domingo, 23 de septiembre de 2018

Espléndido concierto de la Filarmónica de Dresde en el Colón MICHAEL SANDERLING, UN MAESTRO CON MAYÚSCULAS Martha CORA ELISEHT El Ciclo de Abono del Mozarteum Argentino tiene acostumbrado al público porteño a disfrutar espectáculos de excelencia desde hace algo más de 60 años, trayendo instrumentistas, cantantes y agrupaciones sinfónicas de jerarquía internacional. Y el sábado 8 del corriente, esta tradición de alta alcurnia volvió de la mano de la Orquesta Filarmónica de Dresde, dirigida por Michael Sanderling, quien junto a la mencionada agrupación sinfónica volvió a nuestro país después de 4 años para interpretar un repertorio clásico, que incluyó una obra del argentino Oscar Strasnoy en calidad de estreno americano: The End. El mismo se completó con el célebre Concierto n° 20 para piano y orquesta en Re menor, K.466 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y la Sinfonía n° 3 en Re menor (“Wagner”), WAB 103, de Anton Bruckner (1824-1896), con la participación del pianista rumano Herbert Schuch como solista. Todas las interpretaciones fueron de una excelencia sublime, con un sonido prístino y de una calidad soberbia, que una no recuerda haber escuchado en el Colón desde hace ya muchos años. Michael Sanderling hizo que la orquesta cantara, brindando unos matices increíbles y un equilibrio justo y preciso. Cuando un cronista especializado tiene que escribir sobre el tema, se fija mucho en los gestos y en la actitud del director de orquesta hacia sus músicos. En este caso, hubo una perfecta comunión entre Sanderling y sus dirigidos. Incluso en la interpretación del Concierto n° 20 para piano y orquesta de Mozart, Herbert Schuch y Michael Sanderling intercambiaron gestos, comunicándose perfectamente uno con el otro y logrando una perfecta simbiosis entre orquesta, instrumento solista y dirección. El resultado fue una interpretación excelsa, donde Herbert Schuch demostró ser un pianista eximio. No es fácil tocar una obra tan celebérrima, pero Schuch supo darle su interpretación y su toque personales- cosa muy difícil de lograr- , que son fundamentales a la hora de ejecutar la música inmortal del genio de Salzburgo. Posteriormente, el pianista se vio obligado a hacer un bis- Rondó capriccioso de Saint- Saëns, en una transcripción para dicho instrumento-, que hizo estallar al público en aplausos. Por otra parte, la orquesta utilizó instrumentos de época para recrear mejor la obra de Mozart: timbales pequeños- excelente la ejecución de Stephan Kittlaus-, oboe d’amore y número de cuerdas reducido, que logró perfectamente el efecto de cámara, lo que jerarquizó aún más la interpretación. Es una tendencia mundial que se ha rescatado del olvido- gracias al valioso aporte de directores como Helmut Rilling y Nikolaus Harnoncourt- y que cada día gana más adeptos por parte del público asistente a los conciertos. El argentino Oscar Strasnoy compuso The End en 2004, basándose en los últimos compases de la Sinfonía n° 8 de Ludwig van Beethoven. Esta obra se estrenó en 2007 por la Orquesta Filarmónica de Radio France y tuvo un gran suceso en Europa. Creada para orquesta reducida, reconstruye y construye del fin al comienzo y con matices personales los compases finales de la mencionada sinfonía de Beethoven. En calidad de estreno americano, es una obra interesante en cuanto a su estructura y complejidad sonora, ya que ensambla y desarrolla la música de Beethoven con ciertos pasajes y atisbos de atonalidad, hilvanados de tal manera que no resulta desagradable al oído de quien la escucha por primera vez. La interpretación de Sanderling fue excelente y el público presente la recibió de muy buen agrado. Sin lugar a dudas, la Sinfonía n° 3 en Re menor de Anton Bruckner fue lo mejor de la noche. Hacía rato que esta magnífica obra estaba olvidada en los repertorios de los programas de conciertos- una recuerda la excelente versión de la Filarmónica de Viena en 1985 y la ofrecida por la Gewandhaus de Leipzig, con Kurt Mazur al podio- y ha sido un gran acierto rescatarla de su tan prolongado ostracismo sobre el escenario del Colón. Dedicada a Richard Wagner, fue compuesta en 1873 y estrenada cuatro años más tarde, con la dirección del mismo compositor- quien era un eximio organista y director coral, pero con nula experiencia en dirección orquestal-, ya que había muerto quien iba a dirigirla en su estreno- Johann von Herbeck-. Si bien su estreno fue un fracaso rotundo, Bruckner no se dio por vencido y revisó su obra en varias oportunidades, hasta que logró una versión definitiva en 1889 (que es la que se ejecuta en la actualidad). Para ese entonces, Wagner ya había muerto y de ahí proviene el subtítulo de la misma. Es la primera de todas las sinfonías de Bruckner que lleva su sello personal y consta de 4 movimientos: Gemässigt, mehr bewegt (Moderado, más animado, misterioso)/ Adagio. Bewegt, quasi Andante (Con movimiento, cuasi andante)/ Scherzo. Ziemlich schnell (bastante rápido)/ Finale. Allegro. Como consecuencia de su formación como organista, Bruckner utiliza orquestación en grandes bloques, con coros de instrumentos, donde además, intercala una frase de su Misa en Re menor en el primer movimiento. La monumentalidad del 1° movimiento continúa en el Adagio del 2°, con reminiscencias wagnerianas en las cuerdas. Por el contrario, el 3° movimiento se caracteriza por comenzar con un veloz crescendo orquestal, que remeda los Ländler austríacos, en un vibrante Scherzo donde las cuerdas suenan prácticamente al unísono. Tal como se expresó anteriormente, la versión ofrecida por Michael Sanderling fue vibrante, donde la orquesta sonaba como si todos los instrumentos estuvieran fusionados en una sola voz; es decir, cantando. Y cuando se logra dicho efecto, aumenta la excelencia interpretativa. Por último, el Allegro final presenta un contraste marcado entre la severidad- corales solemnes- y la fluidez- sonidos rítmicos, de polkas y oras danzas típicas- como diferentes facetas de la vida. Tal fue el efecto causado en el público, que la orquesta se vio obligada a interpretar un bis que ha sido más que exquisito: una versión magistral del Intermezzo de Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni, que sonó como pocas veces se la ha escuchado en el Colón. Fue una lástima que no hubieran hecho más bises, porque realmente, daba para un “gustito a más”. Porque Michael Sanderling demostró ser un Maestro de la dirección orquestal, que brindó un concierto memorable en el Colón, como hacía rato que no se escuchaba algo de una perfección tan absoluta, con una imprompta y un estilo personales.

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