Histórica transmisión por streaming de “LA FORZA DEL
DESTINO” en el Metropolitan
DERRUMBANDO MITOS SOBRE
UNA MALA FAMA
Martha CORA ELISEHT
Durante esta última semana, el
Metropolitan Opera House de New York ha colocado dentro de sus transmisiones
por streaming las óperas menos
representadas. Comenzó con “ARMIDA” de
Rossini, siguió con 2IFIGENIA EN TAURIDE” de Glück y entre
el viernes 19 y el sábado 20 del corriente le tocó el turno a “LA FORZA DEL DESTINO” de Giuseppe Verdi
(1813-1901) en una transmisión histórica de 1984, con dirección orquestal de
James Levine, producción integral de John Dexter, escenografía de Eugene Berman,
vestuario de Peter Hall y la participación de David Reppa como régisseur asociado. La coreografía
estuvo a cargo de Donald Mahler y la dirección del Coro, de David Stivender.
El elenco estuvo integrado por los
siguientes cantantes: Leontyne Price (Leonora),
Giuseppe Giacomini (Don Álvaro), Leo
Nucci (Don Carlo), Isola Jones (Preziosilla), Bonaldo Giaiotti (Padre Guardián), Enrico Fissore (Fra Melitore), Diane Kesling (Curra),
Anthony Lasciura (Trabucco), John
Darrenkamp (Cirujano), James Courtney
(Mayor de Hornachuelos) y Richard
Vernon (Marqués de Calatrava).
La mencionada ópera forma parte del
ciclo de obras de Verdi ambientadas en España, junto con “IL TROVATORE”, “DON CARLO” y
“ERNANI” y constituye una auténtica joya de la corona verdiana.
Lamentablemente, siempre se la consideró “maldita” porque acarreó numerosos
contratiempos y desgracias desde el momento de su composición y estreno Fue
compuesta por encargo del Teatro Bolshoi Kammény –actualmente, Marinsky- de San
Petersburgo con libreto de Francesco María Piave, basado en la obra teatral DON ÁLVARO o LA FUERZA DEL SINO del escritor español Ángel de Saavedra –Duque de
Rivas- y se estrenó en dicha ciudad en 1862.
Debido a su hondo dramatismo, la obra no fue bien recibida, pese a que Verdi
recibió las felicitaciones correspondientes por parte del Zar Alejandro II de
Rusia y una crítica favorable. Por lo tanto, Verdi le encomendó a Piave que
revisara el libreto y no lo hiciera tan trágico para el estreno italiano, que
tuvo lugar al año siguiente en Roma. Sin embargo, Piave enfermó y Verdi tuvo
que llamar de urgencia a otro de sus grandes libretistas: Antonio Ghislanzoni
–el mismo autor de “AÍDA”- quien
modificó el 3° Acto y el final (en el libreto original, Don Álvaro se suicida arrojándose desde un acantilado). Por su
parte, el músico compuso una nueva obertura –que es la que se conoce
actualmente y que se interpreta muy a menudo formando parte de los programas de
conciertos y recitales de ópera- y agregó una escena más en el 3° Acto, luego
del duelo entre Don Carlo y Don Álvaro. Esta versión se estrenó en
1869 y es la que se representa hasta la actualidad. Y fue precisamente sobre el
escenario del Met donde el barítono estadounidense Leonard Warren falleció
súbitamente el 4 de Mayo de 1960 luego de interpretar el aria de Don Carlo en el 2° Acto (“É salvo! É salvo! O gioia!”) de esta
obra. Pero también marcó el debut de Plácido Domingo en el Teatro Colón en 1972
junto a la soprano portorriqueña Martina Arroyo.
Sea como fuere, quien escribe es
bastante escéptica y no sólo se tomó la tarea de apreciarla en su totalidad,
sino también de analizarla desde el pi8nto de vista psicológico y de derribar
los mitos existentes sobre la misma. Es una bellísima obra por su pródiga
musicalidad, rica en matices y numerosos leitmotives
que identifican a cada uno de los protagonistas. La mayoría de los mismos
están expuestos en la mencionada Obertura
y el destino es el protagonista absoluto, que sella la vida de todos los
personajes y del cual no pueden escapar. Leonora
enfrenta la disyuntiva de desobedecer la orden de su padre –el Marqués de Calatrava- huyendo junto
al hombre que ama –Don Álvaro- u
obedecerlo; finalmente, decide refugiarse en la ermita de un convento por haber
sido maldita por su padre, haber perdido a su amante y no poder contar con su
hermano. Don Álvaro debe cargar con
la maldición del asesinato involuntario del Marqués,
huir para salvar su vida, renunciar a la mujer que ama e identificarse con
otro nombre. Por su parte, el destino de Don
Carlo –hermano de Leonora- también
se debate entre la amistad con quien le ha salvado la vida y del cual
desconfía, o vengar la muerte de su padre. Quienes no tienen problemas al
respecto son los frailes Meritore y
el Padre Guardíán, al igual que la
gitana Preziosilla –a quien no se le
escapan las falsas identidades de algunos personajes y que es la única capaz de
vaticinar el destino mediante la quiromancia-. Por lo tanto, bien amerita
apreciarla desde el principio hasta el final.
Para la presente representación se
empleó una escenografía que permite hacer muy rápidamente los cambios mediante
un telón que divide a los Actos en numerosas escenas. Se usó un espléndido
vestuario de época y también fue muy buena la coreografía empleada para recrear
las escenas del Coro, donde aparecen los gitanos en el 1° Acto y la gente del
pueblo cuando los soldados regresan de la guerra con Italia en el 2°. Este
último estuvo magistralmente preparado y acompañó perfectamente las escenas de
conjunto. También se apreció a un muy
joven James Levine a cargo de la orquesta, donde respetó perfectamente los tempi y
los tutti e hizo una muy buena
marcación al dar las entradas de los diferentes grupos de instrumentos. No
obstante, le faltó un poco de vuelo en la Obertura,
que es fundamental escucharla para identificar los leitmotives de cada uno de los personajes. Una hubiera preferido
que sonara con mayor fuerza dramática. Salvo este pequeño percance, el solo de
violín que indica el leitmotiv religioso
por parte de Leonora estuvo
impecablemente ejecutado, al igual que el de clarinete que introduce la primera
escena del 2° Acto y el de redoblante en el aria de Preziosilla junto al Coro (“Rataplán!
Rataplán!”). Y el pianissimo que
marca el final de la obra fue magistral, ya que se evanescía a medida que
descendía el telón.
Con
respecto de los roles principales, la legendaria Leontyne Price encarnó
una Leonora ideal desde el principio
hasta el fin. Esta gran soprano afroamericana empleó sus mejores matices de soprano
dramática desde la primera aria, pasando por el “O Dío caro” al arribar al convento hasta desembocar en la
celebérrima “Pace, pace, mio Dío”. Su
pianissimo del aria final debe ser
una de las mejores interpretaciones de la muerte de un personaje que una
apreció sobre un escenario. Por su parte, el tenor Giuseppe Giacomini fue un
impecable Don Álvaro, con excelentes
matices vocales e inflexiones de la voz en los momentos más dramáticos, al
igual que en las notas graves. Descolló
en el aria del 2° Acto (“O vita infelice!
In vano la mort’aspiro”), en los dúos junto a Don Carlo –sobresaliente la escena del duelo- y en el magnífico
trío final. Y el barítono Leo Nucci brindó una magistral interpretación de Don Carlo merced a su impecable técnica
vocal y a su potente y melodiosa voz. Sus pianissimi
fueron excelentes, al igual que la célebre “Ora fatale del mio destino” y la cavatina “É salvo! É salvo! O gioia!”. Asimismo, el bajo Bonaldo
Giaiotti encarnó un estupendo Padre
Guardíán, al igual que el bajo Enrico Fissore como Fra Melitore, que tiene a su cargo la única aria buffa de la ópera en el 2° Acto, previa
a la ya mencionada “Rataplán” Rataplán!”.
La mezzosoprano afroamericana Isola Jones fue la intérprete ideal de la
gitana Preziosilla, ya que posee una
bellísima voz y muy buenas dotes histriónicas, al igual que el tenor Anthony
Lasciura como Trabucco. Y en cuanto a
los personajes secundarios, el bajo Richard Vernon brindó un muy buen Marqués de Calatrava, al igual que los
barítonos John Darrenkamp y James Courtney como el Cirujano y el Mayor de
Hornachuelos respectivamente, mientras que Diane Kesling interpretó una muy
buena Curra.
Con intérpretes de semejante jerarquía,
el Met estallaba en aplausos no sólo al final, sino también en cada una de las
arias principales. Y al igual que en otras transmisiones históricas del
mencionado teatro lírico, el video tape conservó perfectamente bien su calidad
fílmica y sonora después de 36 años. Vale la pena escuchar esta gran ópera
verdiana y no dejarse llevar por los mitos y habladurías en torno a la misma.
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