sábado, 1 de septiembre de 2018

Eufórica presentación de Alexander Lazarev al frente de la Filarmónica en el Colón A PURO ÉNFASIS Y CON MUCHA MAESTRÍA Martha CORA ELISEHT El pasado jueves 30 del corr4iente se llevó a cabo el 12° Concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Teatro Colón, bajo la dirección de Alexander Lazarev y la actuación de Pablo Saraví como violín solista. Se interpretaron las siguientes obras: Gli Uccelli (“Los pájaros”), de Ottorino Respighi; The Lark ascending (“El ascenso de la alondra”) para violín y orquesta, de Ralph Vaughan Williams; fragmentos de “El Lago de los Cisnes” de Tchaikowsky y la Suite de “El Pájaro de Fuego” (versión 1945) de Igor Stravinsky. El mencionado director ruso es un habitué del Colón. Hizo su debut en 1982 con Khovantchina de Modest Mussorgsky y, posteriormente, ha venido a dirigir a la Filarmónica en un par de oportunidades. Salvo que esta vez, lo hizo con un énfasis que se notó desde que apareció sobre el escenario, donde tuvo un traspié al dirigirse al podio- una podía pensar que quiso evitar una caída tras un tropiezo-, que resolvió favorablemente. Luego de los habituales saludos al público, comenzó a dirigir a toda velocidad el Preludio de Gli Uccelli. Quizás, una esté habituada a escuchar el tempo alla marcia en las grabaciones, donde la orquesta suena con solemnidad. Posteriormente, sí se respetaron los tempi en los diferentes números comprendidos en la suite (La paloma, La gallina, el ruiseñor y El cuclillo), donde hubo un equilibrio sonoro muy parejo por parte de la orquesta y los diferentes solistas. Muy buenas actuaciones de Claudio Barile (flauta); Ana Rosa Rodríguez (flautín), Mariano Rey (clarinete), Néstor Garrote (oboe) y Gabriel La Rocca (fagot), al igual que los metales, representados por los cornos y trompetas. La obra culmina con el mismo tempo alla marcia con la que se inicia, donde sí sonó más solemne y marcial. Naturalmente, no fue impedimento para que el público respondiera positivamente. The Lark Ascending fue compuesta originariamente como sonata para violín y piano en 1914, pero posteriormente, Vaughan Williams realizó la transcripción para violín y orquesta en 1921. A partir de allí, la obra se popularizó y se la ejecuta en todo el mundo. La alondra está representada por el violín, que, durante el transcurso de la obra, presenta tres cadencias fundamentales, caracterizadas por un fraseo ondulante, que semeja el vuelo del ave. Siempre se caracterizó al vuelo de la alondra como una elevación hacia Dios y, por ende, las tres cadencias del violín refuerzan un marco religioso. La interpretación de Pablo Saraví fue magistral: a tal punto, que hacia el final de la obra, la orquesta permanece casi silente, reforzando el solo de violín y dando el efecto de transfiguración. El equilibrio sonoro entre violín y orquesta fue perfecto y hubo un fraseo a dúo muy destacado por parte del concertino - Demir Liuja- y del solista Pablo Saraví, quienes brindaron una magnífica ejecución de dicho fragmento. Y este último se retiró ovacionado por su público. La segunda parte del concierto abrió con la vibrante Danza Española de El Lago de los Cisnes, donde Alexander Lazarev puso su natural énfasis en la dirección. Lo mismo sucedió con la Danza Italiana, donde la apertura a cargo de la trompeta solista estuvo perfectamente ejecutada y la orquesta, perfectamente equilibrada. Lo mismo sucedió con el célebre Vals del 1° acto, donde los aldeanos bailan junto al príncipe Sigfried en el día de su cumpleaños. Es difícil escuchar este tipo de obras dentro de un habitual Ciclo de Conciertos, ya que la mayoría de las veces, la Filarmónica las interpreta junto al Ballet Estable. Pero la música de Tchaikowsky es tan maravillosa, que hace bien escucharla de vez en cuando sin el agregado de la danza. Y fue un placer para los oídos de los abonados. Por último, Lazarev brindó una versión magistral de la consabida Suite de El Pájaro de Fuego de Stravinsky (acorde a la versión de 1945). Esta celebérrima obra reúne elementos de dos leyendas del folklore ruso- el brujo Kaschev y el Pájaro de Fuego, quien ayuda al príncipe Iván a rescatar a las princesas del cautiverio del mencionado brujo- y posee una monumental orquestación, que incluye piano, percusión y numerosas intervenciones a cargo de las cuerdas, maderas y metales. Todos los solistas de las diferentes secciones de instrumentos que integran la orquesta tuvieron excelentes intervenciones. Se respetaron adecuadamente los tempi y en la Apoteosis final, cada una de las mismas se iba hilvanando de forma magistral, hasta ensamblarse en el Allegro con brio final. Al final de la obra, el público estalló en aplausos. Acerca de esta última obra, una escuchó en el Colón versiones memorables- tales como la de Lorin Maazel al frente de la Orquesta Nacional de Francia, al igual que las de los brasileños Henrique Morelenbaum e Isaac Karabtchevsky con la Filarmónica-, pero se puede decir que la de Lazarev fue una versión excelente, caracterizada por dos ingredientes principales: su carisma y su euforia al momento de dirigir. Fiel a sus principios, se lo veía eufórico desde el inicio del concierto y lo mantuvo hasta el final, al frente de una orquesta que supo responder en todo momento y que sonó maravillosamente, al estilo de una orquesta europea.

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