viernes, 11 de octubre de 2024

 Sublime actuación de Pieter Wispelwey y Paolo Giaccometti en el Colón


EL MOZARTEUM SE RINDIÓ A SUS PIES


Martha CORA ELISEHT


El violoncelista neerlandés Pieter Wispelwey no es solamente un intérprete

eximio y un virtuoso de su instrumento, sino un asiduo concurrente a la Argentina. Ha

visitado el país en números oportunidades -siempre invitado por el Mozarteum

Argentino- y se presentó nuevamente en compañía del pianista italiano Paolo

Giacometti el pasado lunes 7 del corriente en el Ciclo de Abono de la prestigiosa

institución en el Teatro Colón, donde interpretaron el siguiente programa:

- Sonata en La mayor “Gran Dúo”, D.574 (versión para violoncello y piano)

Franz SCHUBERT (1797-1828)

- Kaddish de las Dos melodías hebraicas, Op.22 (versión para violoncello de

Pieter Wispelwey)- Maurice RAVEL (1875-1937)

- Sonata para violoncello y piano n°1 en Mi menor, Op.38- Johannes BRAHMS

(1833-1897)

- Sonata para violoncello solo en i menor, Op.8- Zoltan KODÁLY (1882-1967)

Cuando ambos músicos tomaron sus puestos sobre el escenario del Colón,

inmediatamente quedaron perfectamente establecidos los roles: Wispelwey, como el

virtuoso y Giacometti, como un gran pianista acompañante. Esto pudo apreciarse desde

los primeros compases de la mencionada Sonata en La mayor “Gran Dúo” de Schubert.

Compuesta originalmente para violín y piano en 1817, se enmarca siguiendo los

cánones del clasicismo y posee 4 movimientos: Allegro moderato/ Scherzo: Presto/

Andantino y Allegro vivace, que fueron ejecutados de manera brillante, donde

Wispelwey hizo gala de su perfecto fraseo, arpegios y exploró absolutamente todos los

matices de su instrumento; sobre todo, en el Rondó del scherzo, que sonó

magistralmente. En lo que respecta al piano, Paolo Giacometti se lució no sólo como

acompañante, sino también en pasajes de gran belleza que esta sonata posee.

De las Dos melodías hebraicas, Op.22 compuestas por Ravel a pedido de la soprano

rusa Alvina Alvi en 1914 se interpretó Kaddish, en una transcripción para violoncello

del propio Wispelwey con acompañamiento mínimo del piano, que despliega la línea

melódica en Do menor para aludir al lamento que los judíos utilizan ante la pérdida de

un ser querido, pero también, en alabanza a la grandeza divina. Posee matices a cargo

del violoncello que remedan al Kol Nidrei de Max Bruch, que sonaron de manera

perfecta y sublime, imbuyendo a la obra de un profundo sentido religioso. A

continuación, se interpretó un auténtico clásico para este dúo de instrumentos: la Sonata

n°1 para violoncello y piano en Mi menor, Op.38 de Brahms, compuesta en 1866 y

dedicada al violoncelista Joseph Gänsbcher, quien fuera su mentor en Viena. Consta de

3 movimientos: Allegro non troppo/Allegretto quasi minuetto/ Allegro, donde el piano

es el estructurador y marca el carácter de toda la obra desde los primeros compases del

movimiento inicial brindando apoyo al violoncello. Posteriormente, esto se invierte y en


el 2° movimiento se evoca al minuetto francés del siglo XVIII, de carácter jovial y

romántico para desembocar en el poderoso Allegro final, con numerosos contrapuntos y

fuga donde los músicos hicieron gala de su virtuosismo. De más está decir que en

manos de semejantes intérpretes, la versión fue descollante desde todo punto de vista, lo

que se tradujo en una ovación de aplausos por parte del público.

En la segunda parte del concierto, se apartó al piano para que Pieter Wispelwey

ofreciera una versión magistral y sumamente precisa de la Sonata para violoncello solo

en Si menor, Op.8 de Zoltan Kodály, compuesta en 1915 durante la Primera Guerra

Mundial. El músico húngaro era un gran intérprete de instrumentos de cuerda y rescató

el rol del violoncello solista tras 200 años de intervalo entre las suites de Bach para

dicho instrumento, además de ser un gran etnomusicólogo que se dedicó a explorar la

música folklórica de su país. Posee tres movimientos: Allegro maestoso ma

appasionato/ Adagio con grande espressione/ Allegro molto vivace, que se ejecutan de

manera attaca – sin interrupción- y su dificultad radica en que no sólo compendia

diferentes y variadas técnicas, sino también numerosos desafíos tímbricos y texturas que

Kodály solicita al cello para generar la sensación acústica de incluir a otros

instrumentos utilizados en la música popular húngara. De hecho, el último movimiento

cierra con una melodía gitana característica de Europa Central, que incluye un pizzicato

en ritmo de czarda. También se escucha un efecto strappata -golpes en la caja del

violoncello- hacia el final. Es una de las grandes obras del repertorio para dicho

instrumento y Wispelwey descolló con su brillante y sublime interpretación sobre el

escenario del Colón hasta tal punto, que el público no sólo lo aplaudió unánimemente,

sino que, además, se puso de pie. Hacía mucho tiempo que esta cronista no observaba

un hecho de tal magnitud en un concierto del Mozarteum y, desde ya, la gente quería

más. Por lo tanto, Pieter Wispelwey salió a realizar dos números de la célebre Suite en

Sol mayor de Bach, que también sonaron de manera magistral. El músico agradeció los

aplausos y se retiró ovacionado.

Si bien los conciertos del Mozrteum Argentino son sinónimo de excelencia, éste ha

sido superlativo en materia de calidad sonora y jerarquía interpretativa. Una auténtica

noche de Colón, donde el público cayó rendido a los pies del violoncelista holandés en

uno de los grandes lujos del corriente año.

No hay comentarios:

Publicar un comentario