viernes, 10 de octubre de 2025

 


Vista general del escenario durante la interpretación del "Requiem" de Giuseppe Verdi el pasado Domingo 5 en el Auditorio Nacional. Fotografia de la autora del presente comentario.


 Excepcional versión del Réquiem de Verdi por la Sinfónica Juvenil en el Palacio

Sarmiento


UN CLÁSICO RELIGIOSO QUE SIEMPRE GUSTA Y CONVOCA

Martha CORA ELISEHT


Dentro del vasto panorama de la música sacra y religiosa, la Misa de Réquiem

de Giuseppe Verdi (1813-1901) es un clásico sempiterno que gusta al público que asiste

a conciertos sinfónico- corales. Si bien Verdi era agnóstico, siempre tuvo la idea de

componer un Réquiem en colaboración con otros compositores tras la muerte de

Gioachino Rossini en 1868. Sin embargo, esta obra no vería la luz hasta muchos años

después. El músico italiano pasaría un largo tiempo in componer tras el rutilante éxito

alcanzado con AÍDA en 1871 hasta 1887, época de la cual datan OTELLO y el Réquiem.

Verdi quedó muy impactado por la muerte de su amigo Alessandro Manzoni en

1873, cuando militaban juntos por la unificación y el Risorgimento de Italia,

compartiendo las ideas de justicia y libertad. En aquel entonces, Italia estaba

fragmentada en múltiples reinos y el movimiento del Risorgimento proponía la

unificación en nombre del monarca Vittorio Emmanuele di Saboya, motivo por el cual

se vivaba al soberano con la consigna: ¡VIVA VERDI! (que, en realidad, no se refería al

compositor, sino a la sigla “Viva Vittorio Emmanuele, Re d’Italia”, que coincidía con su

apellido). Esto motivó la idea de componer una misa completa en homenaje a la

memoria de quien fuera su amigo. El estreno se produjo en la iglesia de San Marcos en

Milán en 1874 -justo un año después de la muerte de Manzoni- y alcanzó un éxito

rotundo desde la primera representación. Su fama trascendió las fronteras fuera de Italia

y, posteriormente, Verdi realizó en 1875 una revisión de la sección Liber scriptus.

Luego de tres años de haberla representado por última vez, la Orquesta Sinfónica

Nacional Juvenil “Libertador Gral. San Martín” decidió brindar nuevamente este gran

clásico en un concierto que tuvo lugar en el Auditorio Nacional del Palacio Domingo F.

Sarmiento el pasado domingo 5 del corriente bajo la dirección de su titular -Mario

Benzecry-, con la participación del Coro Polifónico Nacional -dirigido por Fernando

Tomé- y los siguientes cantantes: Mónica Ferracani (soprano), María Luisa Merino

Ronda (mezzosoprano), Fermín Prieto (tenor) y Marcelo Iglesias Reynes (barítono). Se

contó con subtitulado electrónico para que el público pudiera comprender el texto en

latín.

La duración aproximada de esta magnífica obra es de 1 hora y media y posee la

siguiente estructura, dividida en 7 movimientos:

 Réquiem y  Kyrie  (cuarteto solista, coro)

 Dies Irae

 Dies Irae (estribillo)

 Tuba mirum (bajo)


 Mors stupebit (bajo y coros)

 Liber scriptus (mezzo-soprano, coro)

 Quid sum miser (soprano, mezzo-soprano, tenor)

 Rex tremendae (solistas, coro)

 Recordare (soprano, mezzo-soprano)

 Ingemisco (tenor)

 Confutatis (bajo, coros)

 Lacrimosa (solistas, coro)

 Domine Jesu ( Offertorium ) (solistas)

 Sanctus (doble coro)

 Agnus Dei (soprano, mezzo-soprano, coro)

 Lux aeterna (mezzo-soprano, tenor, bajo)

 Libera me (soprano, coro)


Asimismo, posee una poderosa orquestación que incluye 3 flautas, piccolo, 2 oboes,

2 clarinetes, 4 fagotes, 4 cornos, 8 trompetas -de las cuales, 4 se hallan fuera de escena-,

3 trombones y un oficleido (un instrumento antiguo que, hoy en día, se reemplaza por la

tuba o el cimbasso, que equivale a un trombón contrabajo), timbales, bombo (cuyos

golpes ae aprecian en el Dies Irae) y cuerdas. En esta ocasión, se empleó cimbasso y

participó como director asistente Fausto Lemos, quien tuvo a su cargo al cuarteto de

trompetas fuera de escena.

Independientemente de escuchar una orquesta muy bien afinada y afiatada

previamente al inicio del concierto, el Coro Polifónico Nacional estuvo muy bien

balanceado desde los primeros compases del Réquiem y Kyrie iniciales, con unos

maravillosos matices vocales y sonoros y un perfecto balance entre el cuarteto de

solistas, la orquesta y el coro. La preparación vocal de Fernando Tomé fue estupenda, la

igual que las voces solistas. Si bien se lo apreció ligeramente tenso a Fermín Prieto al

inicio de su intervención en el Kyrie, se subsanó rápidamente y se lo pudo apreciar en

todas y cada una de sus intervenciones durante todo el desarrollo de la obra, descollando

en el Ingemisco a su cargo. Por su parte, Marcelo Iglesias Reynes se destacó en sus arias

(Tuba mirum, Mors stupebit y Confutatis) , así como también en los tríos y cuartetos

vocales, de los cuales, el Lacrimosa y el Domine Jesu del Offertorium fueron de un

calidad superlativa. María Luis Merino Ronda y Mónica Ferracani brillaron en todas y

cada una de sus intervenciones, pero sobre todo, en el Recordare, Quid sum miser -junto

a Fermín Prieto- y en el Lux æterna, que sonó sublime. La mezzosoprano brilló en el

Liber scriptus y la soprano tuvo a su cargo un sublime cierre brindando una versión

antológica del Libera me para cerrar una de las mejores versiones de este famoso

Réquiem que esta cronista haya escuchado por una orquesta argentina.


Con respecto de la Sinfónica Juvenil, su desempeño fue colosal; sobre todo, en las

fanfarrias a cargo de los metales y, particularmente, en el célebre Dies Irae -el

fragmento más conocido de la obra-. El balance sonoro y la marcación de tempi fueron

perfectos en todo momento, al igual que el diálogo entre la trompeta solista y las 4

trompetas fuera de escena, donde el director asistente Fausto Lemos se destacó por su

coordinación. Los tutti orquestales fueron de una perfección absoluta, al igual que los

pianissimi y, dentro de los solistas instrumentales, se lució el fagotista Esteban Panchi.

El otro momento donde la orquesta brilló fue el Sanctus junto al doble coro. Al término

de la función, el Auditorio Nacional no sólo estalló en un aluvión de aplausos y vítores,

sino que, además, se puso unánimemente de pie en reconocimiento a la labor

desempeñada.

El ímpetu y el entusiasmo que Mario Benzecry contagia a los jóvenes es fascinante,

lo que se traduce en una interpretación de fuste, tal como sucedió durante este concierto.

Pero, además, insta a los jóvenes a no bajar los brazos ante la adversidad y a

perfeccionarse. No solamente los resultados están a la vista, sino que se logró que dos

integrantes de las filas de violines de la orquesta prosigan su formación en el prestigioso

Conservatorio Monteverdi de Bolzano (Italia): Antonella Garvaglia e Irina Sosa,

quienes ya culminan su ciclo dentro de la agrupación y a quienes se las reconoció

mediante un aplauso sostenido previamente al concierto. Ésta es la juventud que se

destaca por mérito propio y la que todos quieren, además del ser el semillero del cual se

nutren las principales orquestas del país.

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