Otra excelente
interpretación de Manuel Hernández Silva al frente de la Filarmónica
OTRO FINAL BRILLANTE
Martha CORA ELISEHT
El pasado jueves 4 del corriente se
llevó a cabo el 8° concierto del Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de
Buenos Aires en el Teatro Colón, bajo la dirección del venezolano Manuel
Hernández Silva –quien a último momento debió reemplazar a Lionel Bringuier-,
con la participación de la mezzosoprano irlandesa Tara Erraught como solista.
El programa comprendió las
siguientes obras: Ma Mère l’oye (Mi madre
la Oca) de Marice Ravel (1875-1937), Les
Niuts d’été (Las noches de verano) de Héctor Berlioz (1803-1869) y la Sinfonía n° 2 en Do mayor, Op. 61 de
Robert Schumann (1810-1856).
La obra de Maurice Ravel consiste
en una suite orquestal formada por
una serie de números tomados de cuentos de hadas (Pavanne de la Bélle du bois dormant(Pavana de la Bella Durmiente del
Bosque), Petit Poucet (Pulgarcito), Laideronnette, impératrice des pagodes (La
niña fea, Emperatriz de las pagodas), Les éntretiens de la Bélle et la bête
((los diálogos de la Bella y la Bestia) y Le Jardin Féerique (El Jardín de las Hadas). Fue compuesta
originalmente para piano a cuatro manos en 1908 para los hijos del compositor
Jean Godebski (Mimí y Jean), íntimo amigo de Ravel. Posteriormente, hizo una
versión orquestal en 1910 –que es la que se conoce actualmente y la ofrecida en
la presente versión- y un ballet con el mismo motivo, en 1912. Los exquisitos
temas compuestos por Ravel remontan al mundo mágico de los cuentos de hadas
mediante los recursos de escalas diatónicas -.características del impresionismo
francés- y cromatismo. En el caso particular de Laideronnette, se utilizan escalas pentatónicas para simular las
melodías orientales a cargo del xilofón, las maderas y la celesta. Muy buena
actuación de Ana Rosa Rodríguez en flautín y de las maderas en general,
destacándose el oboe –a cargo de Néstor Garrote- y el corno inglés –a cargo de
Michelle Wong-. También tuvieron una destacada actuación los solistas Mariano
Rey (clarinete) y Daniel La Rocca (contrafagot) en el vals de los Diálogos entre la Bella y la Bestia. Manuel
Hernández Silva supo imprimir un equilibrio sonoro perfecto y una versión
exquisita de las miniaturas ravelianas.
En homenaje a los festejos por
el sesquicentenario del fallecimiento de
Héctor Berlioz, la Filarmónica incluyó Les
Nuits d’Été, ciclo de canciones para mezzosoprano y piano compuestas entre
1840 y 1843, sobre poemas de Théofile Gauthier. Posteriormente –con excepción
de Absénce- Berlioz realiza la
orquestación de la presente versión en 1843, mientras que la mencionada pieza
se incorpora en 1856. El ciclo comienza con la alegría que representa la
llegada de la primavera (Villaneile)
y prosigue con “Le Spectre de la rose”
(El espectro de la rosa), que narra la historia de un ramillete de rosas
marchito que alguna vez lució sobre el pecho de una jovencita en su primer
baile. Representa el corazón del ciclo y
está escrito en una melodía suntuosa, que termina en un recitativo. Prosigue
con el motivo del desamor en “Sur les
lagunes” y el poeta ruega el retorno de su amada en “Absence” (Ausencia), en una plegaria que refleja la frustración
del amante. Continúa con una visión sobrenatural en “Au cimitière” (En el Cementerio), donde Berlioz imprime un tono
misterioso a la melodía –que el cantante debe interpretar de dicha forma, pero
también, de manera íntima-.Finalmente, “L’Île
inconnue” (La isla desconocida) representa el lugar donde el amor durará
eternamente. Si bien la orquesta brindó una muy buena interpretación desde el
punto de vista musical, no puede decirse lo mismo de la solista Tara Ennaught,
quien comenzó muy floja la primera de las canciones y que a medida que la obra
se iba desarrollando, tuvo un mejor desempeño, pero tampoco es una voz
sobresaliente (que, precisamente, es lo que se necesita para interpretar este
tipo de obras). Entre los músicos de la orquesta, se destacaron las cuerdas con
sordina –para brindar el efecto del claro de luna-, con un notable contrapunto
de flauta y clarinete –Gabriel de Simone y Mariano Rey, respectivamente-.
De todas las sinfonías del gran
compositor alemán, la Segunda Sinfonía en
Do mayor es, quizás, la menos conocida y la menos interpretada en los
programas de conciertos. Fue compuesta en 1845, luego de un período difícil en
la vida del compositor, como consecuencia de un colapso mental por su patología
de base (esquizofrenia). Sin embargo, posee una gran belleza armónica y un
sinnúmero de contrastes: sombras al inicio del 1° movimiento (Sostenuto assai- Un poco piú vivace- Allegro
ma non troppo) a cargo de las cuerdas y los metales, que se transforman en luz mediante una melodía basada en cánones de Johann Bach en
el 2° movimiento (Scherzo- Trio I,
Trio II y coda: Alegro vivace)- , donde
el violín, la viola y las maderas interpretan un trío, y luego, los segundos
violines, los cellos y las maderas replican el otro, en las siguiente
tonalidad: Si- La- Do- Fa sostenido (B-A-C-H, en nomenclatura sajona,
formando un acróstico con las notas
que forman el apellido del compositor).
Este estilo de composición se traduce en una melodía luminosa,
romántica, pero que a su vez, se diferencia de otros compositores del mismo
período (Beethoven, Weber), donde Schumann pone su sello personal. El 3°
movimiento (Adagio espressivo) es
nada más ni nada menos que una transfiguración hacia el final (Allegro molto vivace), donde la
Filarmónica ofreció una versión más académica que la escuchada recientemente
por la Irish Chamber Orchestra dirigida por Jörg Widmann, que sonó más marcial
y solemne –la de Widmann fue más romántica-. No obstante, Manuel Hernández
Silva se destacó por brindar una versión muy compacta y sólida (sin dejar de
ser romántica), donde marcó muy bien las entradas de los diferentes instrumentos
y contagió su temperamento a los músicos. El contrapunto entre el oboe y el
fagot en el Adagio del 3° movimiento
fue magnífico –a cargo de Néstor Garrote
y Gertrud Stauber, respectivamente- y hubo una muy buena marcación de tempi en el Scuerzando y sostenuto del 2° movimiento. El final fue monumental,
con un excelente equilibrio sonoro.
Una vez más, quien escribe no puede
dejar de manifestar su opinión al respecto: ¿no sería lógico convocar a una
cantante nacional de categoría para interpretar la obra de Berlioz, en vez de
una mediocre cantante internacional?... Hay gente en el país de la talla de
Alejandra Malvino o Florencia Machado –sin ir más lejos- que son especialistas
en este tipo de repertorio y que lo hubieran interpretado a la perfección. Y
que -al igual que Hernández Silva, reemplazando a una batuta de los quilates de
Lionel Bringuier- hubieran ofrecido otro final brillante.
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