio vida a un espléndido Narbal –ministro de la corte de Dido-.
A su vez, hubo dos revelaciones: los tenores Eric Cutler y Paul Appelby,
que protagonizaron al poeta Iopas y
al marino troyano Hylas, respectivamente. El primero ejecutó en forma magistral
la bellísima Canción de los Campos en
el 4° Acto, luego de las danzas. Posee una excelente voz, muy melodiosa y una
técnica vocal impecable, mientras que el segundo se destacó en la hermosa aria
al inicio del 5° Acto (Souvenir de Troie)
por poseer una voz muy bella, potente y de hermoso color tonal. También se
destacaron los bajos Paul Cordova y James Courtney como los dos soldados troyanos
que dudan si partir o quedarse a disfrutar de la buena vida que tienen en
Cartago.
En cuanto a las voces femeninas,
Deborah Voigt posee una coloratura dramática espléndida, que le permitió
interpretar a la pitonisa Cassandra con
total comodidad. Se destacó en sus arias y en el dúo de amor con Corebo. Por su parte, la soprano
francesa Julie Boulianne dio vida al joven Ascanio
–hijo de Eneas-. No es un
personaje que posea grandes arias, pero su participación ha sido sumamente
correcta gracias a su gran coloratura de soprano ligera. Fue muy notable la
actuación de la contralto Karen Cargill como Anna –hermana de Dido- en
el aria del 3° Acto, donde le recomienda a su hermana que ya es hora de
enamorarse nuevamente tras la muerte de su esposo Siqueo. Y tuvo excelentes diálogos con Narbal sobre la preocupación por el futuro del reino mientras Dido vive su romance con Eneas. Y como no podía ser de otra
manera, la mezzosoprano inglesa Susan Graham se llevó los laureles al encarnar
a una espléndida Dido –tanto desde el
punto de vista vocal como actoral-. Sus diálogos con los diferentes
protagonistas fueron perfectos, pero no sólo sobresalió en los dúos de amor,
sino también al sentirse despreciada por Eneas
(“À moi, dieux de l’Hadés!”), donde decide poner fin a su vida (“Je vais mourir”) y despedirse de Cartago
(”Adieu, fière cité”) antes de la
escena donde se suicida en la pira, rodeada de los recuerdos de Eneas (“Pluton….semble m’être propice…” y
“D’un malheureux amour, funéstes gages”).
Y se retiró ovacionada al final de la obra.
La intervención del coro fue
magistral, ya que actuó prácticamente en todas las escenas para dar el marco
vocal que esta grand opéra necesita. No sólo se destacó en la guerra de
Troya, sino también en la escena de la convocatoria de Cassandra de suicidarse en masa para no caer en manos de los
soldados griegos. Ese lamento del coro femenino fue de una magnitud soberbia,
al igual que en la escena de la prosperidad en Cartago y la célebre “Italie!”, cantada por los troyanos al
acompañar a Eneas en la fundación de
la nueva Troya. Lo mismo sucedió con la escena de la maldición de Eneas a cargo de Anna y Narbal (“Dieux de l’oubli, Dieux de Ténare”). Y la poderosa
complejidad orquestal de Berlioz fue resuelta por Fabio Luisi en forma tenaz y
efectiva, con un sonido muy equilibrado, compacto y prístino, con gran tinte
dramático y romántico en las escenas correspondientes que así lo requerían. Las
dos parejas de baile se lucieron sobre el escenario, al igual que el bailarín
solista merced a la excelente coreografía de Doug Varone.
Cuando todos los ingredientes
necesarios mencionados al principio de esta nota se conjugan y se combinan
perfectamente, se puede lograr una gran superproducción de esta magnitud, fiel
al estilo del Metropolitan. Y que se puede disfrutar merced al desarrollo
tecnológico si se tiene el tiempo y la paciencia suficientes como para poder
hacerlo.