Tahiel Lucero, nueva revelación del piano argentino, guiado por el Gran Maestro José Luís Juri. Fotografía proporcionada por la autora del presente comentario.
Muy buen debut del pianista Tahiel Lucero en el Ciclo de Cámara del Jockey Club
EL TALENTO ES INNATO, PERO SE PERFECCIONA Y RINDE
Martha CORA ELISEHT
Habitualmente, una trata que el título de una nota no solamente sea la síntesis
más perfecta de la misma, sino que también, no sea demasiado largo para facilitar su
lectura. Lo que sucede es que, cuando se da una conjunción de factores en un
determinado intérprete, es muy difícil poder sintetizarla en tan sólo una línea. Tal es el
caso del pianista Tahiel Lucero, quien hizo su debut en público el pasado jueves 31 de
Julio dentro del Ciclo de Cámara del Jockey Club de Buenos Aires, cuya presentación
estuvo a cargo del presidente de la Comisión de Cultura de la entidad, Dr. José María
Cantilo.
El programa estuvo integrado por las siguientes obras:
- Sonata en Mi mayor, K.380- Domenico SCARLATTI (1685-1757)
- 32 variaciones en Do menor, WoO 80- Ludwig van BEETHOVEN (1770-1827)
- Andante spianato y Gran Polonesa brillante en Mi bemol mayor, Op.22-
Frederic CHOPIN (1810-1849)
- Estudio Trascendental n°11 “Harmonies du Soir”- Franz LISZT (1811-1886)
- Vals Mephisto n°1, S.514- Franz LISZT (1811-1886)
Oriundo de Quiles (San Luis), estudió música en el Conservatorio Superior
“Astor Piazzolla” de la Ciudad de Buenos Aires, donde obtuvo el título de Profesor
Superior en Educación Musical con Orientación en Piano y se graduó con las más altas
calificaciones. Discípulo de José Luis Juri, participó en los Encuentros de Piano
Internacionales (EPI) organizados en San Carlos de Bariloche entre los años 2018, 2019
y 2020 inclusive y se perfeccionó tomando clases magistrales con maestros de la talla de
Edith Fischer, Norman Krieger, Rafal Luszczewski, Maxime Zecchini y Rubén Talón.
Independientemente de haber actuado en numerosas salas de cámara de Capital Federal,
Mendoza, Córdoba y su provincia natal, su maestro lo presentó como “un joven talento
proveniente del interior con mucha humildad y predisposición para el estudio, que hoy
brinda su primer concierto como pianista profesional”. La definición no pudo ser más
acertada, ya que no sólo interpretó todas las obras comprendidas en el presente recital
de memoria, sino que, además, se lo apreció muy preciso y seguro desde los primeros
compases de la mencionada Sonata en Mi mayor, K.380 de Scarlatti en el dominio de
los arpegios, cadencias y saltos de octavas característicos del compositor napolitano.
Logró un sonido cristalino, lo que le valió el aplauso sostenido del público.
Seguidamente, Tahiel Lucero ofreció una gran versión de las 32 Variaciones en Do
menor de Beethoven, compuestas en 1806 y publicadas al año siguiente. Sobre un tema
de 8 compases en ¾ (Allegretto) se desarrollan 32 variaciones que difieren en carácter,
dinámica y dificultad técnica. Mostró un perfecto dominio de tecnicismo e
interpretación, logrando un sonido romántico, apasionado y temperamental en las
variaciones. Desde ya, no podía faltar una obra de Chopin en un recital de piano, motivo
por el cual se incluyó en el programa el célebre Andante spianato y Gran Polonesa
brillante Op.22. En realidad, se trata de una pieza compuesta en dos períodos: primero,
la Gran Polonesa brillante en Mi bemol mayor, que data de 1830- 1831 y
posteriormente, a modo de introducción extensa, Chopin le agrega el Andante spianato
en 1834. A diferencia de la polonesa, está escrito en Sol mayor y, en la presente
versión, le otorgó un buen ritmo alla polaca. Si bien hubo un ligero traspié y alguna que
otra nota errada en la polonesa, la entrada en esta última estuvo muy bien marcada y se
logró una versión de una alta calidad sonora para cerrar la primera parte del recital.
Los Doce Estudios de ejecución Trascendental fueron compuestos entre 1826 y
1852 y representan una de las obras más difíciles que Franz Liszt compuso para piano,
ya que era el pianista más virtuoso e importante de su época. En este caso, Lucero eligió
el n°11 en Re bemol mayor “Harmonies du Soir” (Armonías de la tarde) ofreciendo
una interpretación magistral, con un muy buen manejo de sutilezas en los pasajes;
particularmente, en los glissandi, donde el piano “cantó” la melodía. El público estalló
en aplausos y vítores tras su interpretación y el pianista eligió otra obra de gran
dificultad técnica e interpretativa para cerrar su recital: el Vals Mephisto n°1, S.514 de
Liszt, compuesto originalmente para orquesta y luego, para piano solo entre 1859 y
1861. Es el primero de una serie de 4 valses temáticos basados en el Fausto de Nikolaus
Lenau (1802-1850), denominado en alemán Der Tanz in der Dorfschenke y que alude a
la escena en la taberna del pueblo donde se celebra una boda, donde llegan Fausto y
Mefistófeles. El diablo toma el violín de un juglar, lo afina y toca una melodía frenética.
Luego, se ralentiza y entra un tema romántico y amoroso, donde Fausto aprovecha la
situación para bailar con la novia y posteriormente, huir con ella hacia el bosque. El
pianista se mostró preciso, seguro y brindó una interpretación de alta jerarquía, brillante
y vibrante, con un perfecto dominio técnico en una pieza de extrema dificultad desde el
principio hasta el final. Tras su interpretación, el público lo ovacionó y lo motivó a
hacer un bis: una versión íntima y muy melódica de Alfonsina y el mar, de Ariel
Ramírez y Félix Luna, donde el piano volvió a “cantar” la melodía. Otra ovación de
aplausos para cerrar un recital donde este joven pianista no sólo demostró talento, sino
también, un notorio grado de perfeccionamiento.
Ojalá que ésta sea la primera de una serie de presentaciones para este gran
intérprete, que posee una virtud fundamental: la humildad que caracteriza a los grandes.
El talento es una condición inherente a cada individuo y, por lo tanto, innato. Cuando se
lo encuentra, hay que pulirlo mediante un adecuado perfeccionamiento para obtener un
resultado óptimo: transformar un diamante en un brillante de máxima pureza.
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