sábado, 27 de abril de 2019


Irregular versión de “IL TROVATORE” en el inicio de temporada del Ensamble Lìrico Orquestal 

HAY QUE APRETAR LAS CLAVIJAS
Martha CORA ELISEHT

            El Ensamble Lírico Orquestal abrió su temporada de òpera con un clásico de Verdi: “IL TROVATORE”, que se representó entre los días 24 al 27 del corriente con el siguiente elenco: Gaston Oliveira Wecksser (Manrico), Svetlana Volosenko (Leonora), Enrique Gibert Mellá (El Conde de Luna), María Luján Mirabelli (Azucena), Carlos Esquivel (Ferrando), Fabián Quenard (Ruiz), Angie Maya (Inez), Ángel Cericchio (Mensajero) y Eduardo Maradei (Gitano). Participaron la orquesta y coro de dicha agrupación, dirigidos por Gustavo Codina, con dirección artística de Cecilia Layseca. La escenografía y el vestuario estuvieron a cargo de Jessica Barredo Díaz, con régie de Raúl Marego.
            Por tratarse de una compañía lírica independiente, que cuenta con escasos recursos económicos para la producción escénica y contratación de artistas, es muy loable y meritorio el esfuerzo de Gustavo Codina y su equipo no sólo para representar espectáculos líricos fuera del circuito oficial (Teatro Colón y Teatro Argentino de La Plata), sino también con el objetivo de brindar trabajo a cantantes, músicos, escenógrafos, vestuaristas y técnicos. Por lo tanto, es sumamente meritorio el hecho de representar una ópera completa de Verdi con una orquesta muy reducida -17 músicos en total, contando a dos tecladistas- y que en líneas generales, haya sonado bastante bien. Sin embargo, hubo numerosos desacoples con las entradas del coro en las escenas donde se requiere la mayor participación del mismo (Ej: el coro de los gitanos y el Miserere del 4ª Acto). Si se tiene en cuenta que no está compuesto por cantantes profesionales, es otro mérito a tener en cuenta, pero no para representar una obra sumamente conocida, que requiere que el sonido sea lo más compacto posible. Lo mismo sucedió con la entrada del coro junto a Manrico en el aria más famosa de la ópera (Di quella pira), donde sonó muy lento, lo que obligó al tenor a guardar la voz para contraatacar en el Do de pecho con el cual, culmina la misma También pasó lo mismo con Enrique Gibert en el aria del Conde de Luna en el convento, pero la profesionalidad del barítono hizo que pasara inadvertido. Puso en práctica su formidable dominio escénico y el caudal de su voz al servicio del personaje, logrando una excelente interpretación del malvado Conde, que se llevó los aplausos del público.
            En cuanto a los protagonistas, la actuación de María Luján Mirabelli como Azucena fue descomunal, dando una auténtica cátedra de canto y actuación sobre el escenario. Sin lugar a dudas, fue lo mejor de la noche, conjuntamente con el tenor  Gaston Oliveira Weckesser, quien brindó una impecable interpretación del trovador Manrico. No sólo posee el physique du ròle para la ejecución del personaje, sino además, una voz potente, melodiosa, que corrió por toda la sala, que en forma conjunta con sus dotes histriónicas brindó el particular dramatismo que requiere esta obra. La soprano rusa Svetlana Volosenko –radicada en Argentina desde hace 20 años- ofreció una correcta versión de Leonora desde la parte vocal e interpretativa, aunque su italiano haya dejado algo que desear. Se sabe que los cantantes de origen eslavo no poseen –en general- un buen fraseo, lo que dificulta una perfecta ejecución del rol. Y Carlos Esquivel también cantó correctamente el rol de Ferrando. No puede decirse lo mismo de Angie Maya, que brindó una apagada y deslucida versión de Inez.
            En cuanto a la régie y el vestuario, hubo cosas un tanto extrañas, que pudieron dar origen a varias interpretaciones. Que los esbirros del Conde de Luna aparezcan vestidos de soldados y luzcan jinetas militares es algo que coincide totalmente con lo expresado en el libreto, pero cuesta entender por qué las monjas del convento donde Leonora va a recluirse aparecieron todas con hábitos blancos sobre sus cabezas –en lugar de los tradicionales negros- y anteojos oscuros sobre el escenario. (¿Alguna alusión a las Madres de Plaza de Mayo, quizás?... No hay que olvidar que Manrico desconoce su verdadera identidad, la cual le es negada hasta después de su muerte). El piso del escenario estaba lleno de cruces blancas, que podría interpretarse de dos maneras: ¿como si fuera un camposanto, o haciendo alusión a los desaparecidos de la última dictadura?... Esta cronista no puede responder esa pregunta. Por ende, habrá que preguntárselo al régisseur y ver qué fue lo que quiso decir. Lo que sí se puede decir es que no cayó bien que las voces femeninas del coro emplearan los lentes oscuros de frente al público.
            Por tratarse de un proyecto tan ambicioso y de una obra tan conocida, hay que representarla de la mejor manera posible: es decir, ajustando las voces, logrando la entrada correcta del coro para evitar desacoples y eligiendo los mejores cantantes para los roles protagónicos –tanto principales como secundarios-. Y tener un poco más de imaginación para lograr una puesta en escena que no tiene por qué ser ostentosa. Se pueden lograr grandes efectos con cosas simples, de tal modo que no se presten a controversias.  El universo verdiano es infinitamente rico en materia de posibilidades.

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