sábado, 10 de agosto de 2019


Monumental concierto de cierre del Festival Barenboim a cargo de Anne- Sophie Mutter

LA MÚSICA ES LA VOLUPTUOSIDAD DEL ESPÍRITU
Martha CORA ELISEHT

            La célebre frase del pintor francés Eugène Délacroix es la ideal para definir el concierto de clausura del  Festival Barenboim de Música y Reflexión 2019 el pasado miércoles 7 del corriente –que también se repitió el jueves 8- en la Sala Sinfónica (Auditorio Nacional)  del Centro Cultural Kirchner (CCK), con la participación de la West Eastern Divan Orchestra y el célebre director argentino- israelí al podio, a lo cual se sumó una figura de lujo: la violinista alemana Anne- Sophie Mutter, en un programa que comprendió las siguientes obras: el 3° Movimiento (Andante) del Concierto Anne- Sophie para violín y orquesta de André Previn (1929-2019) (primera audición a nivel local), el Concierto para violín y orquesta en Re menor, Op. 47 de Jan Sibelius (1952) y la Sinfonía n° 7 en La mayor, Op. 92 de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
            El Concierto “Anne- Sophie” fue compuesto en 2002 por André Previn y está dedicado a la mencionada violinista, quien fuera esposa del compositor –fallecido en Abril de este año-. Es el primero de una serie de conciertos compuestos por Previn entre 2002 y 2014 y el tema del 3° movimiento se basa en una canción infantil (“Wenn ich ein Vöglein var” (Si fuera un pajarito)) que, a su vez, es la predilecta de la intérprete. Por ende, la célebre violinista decidió pedirle a Barenboim poder tocar este movimiento como homenaje póstumo a su esposo, a lo cual, el director accedió inmediatamente. Se trata de una obra con muchos elementos de jazz, lirismo e impresionismo, con una buena paleta tonal y un sonido envolvente que se aprecia desde su inicio, donde el arpa da un tono voluptuoso a la obra –en contrapunto con el violín solista- La orquesta -afinada un semitono más alto- ejecuta una síncopa que contrasta perfectamente en contrapunto con los solos de violín. A su vez, el instrumento solista posee elementos de blue y cantábile, lo que le da un tono más lírico en el segundo tema, de carácter romántico y que es introducido por el mismo. Posteriormente, la orquesta recapitula sobre el tema inicial, con una melodía introducida por los siguientes instrumentos, respectivamente: flauta, oboe, clarinete, clarinete bajo y corno en contrapunto con el arpa, hasta que se suma posteriormente toda la orquesta, logrando un efecto de gran voluptuosidad y belleza sonora.  La versión ofrecida por Anne- Sophie Mutter fue sumamente expresiva y exquisita, con una gran delicadeza y sutileza en los pianissimi y, a su vez, impetuosa en los pasajes más dificultosos. Enfundada en un bellísimo vestido verde de corte sirena, lucía espléndida. El Auditorio Nacional estalló en aplausos y vítores al finalizar la obra.
            El Concierto para violín y orquesta en Re menor es uno de los más bellos de su género y fue compuesto por Jan Sibelius en 1903. Debido a que despertó críticas ambiguas en su estreno, fue revisado y se interpretó por primera vez en Berlín en 1905 bajo la dirección de Richard Strauss, con Karl Halir como solista. El éxito alcanzado fue contundente y es la versión que se conoce actualmente. Consta de tres movimientos y abre con un Allegro moderato en Re menor escrito en forma de sonata, donde prácticamente no existe introducción orquestal. Por ende, el violín solista domina la música con una cadenza que incluye un tema típicamente escandinavo, apoyado por los clarinetes. Recién las cuerdas entran para anunciar el segundo tema de este movimiento, pero lo interesante es que la cadenza se emplea como parte del desarrollo. En esta versión, lo más destacable fue el perfecto contrapunto entre la viola solista y el violín. De más está decir que la excelencia de la orquesta y de la solista hicieron posible que el bellísimo cantábile del 2° movimiento (Adagio di molto, en Si bemol menor) sonara como los dioses. Es el más romántico de los tres y se inicia con los vientos, con una melodía que remeda al Preludio a la siesta de un Fauno de Débussy, dejando en suspenso a la frase.  Cuando entra el violín, lo hace de un modo más temperamental. Y, en este caso, de manera sublime y monumental. Excelente el solo de contrabajo y timbal que inician el 3° movimiento antes del tema principal, interpretado por el instrumento solista (Allegro ma non tanto en Re menor) en ritmo de polonesa/ mazurka a toda velocidad y en notas dobles. Es bien conocido por su difícil y compleja técnica, que pone a prueba a los grandes intérpretes. Posteriormente, la orquesta introduce el segundo tema con matices de vals, pero dando protagonismo total al solista en un tutti lleno de armonías que tiene una particularidad: cuando la resolución parece inevitable, el violín vuelve con el tema inicial y con la misma frase. A partir de allí, la orquesta adquiere cromatismo y el violín – a toda velocidad y con un difícil fraseo-  se mueve en cascada para terminar en una sola nota, que da por finalizado al concierto. La prodigiosa técnica, el impecable fraseo y la personalidad avasallante de Anne- Sophie Mutter hicieron posible una de las mejores versiones de este concierto que esta cronista tuvo oportunidad de escuchar. La sala estalló en aplausos y vítores, que obligaron a la intérprete a hacer una partita de Bach como bis.
            La Sinfonía n° 7 en La mayor es una obra tan célebre y tan conocida que el periodista especializado en música clásica conoce prácticamente de memoria. Forma parte del repertorio habitual de Daniel Barenboim con la  West Eastern Divan y la ofreció en el Colón en 2010, dentro del Ciclo integral de las Sinfonías de Beethoven organizado por el Mozarteum Argentino. En este caso –quizás, para evitar los aplausos entre movimientos-, Barenboim decidió tocarla en modo attaca; es decir, sin interrupción. Y logró una versión monumental desde todo punto de vista: excelentes intervenciones de los instrumentos solistas –particularmente, el grupo de los ocho contrabajos tocando al unísono en la introducción del 2° movimiento-, grandes matices, profundidad y equilibrio sonoro sublimes y carácter impetuoso en el movimiento final (Allegro con brio). No obstante, quien escribe pudo percibir una ligera disonancia en los cornos que opacó ligeramente el final. De todos modos, dicha circunstancia no impidió el largo y prolongado aplauso de aprobación por parte del público al finalizar el concierto.
            Esta vez, el director decidió no decidió hacer bises. Tampoco hicieron falta. Luego de escuchar versiones tan excelsas y luminosas de estas celebérrimas obras, hubieran estado de más. Un final de fiesta brillante para un festival de música y reflexión de gran jerarquía, que promete seguir el año que viene con la participación de Barenboim al frente de nada más ni nada menos que la Filarmónica de Viena en el Auditorio Nacional del CCK. No sólo es posible soñar, sino también, poder hacerlo realidad. De la mano del mago argentino- israelí, todo es posible. 


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