Monumental versión de “LA DAMA DE PIQUE” desde el
Metropolitan
QUIEN APUESTA A TODO O
NADA, PIERDE
Martha CORA ELISEHT
La ludopatía- adicción por el juego
de manera compulsiva- es un tema de candente actualidad. Mucho antes de haberse
definido como tal, el poeta ruso Alexander Pushkin (1799-1837) ya trató el tema
en su cuento LA DAMA DE PIQUE (Pikovaya
dama) para que posteriormente, un genio de los quilates de Piotr I.
Tchaikovsky (1840-1893) compusiera su ópera homónima (Op.68) con libreto de su
hermano Modest. El pasado martes 23 del corriente, el Metropolitan Opera House
de New York ofreció una magnífica versión de este gran clásico de la lírica
rusa que data de 1999 con producción general de Elijah Moshinsky, escenografía
y vestuario de Mark Thompson, iluminación de Poul Pyant y coreografía de John
Meehan. La dirección orquestal estuvo a cargo de Valery Gergiev; la coral, de
Raymond Hughes y la dirección del coro de Niños de la institución, de Elena
Doria.
El elenco estuvo integrado por los
siguientes cantantes: Plácido Domingo (Hermann),
Galina Gorbachova (Lisa), Elizabeth
Söderström (La Condesa), Dmitri
Hvorostovsky (Príncipe Yeletsky), Nikolai
Putilin (Conde Tomski), Olga Borodina
(Pauline), Julien Robbins (Surin), Ronald Nalde (Chekalinsky), Matthew Polenzani (Mayordomo y Maestro de Ceremonias), Irina
Bogatcheva (Institutriz), Heidi Skok (Masha), Mark Schonwalter (Chaplitski), Le Roy Lehr (Narumov), Inga Rappaport (Catalina la Grande) y Olga Trifonova (Cloe). El ballet de la institución
participó en la Pastoral correspondiente
al 2° Acto, mientras que Dennis Graham tuvo a su cargo el bellísimo solo de
piano en el acto homónimo.
En 1889, la Comisión de Teatros
Imperiales encargó a Tchaikovsky que compusiera una ópera sobre un tema actual
en aquella época. En un principio, Tchaikovsky rechazó la propuesta, pero la
retomó a fines de 1890 y encomendó a su hermano Modest que escribiera el
libreto sobre el drama de Pushkin, que se dividió en 3 Actos y 7 escenas. La
estructura se mantiene vigente hasta la
actualidad y la composición musical demandó tan solo 44 días. Fue un éxito
rotundo desde su estreno en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo en 1890,
bajo la dirección de Eduard Napravnik, con coreografía de Marius Petipa.
Posteriormente, se estrenó en 1891 en Moscú y de allí pasó a los más
importantes escenarios europeos y de Estados Unidos.
Ambientada en la Rusia Imperial de
fines del siglo XIX bajo el reinado de Catalina la Grande, la presente
producción contó con una escenografía sencilla, donde se instaló un marco
blanco sobre el escenario –como si fuera un cuadro- y un fastuoso vestuario de
época, donde predominaron los colores neutros (blanco y negro para las damas,
dorado para la Emperatriz y tonos de gris, azul y negro para los caballeros).
Se reservó el rojo para el personaje de la Condesa
–cuyo retrato se pintó de ese color cuando era joven y triunfó en París
como “La Venus de Moscú”- y su
alegoría, donde aparece ataviada de
dicho color cuando le revela a Hermann el
secreto de las cartas (“Tri kardi”). El
sillón donde la anciana se queda dormida antes de ser sorprendida por Hermann es del mismo color, al igual que
su litera. Los cantantes y bailarines que intervienen en la Pastoral del 2° Acto emplean tonos de
marrón, verde y naranja. Desde ya, intervienen gran cantidad de figurantes,
coreutas, coro de niños en una superproducción al mejor estilo del Met, con una
perfecta caracterización de los personajes. Los cambios de escena se realizan
mediante un telón o por efecto de iluminación. Para las escenas de suspenso y
misterio, se emplea el claroscuro –sólo se centra en los protagonistas-,
mientras que para las de la calle y el Palacio de Yeletsky, iluminación plena, que sólo se oscurece un poco en la
representación de la Pastoral. Se
emplea un fondo azul para un bello día de sol en pleno invierno en la primera
escena del 1° Acto. Los mismos efectos de claroscuro se utilizan para ilustrar
el drama del protagonista –Hermann- desde
el Prólogo.
La magistral dirección orquestal de
Valery Gergiev se mantuvo firme desde el comienzo hasta el final de la obra,
brindando mayor brillo en los momentos festivos y de gran algarabía,
contrastando con una buena profundidad sonora y dramatismo en los pasajes de
mayor suspenso y misterio, logrando el clima preciso en cada una de las
interpretaciones y las arias principales. Esto alcanzó su punto culmine en la
aparición de Catalina la Grande, donde
hizo brillar a la orquesta. También fueron dos momentos musicales de gran
expresividad la Escena de la Tormenta en
el 1° Acto, el bellísimo solo de piano que acompaña la canción de Pauline
(“Una vez viví feliz en Arcadia”) y la fanfarria de las trompetas fuera de
escena al inicio del 3° Acto. Pero fue en el aria de Hermann del 3° Acto donde
los matices orquestales mostraron perfectamente los estados de ánimo del
protagonista, haciendo énfasis en lo misterioso, dramático y terrorífico. La
ovación del Met fue total hacia el
final, donde el telón caía lentamente a medida que se iba desvaneciendo la
música.
Tanto el Coro como el Coro de Niños
estuvieron magníficamente bien preparados, sonando muy compacto en sus arias (“Larga vida a la Zarina”, la Canción del Compromiso –a cargo del Coro
femenino- , el Himno a la Zarina y la
Canción de los Apostadores- a cargo
del Coro masculino-). Por su parte, los cantantes que ejecutaron los roles
secundarios fueron excelentes, de modo que una sólo se referirá a los roles
principales. Olga Borodina encarnó una excelente Pauline merced a su voz exquisita y melodiosa, con excelentes
matices de soprano dramática/mezzosoprano. Por su parte, el bajo Nikolai
Putilin dio vida a un soberbio Conde
Tomski desde su primer aria “Una vez
en Versalles… Tres cartas”/ Odrashdy v Versalye…Tri kardi) hasta su
participación en el 3° Acto (“Si nuestras
amadas niñas pudieran volar como los pájaros” /Yesil b miliye dyevitsy). Posee
una voz caudalosa y una excelente técnica vocal, que le permitió sortear su
personaje sin dificultades. La mezzosoprano sueca Elizabeth Söderström brindó
una gran Condesa merced a sus dotes
histriónicas y vocales. Sin embargo, dio la impresión que domina mejor el ruso que el francés, ya
que no descolló en la famosa aria del 2° Acto (“Je crains de lui parler la nuit”), recordando los días de su
juventud en París. Cuando se le aparece a Hermann
revelando el secreto de las cartas para ganar la partida estuvo mucho mejor
y se retiró ovacionada al bajar el telón. Galina Gorbschova es una de las
mejores sopranos rusas actuales y brilló como Lisa sobre el escenario del Met por poseer una voz dulce,
aterciopelada, con un hermoso color tonal y tanto excelentes agudos como
graves. Sus agudos fueron monumentales al final de sus dos arias principales (“Por qué lloro?”/ Otkudá eti slyozy y
la monumental “Estoy destrozada por el
dolor” /Ah, istomillás ya góryem) y también se destacó en los dúos con Hermann y Yeletsky. El inolvidable Dmitri Hvorostovsky estuvo a cargo de este
último personaje, descollando con su prodigiosa voz desde su aparición hasta la
bellísima “Te amo más allá de toda
medida” (Iá vas lyublyú ), donde
recibió la ovación del Met tras finalizar la misma. También descolló en los dos
dúos con Hermann en el 1° y 3° Acto (“Desafortunado en el amor, afortunado en el
juego”) hasta mostrar la carta triunfante de la Dama de Pique –que también porta la aparición de la Condesa al definirse la partida final- .
Ha sido muy grato escuchar a Plácido
Domingo como Hermann, ya que sus magníficas dotes histriónicas le permitieron
componer a tan controvertido personaje, que canta en las 7 escenas en las
cuales se divide la ópera y que le sentó de perlas desde su primer aria (“Ni siquiera sé su nombre”/Iá imyeni yeyo
ne znayu) hasta que luego de la tormenta, decide ser él quien logrará que
la Condesa le revele su secreto (“Tri kardi”). Es la primera vez que
quien escribe lo escuchó cantando en ruso
y lo hizo estupendamente bien, tanto en los dúos de amor con Lisa (“Perdóname, criatura celestial!”/Prosti,
nyebésngye sozdanye!) como al amenazar a la Condesa, provocándole la muerte y ganando el desprecio de su amada.
Y llegó a su clímax al apostar fuerte creyéndose ganador hasta su fatídico
final (“La vida es un juego”/Shto nasa
zhizm? Igrá!), donde el Met estalló en aplausos tras haber finalizado la
misma.
La vida ¿es realmente un juego?....
Según la concepción de poetas y compositores, puede ser, pero no por ello hay
que apostar a todo o nada. Lo más probable es que aquel que apuesta a todo o
nada, generalmente pierde. Como dice el famoso refrán: “El que juega por necesidad
pierde por obligación”. Esta es la moraleja que este gran clásico de la
lírica rusa lleva implícita y es por eso que posee una actualidad y una
vigencia tales como cuando Tchaikovsky la compuso, hace más de 100 años atrás.
En este caso, con una superproducción que es un auténtico deleite para todos
los sentidos.
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