Vista general del escenario durante la interpretación del "Requiem" de Giuseppe Verdi el pasado Domingo 5 en el Auditorio Nacional. Fotografia de la autora del presente comentario.
Excepcional versión del Réquiem de Verdi por la Sinfónica Juvenil en el Palacio
Sarmiento
UN CLÁSICO RELIGIOSO QUE SIEMPRE GUSTA Y CONVOCA
Martha CORA ELISEHT
Dentro del vasto panorama de la música sacra y religiosa, la Misa de Réquiem
de Giuseppe Verdi (1813-1901) es un clásico sempiterno que gusta al público que asiste
a conciertos sinfónico- corales. Si bien Verdi era agnóstico, siempre tuvo la idea de
componer un Réquiem en colaboración con otros compositores tras la muerte de
Gioachino Rossini en 1868. Sin embargo, esta obra no vería la luz hasta muchos años
después. El músico italiano pasaría un largo tiempo in componer tras el rutilante éxito
alcanzado con AÍDA en 1871 hasta 1887, época de la cual datan OTELLO y el Réquiem.
Verdi quedó muy impactado por la muerte de su amigo Alessandro Manzoni en
1873, cuando militaban juntos por la unificación y el Risorgimento de Italia,
compartiendo las ideas de justicia y libertad. En aquel entonces, Italia estaba
fragmentada en múltiples reinos y el movimiento del Risorgimento proponía la
unificación en nombre del monarca Vittorio Emmanuele di Saboya, motivo por el cual
se vivaba al soberano con la consigna: ¡VIVA VERDI! (que, en realidad, no se refería al
compositor, sino a la sigla “Viva Vittorio Emmanuele, Re d’Italia”, que coincidía con su
apellido). Esto motivó la idea de componer una misa completa en homenaje a la
memoria de quien fuera su amigo. El estreno se produjo en la iglesia de San Marcos en
Milán en 1874 -justo un año después de la muerte de Manzoni- y alcanzó un éxito
rotundo desde la primera representación. Su fama trascendió las fronteras fuera de Italia
y, posteriormente, Verdi realizó en 1875 una revisión de la sección Liber scriptus.
Luego de tres años de haberla representado por última vez, la Orquesta Sinfónica
Nacional Juvenil “Libertador Gral. San Martín” decidió brindar nuevamente este gran
clásico en un concierto que tuvo lugar en el Auditorio Nacional del Palacio Domingo F.
Sarmiento el pasado domingo 5 del corriente bajo la dirección de su titular -Mario
Benzecry-, con la participación del Coro Polifónico Nacional -dirigido por Fernando
Tomé- y los siguientes cantantes: Mónica Ferracani (soprano), María Luisa Merino
Ronda (mezzosoprano), Fermín Prieto (tenor) y Marcelo Iglesias Reynes (barítono). Se
contó con subtitulado electrónico para que el público pudiera comprender el texto en
latín.
La duración aproximada de esta magnífica obra es de 1 hora y media y posee la
siguiente estructura, dividida en 7 movimientos:
Réquiem y Kyrie (cuarteto solista, coro)
Dies Irae
Dies Irae (estribillo)
Tuba mirum (bajo)
Mors stupebit (bajo y coros)
Liber scriptus (mezzo-soprano, coro)
Quid sum miser (soprano, mezzo-soprano, tenor)
Rex tremendae (solistas, coro)
Recordare (soprano, mezzo-soprano)
Ingemisco (tenor)
Confutatis (bajo, coros)
Lacrimosa (solistas, coro)
Domine Jesu ( Offertorium ) (solistas)
Sanctus (doble coro)
Agnus Dei (soprano, mezzo-soprano, coro)
Lux aeterna (mezzo-soprano, tenor, bajo)
Libera me (soprano, coro)
Asimismo, posee una poderosa orquestación que incluye 3 flautas, piccolo, 2 oboes,
2 clarinetes, 4 fagotes, 4 cornos, 8 trompetas -de las cuales, 4 se hallan fuera de escena-,
3 trombones y un oficleido (un instrumento antiguo que, hoy en día, se reemplaza por la
tuba o el cimbasso, que equivale a un trombón contrabajo), timbales, bombo (cuyos
golpes ae aprecian en el Dies Irae) y cuerdas. En esta ocasión, se empleó cimbasso y
participó como director asistente Fausto Lemos, quien tuvo a su cargo al cuarteto de
trompetas fuera de escena.
Independientemente de escuchar una orquesta muy bien afinada y afiatada
previamente al inicio del concierto, el Coro Polifónico Nacional estuvo muy bien
balanceado desde los primeros compases del Réquiem y Kyrie iniciales, con unos
maravillosos matices vocales y sonoros y un perfecto balance entre el cuarteto de
solistas, la orquesta y el coro. La preparación vocal de Fernando Tomé fue estupenda, la
igual que las voces solistas. Si bien se lo apreció ligeramente tenso a Fermín Prieto al
inicio de su intervención en el Kyrie, se subsanó rápidamente y se lo pudo apreciar en
todas y cada una de sus intervenciones durante todo el desarrollo de la obra, descollando
en el Ingemisco a su cargo. Por su parte, Marcelo Iglesias Reynes se destacó en sus arias
(Tuba mirum, Mors stupebit y Confutatis) , así como también en los tríos y cuartetos
vocales, de los cuales, el Lacrimosa y el Domine Jesu del Offertorium fueron de un
calidad superlativa. María Luis Merino Ronda y Mónica Ferracani brillaron en todas y
cada una de sus intervenciones, pero sobre todo, en el Recordare, Quid sum miser -junto
a Fermín Prieto- y en el Lux æterna, que sonó sublime. La mezzosoprano brilló en el
Liber scriptus y la soprano tuvo a su cargo un sublime cierre brindando una versión
antológica del Libera me para cerrar una de las mejores versiones de este famoso
Réquiem que esta cronista haya escuchado por una orquesta argentina.
Con respecto de la Sinfónica Juvenil, su desempeño fue colosal; sobre todo, en las
fanfarrias a cargo de los metales y, particularmente, en el célebre Dies Irae -el
fragmento más conocido de la obra-. El balance sonoro y la marcación de tempi fueron
perfectos en todo momento, al igual que el diálogo entre la trompeta solista y las 4
trompetas fuera de escena, donde el director asistente Fausto Lemos se destacó por su
coordinación. Los tutti orquestales fueron de una perfección absoluta, al igual que los
pianissimi y, dentro de los solistas instrumentales, se lució el fagotista Esteban Panchi.
El otro momento donde la orquesta brilló fue el Sanctus junto al doble coro. Al término
de la función, el Auditorio Nacional no sólo estalló en un aluvión de aplausos y vítores,
sino que, además, se puso unánimemente de pie en reconocimiento a la labor
desempeñada.
El ímpetu y el entusiasmo que Mario Benzecry contagia a los jóvenes es fascinante,
lo que se traduce en una interpretación de fuste, tal como sucedió durante este concierto.
Pero, además, insta a los jóvenes a no bajar los brazos ante la adversidad y a
perfeccionarse. No solamente los resultados están a la vista, sino que se logró que dos
integrantes de las filas de violines de la orquesta prosigan su formación en el prestigioso
Conservatorio Monteverdi de Bolzano (Italia): Antonella Garvaglia e Irina Sosa,
quienes ya culminan su ciclo dentro de la agrupación y a quienes se las reconoció
mediante un aplauso sostenido previamente al concierto. Ésta es la juventud que se
destaca por mérito propio y la que todos quieren, además del ser el semillero del cual se
nutren las principales orquestas del país.
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