jueves, 11 de abril de 2024

 Dos luminosos réquiems


    Por Jaime Torres Gómez

De la copiosa cantidad de conciertos previos a la reciente Semana Santa,

destacables fueron las presentaciones del Réquiem Alemán de Johannes

Brahms y el Réquiem, Op. 148 de Robert Schumann.

Estas obras tienen en común una genuina amabilidad de carácter y debida

luminosidad ante el misterio de la muerte. Por otro lado, la directa cercanía

musical y de amistad de ambos compositores -sin duda claves del

romanticismo musical decimonónico-, derivó, en el caso de Brahms, incorporar

una directa influencia de la música de Schumann, esté último 23 años mayor, y

quien descubriera y apoyara el talento de un joven Brahms.

El Réquiem Alemán, Op. 45., dado a conocer en 1868, es una obra de relativa

juventud, denotando una atractiva originalidad respecto a los réquiems de la

época -principalmente asociados a los textos litúrgicos del Réquiem Católico-,

habiendo seleccionado (y acomodado) el mismo compositor los textos bíblicos

alusivos a la muerte y del más allá, resaltando con mayor libertad formal (y

expresiva) los elementos humanos respecto la percepción de la muerte ante lo

intrínsecamente religioso. Y como buena obra brahmsiana, su construcción

dispone de sólidos recursos compositivos, entre ellos un excelente manejo del

contrapunto más un notable tratamiento de las texturas vocales e

instrumentales.

En el caso del Réquiem schumanniano, se trata de una obra de madurez y de

gran belleza melódica, sincera expresividad y riqueza armónica. Y proviniendo

de un compositor de alto vuelo poético, esta tardía incursión (obra póstuma) de

carácter religioso y de estructura ortodoxa en lo litúrgico (Católico), de alguna

forma responde, en palabras del mismo Schumann, al “objetivo más elevado de

un artista cual es dirigir sus esfuerzos hacia la música sacra…”. Y de su

carácter, al igual que el de Brahms y lejos de toda prosopopeya, dialoga con

certera amabilidad y luminosidad con el misterio de la muerte…

La versión presenciada del Réquiem Alemán, a cargo de la Sinfónica

Nacional junto al Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, estuvo bien

comandada por Víctor Hugo Toro, ausente por 12 años en la Sinfónica,

apreciándose el buen momento de este destacado director nacional.

Con excelentes resultados de la orquesta y coro, Víctor Hugo Toro centró su

versión con alabada naturalidad de discurso, reflejando lo luminoso dentro del

dolor. Buen enfoque en acentos y equilibrio contrastante global. Encomiable

labor solística del barítono Arturo Jiménez, con robustez de timbre, proyección

y homogénea línea de canto. Y de segmentada fluidez el cometido de la

soprano Pilar Garrido, no obstante, sus excelentes recursos vocales y

musicalidad.

En cuanto al Réquiem de Schumann, luego de muchos años de su estreno

local, en esta oportunidad fue ofrecida por la Orquesta de Cámara de Chile


junto al Coro Arsis XXI, dirigidos por Emmanuel Siffert. Cabe destacar la

labor de Siffert, como titular de la OCCH, al promover una importante

renovación de repertorio, siendo reconocido últimamente por el Círculo de

Críticos de Arte de Chile. En consecuencia, se recibe con máximo beneplácito

la llegada de una obra injustamente no frecuentada, asimismo expectantes

ante próximos estrenos contemplados en la programación de la OCCH.

Si bien este Réquiem permite adaptarse a un orgánico tipo clásico, ideal a

futuro sea ofrecido con un formato mayor de cuerdas más un coro más

numeroso, en aras de lograr mejores texturas y mayor profundidad

interpretativa. En todo caso, del todo laudable el enfoque de Siffert,

entendiendo a cabalidad el carácter luminoso de la obra, y obteniendo

completo ensamble de los camaristas nacionales como del coro invitado

(dirigido por Silvia Sandoval). Excelente trabajo en texturas, dinámicas,

balances y matices. De los solistas, destacable la mezzo Raisa Johnson, con

buen espesor vocal y magnífica línea de canto.

Previamente, y con inteligente criterio programático, se ofreció en calidad de

estreno el Regina Coeli Laetáre (Reina del cielo, alégrate), de Ferdinand

Schubert (hermano de Franz…), pieza de poco más de cinco minutos e ideal

para iniciar el programa, seguido con una reposición del Encantamiento del

Viernes Santo de la ópera Parsifal, de R. Wagner, en un notable arreglo para

una orquesta de conformación clásica (alrededor de 35 músicos) realizado por

Pablo Carrasco, conservando en plenitud el espíritu y sonoridad de la pieza.

Ejemplar resultado en ambas obras, denotando nuevamente el gran nivel de la

Orquesta de Cámara de Chile, asimismo la solvencia del trabajo del maestro

Siffert como titular de esta destacada agrupación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario