Instante del estreno absoluto en Argentina del Concierto para Violín y Orquesta de Moritz Moskowski por José Daniel Robuschi, Emmanuel Siffert, la Sinfónica Nacional y la presencia como Concertino Invitado de Pablo Saraví. Fotografía de la autora del presente comentario
Sublime interpretación de Bruckner por la Sinfónica Nacional en el Palacio Sarmiento
ENTRE LO ROMÁNTICO, LO TERRENAL Y LO ESPIRITUAL
Martha CORA ELISEHT
“Los espíritus se separan delante de una concretización sonora de diálogos
entre el Hombre y Dios. Aquí, la razón organizativa no es más que un medio para
lograr el objetivo. Éste se encuentra en los mundos ocultos plenos de consolación y de
felicidad, que se abren al auditorio como las cúpulas celestes de una catedral. Esta
obra nos habla del sufrimiento y de la naturaleza perecedera de lo terrenal, pero
también de la paz y la consolación de un imperio que no es de este mundo. Es un eco
lejano de este imperio al cual Bruckner hace alusión dentro de su obra en la Tierra”.
Las palabras de Alphonse Ott definen perfectamente a la Sinfonía n°6 en La
mayor de Anton Bruckner (1824- 1896), obra de carácter íntimo, mucho menos
imponente y más espiritual dentro de su vasta producción. Fue compuesta entre 1879 y
1881 dentro de un período de gran creatividad, ya que de esta misma época también
data su Sinfonía n°4 (“Romántica”). No obstante, sólo se representaron en vida del
compositor dos movimientos: el Adagio y el Scherzo en 1883, dirigidos por Wilhelm
Jahn. La primera audición integral de esta monumental sinfonía tuvo lugar en 1899 bajo
la dirección de Gustav Mahler y, posteriormente, Karl Pohlig la interpreta en Stuttgart
acorde a las especificaciones realizadas por el propio compositor en 1901.
La Orquesta Sinfónica Nacional decidió incluir esta gran sinfonía dentro de su
Ciclo de Conciertos el pasado viernes 19 del corriente bajo la dirección de Emmanuel
Siffert, que contó con la participación del concertino de la agrupación -Daniel
Robuschi- en calidad de solista y un concertino invitado de lujo: Pablo Saraví, donde se
interpretaron las siguientes obras:
- Concierto en Do mayor para violín y orquesta, Op.30 (1° audición)- Moritz
MOSKOWSKI (1854-1925)
- Sinfonía n°6 en La mayor- Anton BRUCKNER (1824-1896)
Una de las principales virtudes de Emmanuel Siffert es la de dar a conocer obras
inéditas para el público local. En este caso, no existen antecedentes de que el
mencionado concierto del compositor polaco se haya representado en el país y, por lo
tanto, se ofreció en carácter de primera audición. Si bien Mosskowski fue un compositor
prolífico de conciertos para piano, su Concierto para violín y orquesta en Do mayor fue
el único que escribió para dicho instrumento en 1883 y consta de 3 movimientos:
Allegro commodo (Do mayor) / Andante (Mi menor) y Vivace (Do mayor), de carácter
romántico. El Allegro commodo inicial se inicia de manera brillante con una gran
introducción orquestal que precede a la entrada del solista, donde se lo pudo apreciar
muy seguro y sólido a Daniel Robuschi desde los primeros compases. Demostró un
perfecto dominio del instrumento en cadencia, fraseo, trinos y pasajes en escalas
ascendentes y descendentes de gran dificultad técnica durante todo el desarrollo del
concierto, que permite el lucimiento del solista. El equilibrio sonoro fue perfecto, al
igual que los diálogos entre la orquesta y el violín solista, mientras que en el Andante
central se apreció un muy buen contrapunto y diálogo de línea netamente romántica
entre el violín y el violoncello antes de desembocar en una serie de arabescos a cargo
del instrumento solista previos al cierre del movimiento. El Vivace se inicia con una
fuga in crescendo hasta la entrada del violín mediante una serie de escalas ascendentes y
descendentes para desembocar en un final brillante por parte de la orquesta en diálogo
con el solista. El dominio de tempi y la marcación de Emmanuel Siffert hicieron el resto
para lograr una versión de gran calidad, que fue coronada por numerosos aplausos y
vítores. En agradecimiento, Daniel Robuschi anunció un bis: la Danza malambo de las
Tres piezas para violín solo de Luis Gianneo, que sonó muy bien y donde se retiró
sumamente aplaudido tras su interpretación.
Tal como se mencionó anteriormente, la Sinfonía n°6 en La mayor de Bruckner
representa una perfecta conjunción entre lo terrenal y lo espiritual. Pese a que no es una
obra que se represente muy a menudo, en Buenos Aires se han ofrecido recientemente
dos versiones de esta sinfonía: la del pasado viernes 12 del corriente por la Orquesta
Filarmónica de Buenos Aires y la actual. Su duración aproximada es de una hora y
posee 4 movimientos: Maestoso/ Adagio: sehr feierlich (muy solemne) / Scherzo: nicht
zu schnell (no muy rápido)- Trío: langsam (Lento) /Fínale: bewegt, doch nicht zu
schnell (Animado, pero no muy rápido). A su vez, el maestoso inicial posee 3 temas,
con cuya conjunción se logra ese maravilloso sentido de atención y equilibrio. En el
primero, en vez de comenzar con un trémolo, los violines lo hacen mediante una figura
rítmica compleja en modo frigio en contrapunto con los contrabajos y violoncellos, dada
la predilección de Bruckner de usar 2 notas en vez de 3 -al costado o en cúspide de la
otra-. En el segundo -mucho más romántico y menos imponente que el anterior- usa 4
notas en vez de 6 para producir un poderoso contraste, mientras que el tercero posee una
gran belleza melódica en intensidad y velocidad para posteriormente retornar al primero
mediante recapitulación. Culmina con una coda donde se destaca el tiempo lento del 2°
tema para brindar un final triunfante. En cambio, el bellísimo Adagio en Fa menor es el
que le otorga a la sinfonía ese carácter íntimo y espiritual, apasionado y meditativo, que
se logra mediante un maravilloso lamento a cargo del oboe y que termina con una coda
muy prolongada para dar la sensación de espiritualidad. A su vez, el 3° movimiento se
divide en dos partes: un Scherzo breve, intenso y deslumbrante y un Trío más lento y
pausado, que contrasta para culminar mediante una rica y poderosa orquestación con el
tema del scherzo. El movimiento final se inicia con una melodía austera en violines
secundada por el segundo clarinete, donde se vuelve a la tonlidad original mediante un
poderoso desarrollo orquestal en metales. Posteriormente, se introduce una segunda
melodía lejana que se desarrolla a posteriori para volver a la original - ricamente
orquestada-. Esto permite el contrate entre lo terrenal y lo espiritual, que culmina con
una imponente coda que retoma el tema principal del 1° movimiento. Una vez más e
independientemente de que Emmanuel Siffert sea un experto en este tipo de repertorio,
demostró que se encontraba sumamente inspirado y perfectamente compenetrado con la
obra para brindar una versión sublime y majestuosa de esta sinfonía. El brillo, los
matices, las texturas y el canto interno de la Sinfónica prevalecieron durante todo su
desarrollo, logrando ese clima de metafísica entre lo mundano y lo espiritual; sobre
todo, en el 2° movimiento, que fue de una perfección absoluta. Pudo existir cierto
exceso de sonoridad en los tutti orquestales y en las fanfarrias a cargo de los metales en
el scherzo, pero lo hizo magistralmente en su conjunto. Precisamente y, a diferencia de
otros scherzi – que se marcan en un solo tiempo-, el director lo hizo en 3 tiempos,
acorde a la indicación de la partitura. El movimiento final fue de excelencia, abordado
con maestría y enjundia para lograr ese sonido auténticamente bruckneriano, con lo cual
demostró con creces que es un especialista en la materia. El Auditorio Nacional lo
ovacionó aplaudiendo unánimemente de pie luego de tan extraordinaria versión.
Con semejantes intérpretes, ¿qué podía salir mal?... Absolutamente nada. Tenían
todo lo necesario para triunfar y lo lograron en base al esfuerzo, el trabajo, los ensayos y
la disciplina. Así les fue y lo demostraron una vez más sobre el escenario del Auditorio
Nacional.
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