Grandiosa transmisión por streaming de “LUCIA DI
LAMERMOOR” desde el Met
DEL AMOR AL ODIO, LA
RIVALIDAD Y LA LOCURA
Martha CORA ELISEHT
De no haberse cancelado la Temporada
Lírica en el Teatro Colón con motivo de la pandemia mundial de coronavirus, durante
este año se hubiera representado “LUCIA
DI LAMERMOOR” de Gaetano Donizetti (1797-1848). Al no poder disfrutarla en
vivo y en directo, quien escribe decidió mirar una representación de la
mencionada ópera por streaming ofrecida
por el Metropolitan Opera House de New York en el día de la fecha, que data del
2011 y que contó con el siguiente elenco: Nathalie Dessay (Lucía), Joseph Calleja (Edgardo),
Ludovic Tézier (Enrico), Kwangchul
Yoon (Ramiro), Theodora Hanslowe (Alisa), Philip Webb (Normanno) y Matthew Plenk (Arturo), con Patrick Summers en el podio
y Donald Palumbo a cargo de la dirección del Coro de la institución. Contó con
puesta en escena de Mary Zimmermann, escenografía de Daniel Ostling, vestuario
de Mara Blumenfeld, iluminación de T.J. Cerckens y coreografía de Daniel
Pelzig, mientras que Renée Flemming actuó como presentadora.
Esta gran ópera dramática integra el
repertorio de los principales teatros líricos del mundo y junto a “L’ELISIR D’AMORE” son las más
representadas de toda la obra del gran compositor bergamasco. Se estrenó en el
Teatro San Carlo de Nápoles en 1835, con libreto de Salvatore Cammarano basado
sobre la novela homónima de Sir Walter Scott (La Novia de Lamermoor), donde Lucy Ashton se ve atrapada entre el
amor que siente por un descendiente de los Ravenwood –acérrimos enemigos de su
familia- y salvar a su familia de la ruina mediante un casamiento forzoso. La
fragilidad mental de la protagonista le lleva a la locura como la única forma
de poder salir de semejante disyuntiva. Y en el caso de la ópera, la
celebérrima Escena de la locura no
sólo es el aria más famosa de la misma, sino también un desafío vocal y actoral
para cualquier soprano ligera. Tanto María Callas como Joan Sutherland, Mady Mesplé y Lily Pons la incluyeron en su
repertorio y fueron –entre otras- las máximas referentes de este rol.
Esta producción contó con una puesta
en escena y vestuario de época, ambientados a fines del siglo XIX que se
caracterizó por ser sencilla, de buen gusto y que permitió abordar los cambios
de escena dentro de los cuales
transcurre el relato en forma eficaz. La
caracterización de los personajes fue soberbia y contó con numerosos figurantes
en escena para lograr una producción de alta calidad. El primer acto se desarrolla íntegramente en
el bosque y en la segunda escena, se agrega la fuente a cuyos pies se reúnen
secretamente Lucía y Edgardo. Una actriz –caracterizada
magistralmente como una visión fantasmal- hace alusión a la madre –muerta-de la
protagonista y desaparece en las profundidades de la fuente. En el segundo
Acto, el castillo donde viven Lucía y
su hermano Enrico aparece sombrío y
con los muebles cubiertos, cuyas
fundas son retiradas por los figurantes para permitir el cambio de escena hacia
el salón donde se celebrará la boda entre Lucía
y Arturo. Una habitación
prácticamente en penumbras da paso a la primera escena del 3° Acto, donde tiene
lugar el desafío entre Edgardo y Enrico. Este último aparece descendiendo
de una escalera que posteriormente, se ilumina para dar paso a los novios y el
Coro, que festeja antes que Raimundo anuncie
la trágica muerte de Arturo a manos
de Lucía –quien aparece con su
vestido de novia ensangrentado, limpiando la hoja del puñal con el velo- antes
de la mencionada Escena de la Locura. Finalmente,
mediante dos paneles que simulan una bóveda, la última escena se desarrolla en
el cementerio, donde Edgardo espera a
su rival. Con la única salvedad que lo que aparece es el cortejo fúnebre que
anuncia la muerte de Lucía y la
posterior aparición de su espectro, quien ayuda a Edgardo a clavarse el puñal que lo conducirá a la muerte. Este
efecto estuvo muy bien logrado y fue aplaudido intensamente al caer el telón al
final.
Tanto la obertura como los preludios
orquestales que anuncian el comienzo de cada uno de los tres actos en los
cuales se divide la obra fueron magistralmente dirigidos por Patrick Summers,
quien hizo mucho hincapié en los pasajes de mayor dramatismo. El bellísimo solo
de arpa que introduce a la protagonista estuvo magistralmente ejecutado por
Deborah Hoffmann, mientras que el flautista Denis Rourikov se destacó en el
solo para dicho instrumento en la Escena
de la Locura. Asimismo, el Coro tuvo una destacadísima actuación y brilló
desde su aparición en la primera escena del 1° Acto liderado por Normanno (“Percorete le spiaggie vicine”).
También se destacó en la segunda escena del 2° Acto y en el 3° Acto (“D’inmenso giubilo”; Notte lamenta”) y
en el sepelio de Lucía (“Lucía! Destino
orrendo!”). Por otra parte, participaron parejas de bailarines en la escena
de la boda al ritmo de polkas y
molinos de 4 parejas cada uno, acorde a la elegante coreografía ideada por
Daniel Pelzig para esta ocasión. Si bien los roles secundarios son escasos, el
tenor Philip Webb brindó un correcto Normanno,
luciendo un atuendo típicamente escocés. La mezzosoprano Theodora Hanslowe
interpretó una muy buena Alisa, quien acompaña a Lucía en el 1° y 3° Actos. Pero el tenor
Matthew Plenk fue una revelación como Arturo,
que brilló al interpretar su aria (“Per
te d’inmenso giubilo”).
El bajo coreano Kwangchul Yoon no sólo
es un habitué del Metropolitan, sino también uno de los mejores intérpretes de
la actualidad. Brindó un gran Ramiro desde
su primer parlamento con Enrico (“Audir non vo”), consolando a la
doliente Lucía en el 2° Acto (“Ah! Cedi! Cedi!..Al ben di’tuoi qual
vittima”), separando a Enrico y Edgardo en la escena de la boda (“Pace! Pace!”) y anunciando la tragedia
y la locura de Lucía en el 3° Acto (“Ah! Cesate quel contrato”), al igual
que la muerte de aquella (“In terra piú
non é”). Por su parte, el barítono francés Ludovic Tézier descolló como Enrico desde su aparición en el 1° Acto,
cuando se entera del romance entre su hermana y Edgardo (“Cruda funesta smania”) y decide vengarse (“La pietate in suo favore”). Al
terminar el aria, el Met estalló en aplausos, al igual que en el dúo con Lucía del 2° Acto (“Perfido amor”… “Si tradimi tu postrai”) y en el magistral sexteto
al final del mismo (“Chi mi frena en tal
momento”).
La pareja protagónica merece una
mención aparte por el monumental nivel del bel
canto y soberbia actuación. El maltés Joseph Calleja es uno de los
mejores tenores de la actualidad, que sobresale por su melódica –y caudalosa-
voz, su timbre inconfundible y su espléndida línea de canto y fraseo. Desde su
aparición en escena (“Lucía, perdona”…
“Sulla tomba che rinsero… Qui si sposa eterna”), sus pianissimi fueron estupendos, logrando un dúo de amor sublime junto
a Nathalie Dessay, mientras que su aparición
en el 2° Acto fue descollante (“M’ai
tradito… Maladetto sea il instante!”), al igual que en el 3° Acto (“Orrida é questa notte”), para brindar
un final de antología al comienzo de la última escena (Tombe degli avi mei… Fra poco a me ricovero”) y cerrar con la cavatina “Tu, che a Dío spiegasti
l’ali”. La ovación del público fue total en cada una de sus intervenciones
y en el final, al igual que la monumental actuación de Nathalie Dessay como Lucía. La gran soprano francesa descolló
desde su primer aria (“Regnava nel
silenzio”), caracterizada por su espléndido fraseo, su impecable técnica
vocal y los sobreagudos de su voz, que sobresalieron en todo momento –tanto en
sus intervenciones solistas como en el mencionado sexteto-. Además de los dúos
de amor, fue muy aplaudida la cavatina
“Quando rapito in estasi” y el aria “Soffreva
nel pianto”, cuando se siente
traicionada ante la carta que le entrega su hermano y al tener que verse casada
con un hombre al cual no ama. Y en la Escena
de la Locura, tras limpiar el puñal con el velo ensangrentado, lo arroja
antes de comenzar “Il dolce suono”…
“Spargi d’amaro pianto”. No sólo lo hizo recostada sobre el piso –casi en posición
fetal-, sino también rodando por la escalera, rompiendo el velo en pedazos,
clamando por el amor de Edgardo hasta
el célebre trío junto a Ramiro y Enrico. Tras el mismo, el Met estalló
en aplausos y vítores. Sus magníficas dotes actorales hicieron el resto.
Hacía mucho tiempo que una no
registraba una versión tan bien representada de este gran clásico, que hace las
delicias de operómanos de todo el mundo. Una historia que tiene todos los
ingredientes que un buen drama necesita: amor, odio, rivalidad, intriga,
traición, locura y muerte, pero que además, se conjugan con el bel canto. Por lo tanto, cuando se
escucha una versión con intérpretes de eximia calidad, resulta un placer y un
auténtico deleite a los ojos y oídos del espectador.