Transmisión histórica por streaming de “AÍDA” desde
el Metropolitan
CON TODO EL LUJO Y EL
ENCANTO DEL ANTIGUO EGIPTO
Martha CORA ELISEHT
Si dentro de un Ciclo de Abono de
ópera –o en este caso, una serie de transmisiones por streaming- no se incluyen los típicos clásicos verdianos como LA TRAVIATA, RIGOLETTO o IL TROVATORE, el mismo pierde jerarquía.
Y en una temporada prolongada de transmisiones por streaming como la del Metropolitan Opera House de New York, jamás puede faltar otro gran clásico
de Verdi: AÍDA, que se ofreció el
pasado martes 1° del corriente en una versión histórica que data de 1984 y cuyo
elenco estuvo formado por los siguientes cantantes: Leontyne Price (Aída), James Mc Cracken (Radamés), Fiorenza Cossotto (Amneris), Simon Estes (Amonasro), John Mc Curdy (Ramfis), Dimitri Kavrakos (Faraón), Therese Brandson (Sacerdotisa) y Robert Nagy (Mensajero). Participó también el Ballet
Estable de la institución, con coreografía de Louis Johnson; el Coro Estable,
dirigido por David Stivender y dirección orquestal de James Levine. Asimismo,
contó con puesta en escena de John Dexter, escenografía de David Reppa,
vestuario de Peter Hall e iluminación de Gil Wechsler.
La idea de fomentar las artes en Egipto y fundar un
teatro de ópera nació de la mano del khedive
Ismail Pashá en 1869, con motivo de la inauguración del Canal de Suez. Para
ello, el khedive encargó al
arqueólogo francés Auguste Mariette una obra que reflejara la gloria del
Antiguo Egipto y escribió una carta a Giuseppe Verdi para que se hiciera cargo
de la música. Si bien Verdi no componía por encargo, el khedive quería a toda costa que el italiano lo hiciera,
ofreciéndole una cuantiosa suma de dinero. Por ende, encomendó la redacción del
libreto a Antonio Ghislanzoni sobre la
base de la obra de Mariette. A pesar de que el khedive quería que Verdi estrenara su obra en El Cairo en tiempo y en
forma, hubo una serie de contratiempos que se lo impidieron. En primer lugar,
la escenografía, los decorados y el vestuario se hicieron en París y no
pudieron llegar a tiempo debido a los retrasos provocados por la guerra franco-
prusiana. Y en segundo lugar, bien son conocidos los contratiempos que tuvo
Verdi en la elección del director de orquesta y los cantantes. Por lo tanto, la
Khedivial Opera House – actual ópera
de El Cairo- abrió sus puertas con Rigoletto
en ese mismo año. Finalmente, en
1871 se produce el estreno mundial de Aída
en El Cairo, transformándose inmediatamente en un éxito rotundo.
Para
la presente versión, John Dexter empleó una puesta en escena sencilla, que
permitió realizar los numerosos cambios de escena durante los cuatro actos que
componen la obra. El magnífico vestuario de época – caracterizado por su
suntuosidad- permitió la perfecta caracterización de todos los personajes. Y
Louis Johnson supo recrear perfectamente los rituales y las danzas del antiguo
Egipto en los diferentes números de baile (invocación a Ptah, aposentos de Amneris y
Danza guerrera luego de la victoria
contra los etíopes). En las escenas de mayor despliegue, la escenografía se
enriqueció con paneles y otros elementos para simular los templos de Isis y el Palacio del Faraón. La magistral iluminación de Gil Wechsler hizo
el resto (escena del juicio y sepultura de Radamés).
Pudo
apreciarse desde el inicio a un muy joven James Levine dirigiendo la orquesta
del Met con sus habituales brillo y maestría, dándole el vuelo y el
romanticismo necesarios que requiere la partitura verdiana (de la cual es un
profundo conocedor), además de realizar una correctísima marcación de tempi. El
Coro estuvo magistralmente preparado por David Stivender, ya que juega un rol
muy importante en prácticamente toda la ópera, ya que actúa como un personaje
más. Prueba de ello fueron las arias principales en las que interviene (“Su del Nilo guárdate le rive”; “Guerra,
guerra”; Possente, possente Ptah…”; Chi mai fra gl’imri e i plausi”; “Gloria all’Egitto,
ad iside y “”O tu che sei d’Osiride”). El bailarín solista Christopher
Stocker se lució en la Invocación a Ptah,
con una coreografía que combinó elementos de danza clásica con danza
contemporánea, mientras que el trío de las esclavas moriscas integrado por
Kimberley Graves, Naomi Marritti y Ellen Rienman también tuvo una destacadísima
actuación. Y en el Intermezzo de la
segunda escena del 2° Acto, un grupo de bailarines interpretó escenas de
combate entre egipcios y etíopes con
gran soltura y plasticidad. Tanto los cantantes que ejecutaron roles
secundarios (Dmitri Kavrakos como el Faraón,
Therese Brandson como la Sacerdotisa
de Ptah y Robert Nagy como el Mensajero)
estuvieron muy bien, al igual que el legendario bajo John Mc Curdy como Ramfis, destacándose en los dúos con Radamés y Amneris, al igual que cuando invoca a las armas (“Guerra e morte”) y da el consejo en el
2° Acto (“Ascolta, giovine guerriero”). Un
habitué del Met y uno de los mejores bajos estadounidenses de los últimos
tiempos.
James
Mc Cracken también ha sido una figura habitual en los repartos del Metropolitan
y ofreció un muy correcto Radamés. Probablemente
una tenga el sesgo de preferencia por cantantes italianos en este tipo de
roles, pero lo hizo con gran solemnidad desde la celebérrima “Si quel guerrier ió fosse… Celeste Aída”
con la que abre la obra. También se destacó en el trío del 1° Acto junto a Aída y Amneris, al igual que en el magistral cuarteto final del 2° Acto
junto a Amneris, Aída y A,monasro (“La
pietá negli occhi d’Aída”… “O Re: pei sacri Numi…”), la cavatina
junto a Aída en el dúo del 3°
Acto (“Per te riveggio, mia dolce Aída…
Noi fiero anelito”) y su aria final (“La
fatal pietra sobre me si chiuse”). Y Simon Estes brindó un Amonasro excepcional desde su encuentro
con Aída (“Non mi tradir… Quest’assisa”),
pasando por el dúo del 3° Acto (“Cel,
mio padre”… “Rivedrai la foreste imbalsamate”) y su encuentro con Radamés (“Napata! Mei guerrieri sei
presti”).
La
dupla integrada por Leontyne Price y Fiorenza Cossotto fue monumental. Ambas
han sido grandes intérpretes de Aída y Amneris respectivamente y se las pudo
apreciar en su plenitud durante la presente transmisión. Han ofrecido una
auténtica cátedra de canto y actuación y como buenas rivales por el amor de Radamés, se sacaron chispas sobre el
escenario. Esto fue notorio desde la aparición en escena de Amneris (“Vieni, o diletta”), siguiendo en
el 2° Acto (“Vieni, amor mio”) hasta
la aparición de Aída (“Ió sono l’amica tua”) y el dúo final
de la misma escena (“En la sorte
dell’ami”). Posteriormente, tras la acusación de traición a Radamés por parte de los sacerdotes,
maldice a su rival por haberse escapado (“L’aborrita
rivale a mi sfuggio”). Y en la escena final, invoca a Ptah mientras Aída y Radamés comparten
su amor en la tumba y mueren juntos cantando. Por su parte, la eximia soprano
afroamericana se lució en todas sus arias, comenzando por “Ritorma vincitor”, donde hizo gala de sus sublimes agudos y sus
estupendos pianissimi. Lo mismo
sucedió en los dúos, tríos y cuartetos ya mencionados, pero la ovación llegó a
su clímax luego de haber cantado “O,
patria mía” en el 3° acto. Su interpretación fue tan exquisita, que luego
de terminar el aria, el público la aplaudió sostenidamente durante 15 minutos. Por
último, se lució en el duetto final
junto a Radamés (“Tutto é finito… Addío,
terra e val de lacrime… Se chiudere il cel”). Naturalmente, el Met estalló
en aplausos y vítores cuando salió a saludar al final de la ópera junto al
elenco. Tampoco faltaron los tradicionales ramos de flores arrojados desde los
palcos por parte del público ni una lluvia de papel metalizado.
Al
igual que en otras transmisiones históricas,
el material fílmico y sonoro se encontró en perfecto estado de
conservación. Gracias al mismo y al streaming,
hoy en día se puede disfrutar de estas generaciones de cantantes que ya no
volverán, pero que han hecho historia. Y que permiten apreciar los grandes
clásicos en todo su esplendor, con el brillo y la suntuosidad del antiguo
Egipto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario