TERMINO CONVENCIENDO
Teatro
Colón, temporada 2025. Ciclo de conciertos de abono a cargo de la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires, Director Invitado: Kahki Solomnishvili. Programa:
Gustav Mahler: Sinfonía N º 9. 30/08/25.
NUESTRA OPINION: BUENO
Una de las obras convocantes y por las que el
público siente predilección, ya sea por su temática o por sus dificultades
interpretativas, es la novena sinfonía de Gustav Mahler. Página que en los
últimos cincuenta años se ha erigido en una favorita de toda buena orquesta que
se precie de ser tal. Surgida en el verano boreal de 1909 en la hoy Dobiacco
(Italia), en aquellos tiempos Toblach (Austria), en una casa de campo en los
Dolomitas, célebre por la cabaña de madera que su esposa Alma hizo erigir allí
para que este creador tenga su espacio, su silencio y que de ese modo plasmara en el pentagrama las
obras que surgían de su mente. En aquellos tiempos Mahler se hallaba envuelto
en un verdadero torbellino. Su hija María Anna fallecida por escarlatina. Presiones
externas lo llevaron a dimitir al cargo de Director Musical de la entonces
Opera Imperial de Viena y, finalmente, su médico le revela que ha contraído una
Endocarditis Bacteriana que habrá de
llevarlo al final de su vida en poco
tiempo. Obsesionado por superar el número 9 en cantidad de sinfonías (allí,
entre otros, culminaron Beethoven y Schubert), se sumergió en esta obra que a
la postre sería la última que el culminó, ya que “La Canción de la Tierra” debe
tomársela como un ciclo para voz y orquesta y de la sinfonía Nº 10 solo pudo completar un Adagio
que aparentemente debió ser el movimiento de apertura.
Deryck Cooke, el biógrafo más célebre del
compositor (quién además lideró el equipo que se sumergió con autorización de
la Sra. de Mahler en la tarea de culminar la Sinfonía Nº 10), sostuvo que ante el hecho irreversible de la
muerte, Mahler brindó en música tres alternativas diferentes: la Segunda
Sinfonía con su esperanzador enfoque de muerte y resurrección. La Sexta, con un
desenlace por demás duro e inflexible que culmina con el fin del protagonista
(que no es otro que El mismo) y en esta ocasión en donde la novena (plagada de autorreferencias) va transitando
un camino que culminará con una serena y resignada aceptación ante la
inminencia del final de su vida. Quienes escuchamos el Adagio de la inconclusa
décima sinfonía, podemos apreciar en que hay un dramático discurso, tras el
cual nuevamente la resignación llega en el cierre de esta página.
El “Andante Cómodo” con el que la sinfonía se
inicia, muestra el germen de todo este trabajo. Tras compases introductorios de
las cuerdas graves con apoyo de los cornos, una melodía plena de melancolía nos
indica el comienzo de la despedida, el amor por la vida, por su terruño y,
lógicamente, por su música. La presencia de su situación de salud se plasma en
un ataque justamente del corno para que esa cuerda ahora exprese el drama y que
tras una fanfarria, el tema inicial emerja triunfador. Tras ese momento, se
inicia un segundo tema en que los vientos toman el discurso y de ahí irán
surgiendo las diferentes llamadas que recordarán el duro momento que el
compositor atraviesa. Desde ese instante, con intervenciones que graficarán a
ese corazón gravemente afectado pero que aún late, intercaladas con el melancólico
tema inicial, se desarrolla este movimiento que ubica al oyente frente al plan
general de la obra.
Comenzando con el análisis del concierto en
sí, este tiempo, que marca la tendencia que dominará a toda la sinfonía, fue
abordado en medio de muchas imprecisiones que dejan entrever que se necesitaba
un mayor tiempo de preparación de la obra.
Debe destacarse la total predisposición de los maestros de la
Filarmónica para superar los escollos de la partitura de la mejor manera
posible ante cada requerimiento del Director.
Tras este difícil pasaje, los tres
movimientos restantes (“En el Tiempo de
un Cómodo Ländler”, “Rondo: Burleske” y el gigante “Adagio” con el que la obra
culmina), mostró la mejor de las labores del Maestro Solomnishvili en Buenos
Aires y la total mancomunión de esfuerzos que los Maestros demostraron junto al
Director para ir construyendo de menor a mayor una labor que terminó
convenciendo, ya sea por el acertadísimo enfoque que el Director tuvo del vals
campesino en el segundo movimiento, el muy buen trabajo respecto al estilo
contrapuntístico que domina todo el tercero y poder lograr la mejor
interpretación posible del Adagio de cierre con una cuerda formidable a la que
se la extrañaba en demasía y que aquí resurgió de manera extraordinaria,
acompañada de vientos en el mismo nivel y de bronces que dieron en el punto
justo ante cada intervención . El saludo final del maestro a los músicos.
expresado con apretones de manos a los líderes de cada familia de instrumentos
a las que luego hizo poner de pié en su totalidad, habla de la gratitud del
conductor y del logro de una labor de equipo por demás encomiable.
En el cierre, a medida que la música se iba
extinguiendo, en igual forma fue disminuyendo la intensidad lumínica en el escenario.
Es una idea respetable, pero las grandes versiones escuchadas de esta página
por aquí en los últimos tiempos (Abbado-Filarmónica de Berlín, Decker con la
propia Filarmónica de Buenos Aires, Calderón-Sinfónica Nacional) no hizo falta
esto, sino un respetuoso silencio que dé paso a la retribución del público.
Justamente, esto último hubiese sido muy necesario en este concierto. Parece que a muchos les molesta y que por eso
atacaron con aplausos sin dejar que se extingan por completo los últimos sonidos.
Donato Decina