sábado, 18 de agosto de 2018

Presentación de la Orquesta Sinfónica de Jerusalén en Nuova Harmonía AIRES DE ISRAEL EN LA NOCHE PORTEÑA Martha CORA ELISEHT Coincidiendo con los festejos del 70° aniversario de la creación del Estado de Israel, el pasado miércoles 15 del corriente se presentó la Orquesta Sinfónica de Jerusalén dentro del Ciclo de Abono de Nuova Harmonía en el Teatro Coliseo, bajo la dirección de Yeruham Scharovsky y donde hizo su presentación en nuestro país el violinista israelí Itamar Zorman. El programa estuvo compuesto por las siguientes obras: Danza Hora, perteneciente al poema sinfónico “Emek”, de Mark Lavry; el Concierto para violín y orquesta en Mi menor, Op. 64 de Félix Mendelssohn y, como obra de cierre, la Sinfonía n° 1 en Do menor, op. 68, de Johannes Brahms. Llamó la atención el impresionante operativo de seguridad que se montó en la manzana del Coliseo- donde se exigía a los presentes sus respectivas entradas o credenciales de prensa antes de ingresar- . Posteriormente, se supo que la velada contó no sólo con la presencia de representantes de entidades judías e israelíes de la Argentina, sino también con la del Embajador de Estados Unidos. Tras el comentario del presidente de CUJA- Ignacio Sztutwojner- , el director Yeruham Scharovsky entró en escena y se apoderó del podio. No es la primera vez que la mencionada agrupación sinfónica y su director visitan nuestro país, sino que lo han hecho en varias oportunidades. En este caso, el concierto comenzó con la obra Danza Hora de “Emek”, del compositor letón Mark Lavry (1903- 1967), quien se instaló en 1955 en Tel Aviv y se incorporó a la vida cultural del flamante Estado de Israel. Su objetivo fue crear una escuela de composición que integrara elementos de la música judía con la occidental. En “Emek” se describe la vida cotidiana de Galilea, situada al norte de Israel. La Hora es una danza folklórica colectiva, que se baila formando un gran círculo- similar al que se forma en los casamientos judíos, donde todos confluyen-. En efecto, en la presente obra se destacan el frenesí de la danza, que es mayor y más vertiginosa al acercarse al final, donde el autor toma elementos del folklore local con música kletzmer- música judía del Centro de Europa- .Tuvo una gran aceptación por parte del público y representó una suerte de estreno local, ya que muchos de los allí presentes- entre ellos, quien escribe- la escuchó por primera vez. Posteriormente, se interpretó una sublime versión del celebérrimo Concierto en Mi menor para violín y orquesta, Op. 64 de Mendelssohn, donde el joven Itamar Zorman fue una auténtica revelación. Ganador del Concurso Internacional Tchaikowsky en Moscú (2011), este eximio violinista israelí deslumbró a la audiencia con su interpretación, su fraseo, su musicalidad y su técnica, interpretando pasajes de extrema dificultad, donde - precisamente, por ser una obra tan célebre- muchos cometen errores dando notas en falso. Naturalmente, tuvo un muy buen acompañamiento por parte de la orquesta, logrando un buen diálogo con el instrumento solista y un buen equilibrio. Como no podía ser de otra manera, el público estalló en aplausos y obligó a Zorman a ejecutar dos bises: una obra de John Ashford y la Pequeña interpretación de Paul Benaim. Ambas reúnen elementos de música kletzmer, donde su fraseo fue tan perfecto y el sonido tan prístino, que se retiró ovacionado. Como obra de cierre se interpretó la Sinfonía n° 1 en Do menor, Op. 68 de Johannes Brahms (1833-1897), donde si bien la orquesta tuvo un buen desempeño y ofreció una versión prolija- muy buenas actuaciones de la concertino y los principales solistas- , sin embargo, la excelencia de la versión ofrecida por Daniel Barenboim aún resuena en oídos de esta cronista. Por ende, por más que una trate de ser objetiva, las comparaciones- que siempre son odiosas, y más aún, en este tipo de casos- no se pueden evitar; sobre todo, si la versión ha sido reciente. Una vez finalizado el concierto, Yeruham Scharovsky se dirigió al público en un perfecto castellano para anunciar los bises: un arreglo sinfónico de la milonga “Taquito Mñlitar”, de Mariano Mores y la célebre “Jerusalén de Oro”, que puede considerarse como “el segundo himno nacional de Israel”, según palabras del propio director. No sólo fue llevada al disco e interpretada por grandes cantantes judíos de todas las nacionalidades, sino que también se canta en las ceremonias religiosas en las sinagogas. Ambas versiones estuvieron bien logradas, con un correcto desempeño por parte del director y de los instrumentos solistas. Si bien los diferentes ciclos de conciertos organizados por las entidades musicales funcionan como organismos independientes y, por ende, cada una tiene derecho a elegir su propio programa, una considera que debieran ponerse de acuerdo a los efectos de no repetir las mismas obras. De esa manera, no sólo se enriquecería más el Ciclo y haría que el programa fuera aún más atractivo y más efectivo, sino que también sería mucho más fácil para el periodista especializado, que tiene la difícil tarea – como en este caso- de comparar versiones con la mayor objetividad posible. Se subsanaría más el trabajo profesional y todo el mundo saldría ganando. Ojalá que alguien se haga eco de este humilde reclamo.

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