El saludo del Maestro Sebastiano de Filippi y de la Orquesta de Cámara del Congreso de la Nación tras un nuevo concierto en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. Fotografía de la autora del presente comentario.
Gran actuación de César Angeleri junto la Orquesta de Cámara del Congreso
DANZAS DEL MUNDO QUE GUSTAN Y CONVOCAN
Martha CORA ELISEHT
Los conciertos que brinda la Orquesta de Cámara del Congreso de la Nación se
caracterizan no sólo por ser de excelente calidad y participación de solistas de alta
jerarquía -tanto invitados como integrantes del conjunto-, sino también por ser
temáticos. El pasado lunes 29 del corriente tuvo lugar en el Salón de los Pasos Perdidos
del Congreso Nacional un concierto denominado “NOTAS EN DANZA” que contó con
la participación del guitarrista César Angeleri como solista bajo la dirección del titular
de la agrupación -Sebastiano De Filippi- para interpretar el siguiente programa:
- «Pavana para una infanta difunta»- Maurice RAVEL (1875-1937)
(orquestación de Juan Elías)
- Cinco danzas griegas- Nikos SKALKOTTAS (1904-1949)
- Cinco arreglos de música urbana rioplatense:
“A don Agustín Bardi”- Horacio SALGÁN (1916-2016)
“Golondrinas”- Carlos GARDEL (1893-1935)
“Ausencias”
“Prepárense”- Astor PIAZZOLLA (1921-1992)
“Garabato”- Osvaldo FATTORUSO (1948-2012)
(orquestación de Cristian Zárate)- César ANGELERI (1963)
- Quince cantos campesinos húngaros- (orquestación: Alan Bonds) (estreno
argentino)- Bela BARTÓK (1881-1945)
- Danzas transilvanas (orquestación de Alan Bonds) (estreno argentino)- Bela
BARTÓK (1881-1945)
- Danzas populares rumanas (orquestación de Arthur Willner)- Bela
BARTÓK (1881-1945)
El concierto contó con el auspicio y la presencia de los directores de Cultura de
ambas Cámaras parlamentarias: el Magister Daniel Abate, por el Senado, y la Lic.
Flavia Alemann, por Diputados, además de una notoria afluencia de público.
Con motivo del 150° aniversario del nacimiento de Maurice Ravel, la Orquesta
de Cámara del Congreso decidió homenajearlo con su célebre Pavana para una infanta
difunta, compuesta en 1899 cuando el genio de Ciboure todavía estudiaba con Gabriel
Fauré en el conservatorio de París -de hecho, se basó para componerla en la Pavanne,
Op.50 de su maestro-. Dedicada a su mentora, -la princesa de Polignac- recrea la
elegancia y distinción de una infanta bailando una pavana -danza lenta renacentista muy
popular entre los siglos XVI y XVII- en la corte española, inspirada e inmortalizada en
los cuadros de Diego Velázquez. No obstante, su título no tiene nada que ver con la
composición. Según palabras del propio Ravel: “Simplemente me gustó cómo sonaban
las palabras y así las escribí en la partitura. Eso es todo”. Posteriormente, fue
orquestada en 1910 y en esta ocasión, se la pudo apreciar en esta bellísima transcripción
para cuerdas de Juan Elías, donde De Filippi imprimió una marcación puntillosa y
precisa para lograr los matices característicos de la versión tradicional para orquesta
sinfónica. Lo mismo sucedió en la interpretación de las Cinco danzas griegas de Nikos
Stalkottas (Epirótica/ Cretense/ Cameriense/ Arcádica/ Clefticense), compuestas entre
1931 y 1936 tras su regreso a su tierra natal. En ellas, el compositor fusiona danzas
folklóricas típicas de diferentes regiones griegas con elementos de la Segunda Escuela
de Viena. En particular, la última (Clefticense) posee reminiscencias de la Danza ritual
del Fuego de EL AMOR BRUJO, de Manuel de Falla. Los músicos se destacaron en una
versión de fuste, colorida y vibrante.
Seguidamente, César Angeleri se presentó sobre el escenario para interpretar los
Cinco arreglos de música urbana rioplatense de su autoría con orquestación de Cristian
Zárate sobre tangos de Horacio Salgán, Carlos Gardel, Astor Piazzolla y Osvaldo
Fattoruso. Se apreció una muy buena labor por parte de la guitarra solista junto a la
orquesta desde los primeros compases de A don Agustín Bardi al ritmo del 2/4, con
excelentes intervenciones de la violoncelista Mariana Levitin, el concertino Pablo
Pereira en los solos de violín y la entrada de las cuerdas en pizzicato en el célebre tango
de Gardel (Golondrinas). Los mismo sucedió en Ausencias y Prepárense, de Piazzolla.
En cambio, la pieza de Fattoruso (Garabato) está escrita en ritmo de candombe y sonó
como tal, vibrante y negro como los esclavos rioplatenses que le dieron origen. La
percusión se logró mediante efecto strappata (golpes sobre la caja) de la guitarra. El
público aplaudió al término de cada pieza, pero también, al término de las cinco en
reconocimiento a la magnífica labor desempeñada por la orquesta y el guitarrista para
cerrar la primera parte del concierto.
Durante el transcurso del corriente año se cumple el 80° aniversario del
fallecimiento de Bela Bartók, motivo por el cual Sebastiano de Filippi decidió incluir
todas obras del compositor húngaro para la segunda parte del concierto, de las cuales,
dos se presentaron en calidad de estrenos locales: los Quince cantos campesinos
húngaros y las Danzas transilvanas. Las primeras fueron compuestas originalmente
para piano durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y llevan el número Sz.71/79,
acorde al catálogo realizado por el musicólogo András Szöllösy (1921-2007). La
orquestación corresponde a Alan Bonds y consta de 4 números: Cuatro viejas melodías,
Scherzo, Balada (tema con variaciones) y Nueve viejas melodías de baile. El primero es
un adagio donde los violoncellos y las violas llevan la melodía hasta la entrada de los
violines hasta el vibrante scherzo para seguir con las variaciones en la balada, que
permite el lucimiento de los solos de violín a cargo del solista guía de segundos violines
y el concertino – gran labor de Catriel Galván y Pablo Pereira, respectivamente-. El
movimiento final es un allegro que inician los violoncellos seguidos por los demás
instrumentos de cuerda que reúne czardas, polkas, ländern y otros ritmos folklóricos
centroeuropeos desarrollados mediante una serie de variaciones. Una versión exquisita,
donde De Filippi demostró su maestría al frente del organismo y que fue muy aplaudida.
A diferencia de su predecesora, las Danzas transilvanas Sz.96/102 b fueron compuestas
originalmente para orquesta en 1931 y también se empleó la orquestación para cuerdas
de Alan Bonds en calidad de estreno local. Posee 3 números: Gaiteros, Danza del oso y
final. El primero es un allegro marcato que sonó como tal y el segundo, una danza de
carácter vibrante que desemboca en el movimiento final en ritmo de czarda, cuya
velocidad va aumentando en intensidad a medida que avanza la melodía. Un gran
desempeño del director y los músicos y otra ovación de aplauso luego de su
interpretación. Por último, se interpretaron las Danzas populares rumanas Sz.56/68 en
orquestación de Arthur Willner. Compuestas originalmente para piano en 1915, reúne
los siguientes números: Danza con bastón, danza del brazo, danza en el lugar, danza
con cornamusa, polca rumana y danza rápida, donde Bartók inserta temas folklóricos
típicos de dicho país y de su Hungría natal. Constituye otra de las especialidades del
ensamble, donde el concertino Pablo Pereira se lució en todos los solos a su cargo y
acompañado magistralmente por el resto. La precisión y la marcación de De Filippi
fueron perfectas y sumamente precisas hasta tal punto, que el Salón de los Pasos
Perdidos estalló en aplausos y vítores tras su interpretación, motivo por el cual se tuvo
que hacer un encore de la Danza rápida final, que sonó mejor todavía que en la primera
versión para poner punto final a una función de eximia jerarquía.
El título del presente concierto no sólo fue completamente acorde con el
repertorio ofrecido, sino que, además, cumplió plenamente con las expectativas. Se
unieron danzas de países tan disímiles como Hungría, Grecia, Argentina, Uruguay y
Francia para integrar un programa versátil y de excelencia que gusta y convoca, además
de rendir homenaje a dos grandes de la música universal.
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