domingo, 26 de marzo de 2023

 

Gran concierto de apertura del ciclo de la Filarmónica en el Colón

 

MARCA SU NIVEL EN UNA NUEVA ETAPA

Martha CORA ELISEHT

 

            El concierto de apertura de un organismo sinfónico siempre es una prueba de fuego, porque suele marcar tendencia y generar expectativas sobre el desarrollo de una temporada. En el caso particular de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (OFBA), la expectativa era aún mayor por dos motivos: el cambio de día en el que se ofrecen los conciertos (pasó de viernes a sábados, donde tendrá lugar la mayoría del Ciclo) y el de director titular. Tras un largo período de 17 años bajo la batuta de Enrique Diemecke, se abre una nueva etapa sín Director Titular para el Conjunto. El concierto inaugural estuvo a cargo del venezolano Manuel Hernández Silva, quien dirigió a la Filarmónica el pasado sábado 25 del corriente en el Teatro Colón, en un programa compuesto íntegramente por obras de Johannes Brahms (1833-1897):

-          Concierto para violín y orquesta en Re mayor, Op.77

-          Sinfonía n°1 en Do menor, op.68

Pese al fin de semana largo, el Colón fue una fiesta. Hubo una importantísima afluencia de público en las localidades más económicas (Cazuela, Tertulia y Paraíso de pie, donde concurrieron numerosos turistas extranjeros), que brindó el marco propicio para este concierto inaugural de la Temporada 2023. Se escuchó una orquesta bien afinada y afiatada previamente al inicio del concierto -a cargo del concertino Xavier Inchausti- hasta que Hernández Silva hizo su presentación en el escenario junto al violinista ruso Sergei Dogadin, quien reemplazó en último momento a Frank Peter Zimmermann para la ejecución de la mencionada obra. Poco se sabía de este joven intérprete, quien fue ganador del Concurso Internacional Tchaikovsky en Moscú en 2019 y quien actualmente se está perfeccionando en la Universidad de Artes y Música en Viena con Boris Kuschnir – casualmente, el mismo tutor de nuestra compatriota Pilar Magalí Policano-. Dogadin tuvo a su cargo uno de los conciertos más difíciles para dicho instrumento, ya que posee numerosas dificultades técnicas; sobre todo, para la mano izquierda. Fue compuesto en 1878 y dedicado a su amigo Joseph Joachim, quien lo estrenó al año siguiente con el compositor al podio de la Gewandhaus de Leipzig.  Originalmente, estaba pensado para cuatro movimientos (Allegro non troppo/ Adagio/ Allegro giocoso, ma non troppo vivace- Poco piú presto/ Scherzo), pero finalmente, Brahms desistió de la idea e incorporó la música destinada a dicho movimiento en su Concierto n°2 para piano y orquesta. Tras el pasaje orquestal en el Allegro non troppo inicial, donde se muestran muchos de los temas que van a tener lugar durante el desarrollo del concierto, el solista hace su presentación luego del redoble de timbal. Al principio, una pudo apreciar que Dogadin comenzó algo tibio, pero a medida que se desarrolló el concierto, su interpretación fue creciendo en intensidad y brindó una versión de excelencia. Posee una técnica y un fraseo impecables, tocó dicho concierto de memoria y demostró sus cualidades interpretativas en las cadencias y pizzicatos de los dos últimos movimientos. Por su parte, la orquesta ofreció una amalgama perfecta entre sus integrantes y el solista bajo la muy buena dirección de Hernández Silva, donde los solistas de los principales instrumentos se lucieron -especialmente, Néstor Garrote en oboe, Mariano Rey en clarinete y Fernando Chiappero en corno, al igual que Juan Ignacio Ferreiros en timbal-. La interpretación de Dogadin fue brillante en el último movimiento, donde ejecutó sin mayores dificultades los dificilísimos pasajes de dobles cuerdas. El público lo aplaudió a rabiar al final del concierto, motivo que obligó al violinista a ofrecer un bis: Nel cor piú non mi sento, de Niccoló Paganini. Fue una auténtica demostración de virtuosismo, ya que los pasajes de dificultad extrema -particularmente, el pizzicato borto- aumentan de intensidad y se multiplican a medida que la obra se va acercando al final. Unido esto a su prodigiosa memoria, se ganó la ovación de un Colón atiborrado de gente. 

La Sinfonía n°1 en Do menor, Op.68 demoró 15 años en componerse. Brahms era sumamente autocrítico e inseguro y destruyó muchos de sus escritos y composiciones de juventud. Por otra parte, tanto el ambiente musical de la época como los amigos del compositor se preguntaban si iba a ser el continuador de la obra de Beethoven. Quizás por eso, Hans von Bülow la denominó en 1877 “la Décima de Beethoven” por las similitudes que presenta con la oda a la alegría de la Novena Sinfonía y el tema del Destino de la Quinta Sinfonía del genio de Bonn. Sin embargo, Brahms era sarcástico a la hora de enfrentar este tipo de comentarios. Es una obra monumental escrita en 4 movimientos (Un poco sostenuto- Allegro- meno Allegro/ andante sostenuto/ Un poco allegretto e grazioso/ Adagio- Piú andante- Allegro non troppo, ma con brío- Piú allegro), que figura en el repertorio de las principales orquestas sinfónicas del todo el mundo y que goza de una inmensa popularidad. Si bien posee numerosas influencias beethovenianas, el estilo de composición es propio del genio de Hamburgo. En esta versión, la Filarmónica sonó sumamente segura de principio al fin respetando las tres características de la música del compositor: romántico, firme y marcial. Los solistas de las diferentes secciones estuvieron magníficos, logrando un sonido prístino en los solos de sus respectivos instrumentos -sobre todo, el excelente solo de violín a cargo de Inchausti al final del segundo movimiento y el de Mariano Rey a principio del tercero, al igual que el de oboe, a cargo de Néstor Garrote-. También tuvo una destacada actuación Daniel LaRocca en la ejecución del contrafagot durante el 1° y 2° movimientos y lo mismo sucedió con la cadencia a cargo de los trombones en el último movimiento. Una versión muy buena de esta archiconocida joya sinfónica, que desató numerosos aplausos y vítores por parte del público.

Tras varios años de una dirección que cayó en una especie de sopor y letargo en su última etapa, parece que soplan nuevos vientos de cambio para la Filarmónica. Se terminaron los comentarios alusivos a las obras -totalmente innecesarios- y se anuncia un repertorio renovado para esta temporada, que impresiona ser brillante. Una espera que la orquesta vuelva a recuperar ese sonido europeo que siempre la caracterizó y que estuvo presente en este concierto inaugural. Se dio el primer paso y parece andar bien por este nuevo camino.        

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