sábado, 18 de agosto de 2018

pecable dirección de Yan Pascal Tortelier al frente de la Filarmónica en el Colón EJEMPLO DE MAESTRÍA Y VIRTUOSISMO Martha CORA ELISEHT El pasado jueves 16 del corriente tuvo lugar en el Teatro Colón el concierto correspondiente al Ciclo de Abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con Yan Pascal Tortelier como director invitado y la participación de Fernando Chiappero- 1° corno de la mencionada agrupación- como solista. El programa comprendió las siguientes obras: Obertura “El corsario”, Op. 21 de Héctor Berlioz; el Concierto “Aire” para corno y orquesta, del compositor mexicano Alexis Aranda (en calidad de estreno local) y, como obra de cierre, la Sinfonía en Re menor de César Frank. Yan Pascal Tortelier es un director que cuenta con numerosos antecedentes importantes en su haber. Formado en París con Nadia Boulanger y en la Accademia Chigiana de Siena con Franco Ferrara, dirigió durante muchos años la Filarmónica de la BBC de Londres (1992-2003) y, posteriormente, las Orquestas Sinfónica de Pittsburg y de San Pablo. Actualmente es Director titular de la Orquesta Sinfónica de Islandia- agrupación conocida en nuestro medio, merced a su numerosa discografía- .Su avasallante personalidad se manifestó desde el primer momento al marcar el inicio de la Obertura “El corsario”, de Berlioz. El mencionado compositor estrenó esta obra bajo el nombre “La tour de Nice” (La torre de Niza) en dicha ciudad, en 1845. Posteriormente, pasó a denominarla “Le corsaire rouge”, hasta que este último adjetivo fue eliminado para su publicación y pasó a ser, simplemente, “Le Corsaire”, basada en la obra homónima de Lord Byron. Precisamente, es una obra de carácter, donde predomina el mar como leitmotiv, con un comienzo sinuoso, que va in crescendo hasta llegar al Adagio central. Seguidamente, tras una síncopa, prevalece el tema del mar embravecido mediante una orquestación caracterizada por su virtuosismo. Tortelier la dirigió de memoria y desarrolló una versión exquisita, acorde a lo expresado anteriormente. Dicha característica estuvo todo el tiempo presente, con un equilibrio sonoro muy bien logrado entre los diferentes grupos de instrumentos, marcando los tempi y brindando entradas que sonaron muy precisas y ajustadas. Un excelente comienzo para dar pie a la obra central. El Concierto “Aire” para corno y orquesta forma parte de la tetralogía “Zodíaco” del compositor mexicano Alexis Aranda. Nacido en 1974, se formó como pianista y compositor bajo la tutela de Marco Lavista y demuestra su fascinación por los cuatro elementos que agrupan a los 12 signos zodiacales: tierra, agua, aire y fuego. Este presente concierto fue precedido por el Concierto de Fuego para violoncello (2010) y el Concierto de Agua para flauta (2013) y fue estrenado en México el 9 de Noviembre de 2017 por Fernando Chiappero con la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional de dicho país, bajo la dirección de Jesús Medina. Aún falta estrenar el Concierto “Tierra” para marimba y orquesta. De esta manera, Aranda integra los cuatro elementos que rigen los signos del Zodíaco con los cuatro grupos de instrumentos (cuerdas, maderas, metales y percusión). En lo que respecta al presente concierto, cada uno de sus tres movimientos representa los signos regidos por el aire: Géminis, Libra y Acuario, unidos por la majestuosidad del instrumento solista. Tras una breve introducción donde impera la atonalidad, la introducción del corno ofrece una musicalidad armónica, donde no existen las disonancias, sino todo lo contrario. Esto permite pasajes de una gran expresividad, que Fernando Chiappero supo ejecutarlos perfectamente, logrando un sonido limpio, de gran jerarquía y calidad. Por ser un estreno local y una obra contemporánea, recibió una notable acogida y aceptación por parte del público. Recogiendo opiniones entre los abonados, a todos les gustó y aplaudieron muy complacidos. Es una lástima que Chiappero no haya anunciado el bis que ofreció como solista, aunque podía apreciarse que se trataba de una obra de autor latinoamericano por sus características melódicas. Lo hizo con su maestría habitual y volvió a arrancar aplausos por parte del público. La célebre Sinfonía en Re menor del compositor belga César Frank (1822-1890) fue estrenada en 1889 en París, en medio de un auténtico bochorno, ya que no respetaba las reglas básicas y clásicas de composición. En efecto, Frank fue uno de los precursores del complejo cíclico, donde los diferentes temas y motivos aparecen en los diferentes movimientos de la obra y se pueden concatenar unos con otros. Junto a Vincent D’Indy fue el fundador de la Schola Cantorum- movimiento de compositores cuyos máximos exponentes serán Isaac Albéniz, Enrique Granados, Paul Dukas, Christian Sinding, Claude Débussy y Maurice Ravel, entre tantos otros- y supo conciliar el desarrollo de los leitmotiv wagnerianos y los alcances armónicos de aquella época con la forma impuesta por Beethoven. El motivo inicial – iniciado por violas, violoncellos y contrabajos- se transforma para convertirse en otros temas. Esta variación da una coherencia a su melodía, que se expresa de manera monumental en los tutti y forti – que deben sonar fuerte, pero sin estridencias- , unido a elementos de cromatismo y al fraseo. Esto se aprecia al inicio del 2° movimiento, donde luego de la entrada del arpa solista- apoyada por las cuerdas- se escucha ese magnífico solo de corno inglés, que porta el tema principal. Excelente la interpretación de Michelle Wong, así como también la de Néstor Garrote en los solos de oboe. Muy bien logrado el pizzicato de las cuerdas al inicio y durante la segunda parte de este movimiento (Allegretto). En cuanto al 3° movimiento- Allegro non troppo- se pudo apreciar muy bien las disonancias interpretadas entre los trombones, trombón bajo y tuba, alterando con el tema del 2° movimiento. El desempeño del director y de los solistas ha sido una versión impecable, donde la melodía sonó con luminosidad, brillo y una calidad sonora que hace rato que no se escuchaba en el Colón. Baste recordar las magníficas versiones de esta sinfonía ofrecidas por Charles Dutoit en 1992, al frente de la Orquesta Sinfónica de Montreal y la de Giannandrea Gavazzeni (ambas en el Colón, mediante los auspicios del Mozarteum Argentino y de Harmonía, respectivamente). Una vez más, la Filarmónica volvió a brillar. Esta vez, en manos de un director que no sólo demostró su amplio conocimiento de este tipo de obras, sino que le imprimió su sello personal. Y logró una versión digna de recordar, que quedará resonando en los oídos de los presentes por mucho tiempo.

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