Muy buena performance de la Filarmónica en la Usina
del Arte
UNA GRATA Y AGRADABLE
SORPRESA
Martha CORA ELISEHT
El pasado jueves 13 del corriente se
presentó la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en la Usina del Arte dentro
del Ciclo “Divertimentos y Pasiones”, bajo la dirección de Gustavo Fontana y
con la participación de Gabriel Alejandro Romero como solista.
El programa comprendió las
siguientes obras: Danza de los Espíritus
Benditos y Danza de las Furias de “Orfeo y Eurídice” de Christoph Von Gluck
(1714-1787), el Concierto para flauta y
orquesta de Carl Nielsen (1865-1931), la Obertura de “Don Giovanni” K.527 de Wolfgang Amadeus Mozart
(1756-1791), la Bacanal de “Sansón y
Dalila” de Camille Saint- Saëns (1835-1921) y la Obertura de “Orfeo en los Infiernos” de Jacques Offenbach
(1819-1880), dentro del marco del 100° aniversario de nacimiento de este último
compositor.
La labor de Gustavo Fontana como
director de orquesta es vasta y conocida, ya que ha sido Director Estable de la
Orquesta Sinfónica de Bahía Blanca
(hasta 2014) y de la Filarmónica de Mendoza (hasta 2018), además de poseer una
vasta trayectoria en el país y en el exterior. Fue trompetista de la New York
Youth Symphony y de la Filarmónica de Israel, bajo la dirección de Zubin Mehta
(1993). Posteriormente, se especializó en dirección orquestal con Cristóbal
Soler y Charles Dutoit. En este caso, se destacó por su excelente marcación de
los tempi y por su temperamento. Pero
no sólo fue una sorpresa el orden en que fueron ejecutadas las obras, sino la
excelente labor desempeñada por el joven flautista Gabriel Romero. Nació en
Jujuy en 1992 y comenzó sus estudios como integrante del Sistema Nacional de
Orquestas Infantiles y Juveniles. Posteriormente, completó su formación en la
Escuela Superior de Música de Salta y tomó clases magistrales con prestigiosos
instrumentistas, hasta que en 2008 fue
becado para participar de la 1° Jornada de Capacitación Orquestal en el Centro
Académico Infantil de Montalbán y en la Orquesta Juvenil “Simón Bolívar” de
Venezuela. En 2012 egresó del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón,
donde estudió flauta con Claudio Barile y Jorge de la Vega y, a partir de este
año, ganó el cargo por Concurso como 2° flauta en la Filarmónica de Buenos
Aires.
El hecho de haber invertido el orden
de ejecución de las obras –Fontana tocó en primer lugar, la Obertura de “Don Giovanni” de Mozart y
siguió con la Danza de los Espíritus
Benditos de “Orfeo y Eurídice” de Gluck- dio lugar a dos cosas: que la
música fuera in crescendo durante la
primera parte del concierto y que el solo de flauta de la consabida obra de
Gluck fuera ejecutado por Gabriel Romero. La interpretación de la célebre
obertura de Mozart fue perfecta desde el principio hasta el final, con muy
buenos matices y una perfecta marcación de los tempi, tal como se mencionó anteriormente. Tras los aplausos,
Fontana y Romero ofrecieron una versión dulce y romántica de la Danza de los Espíritus Benditos, donde
la célebre Melodía estuvo a cargo de
la flauta solista –iba a ser ejecutada por Jorge de la Vega, quien prefirió que
su discípulo se llevara los laureles a último momento, en una entrevista
exclusiva ofrecida a quien escribe-. Seguidamente, la orquesta ofreció una
soberbia versión de la Danza de las
Furias de “Orfeo y Eurídice”, destacándose por el perfecto equilibrio
sonoro y por su expresividad. Dicho de otra manera, Gustavo Fontana hizo
brillar a la Filarmónica antes de finalizar la primera parte del concierto, que
brindó otra sorpresa: el Concierto para
flauta y orquesta de Carl Nielsen, que no estaba contemplado en el programa
original. (En el programa general de la Temporada estaba previsto el Gran Danzón para flauta y orquesta del
compositor cubano Paquito D’Rivera, que fue posteriormente reemplazado por la
obra de Nielsen). Esta obra fue compuesta en 1926 para el
flautista Holger Gilbert- Jespersen, quien fuera integrante del Quinteto de
Vientos de Copenhague y quien asimismo lo estrenó durante el transcurso de ese
mismo año. Consta de dos movimientos: Allegro moderato y Adagio ma
non troppo/ Allegretto, donde aplica su característica tonalidad expansiva
(arranca en Re menor, pasando por la tonalidad de Mi bemol menor para terminar
con la flauta solista en Fa mayor, a fin del 1° movimiento) y también posee
tanto reminiscencias de su ópera “Maskarade” como de la 3° Sinfonía
(“Espansiva”). En cambio, el 2° movimiento comienza con un Poco
allegretto a cargo de la flauta solista, en diálogo con oboes, clarinetes,
fagot y trombón bajo, para luego desembocar en un rubato y ostinato que
caracterizan el Adagio ma non troppo, con un magnífico cantabile a
cargo de la flauta solista. La versión
ofrecida por Fontana fue más compacta y académica que la ofrecida por
Bernhard Wulff con la Sinfónica Nacional en Mayo de este año, destacándose por
la pureza de su sonido y por la magnífica cadencia del instrumento solista. Los
trinos, arabescos y arpegios de Gabriel Romero fueron estupendos. Asimismo,
también logró muy buenos diálogos con los diferentes instrumentos: sobre, todo,
un excelente contrapunto con las cuerdas y metales a fines del 1° movimiento y
con el fagot, oboe y clarón en el 2° movimiento. La interpretación del trombón
solista en escala descendente hacia el final de la obra fue muy buena y merece
un comentario aparte la labor del timbalista Juan Ignacio Ferreiros, quien
cerró perfectamente la misma. Por ende, el público estalló en aplausos.
Para
la segunda parte del concierto, Gustavo Fontana abrió el juego con la célebre Bacanal de “Sansón y Dalila”, donde Néstor Garrote ofreció un solo de oboe
perfectamente afiatado para seguir a todo ritmo con la orquesta. Tanto las
cuerdas como las maderas, los metales y la percusión se unieron para brindar
una versión muy temperamental, caracterizada por su luminosidad y equilibrio
sonoro. Lo mismo sucedió con la Obertura
de “Orfeo en los Infiernos” de Offenbach, donde los efectos sonoros narran
perfectamente el descenso de Orfeo
para rescatar a su amada Eurídice de
la muerte. Estupendo el solo de violín que representa al protagonista – a cargo
de Pablo Saraví- que, posteriormente, se amalgama con el resto de la orquesta
en un vals que se caracteriza por su refinamiento y exquisitez sonora. La obra
culmina con el staccato que precede
el celebérrimo can- can con el que se
cierra la misma. En este caso, la Filarmónica se lució en un final brillante
–tanto de la obra de Offenbach como del concierto-, donde Fontana y los músicos
se retiraron ovacionados.
Con
excepción de la obra de Nielsen –caracterizada por ser de vanguardia- , el
resto de las piezas comprendidas en el programa se correspondió plenamente con
el título del Ciclo. Y el hecho de
invertir el orden de las obras fue sumamente inteligente, ya que los divertimentos
y pasiones fueron claramente de mayor a menor, lo que permitió el lucimiento
tanto de la orquesta como del solista. Ha sido una grata y agradable sorpresa
poder descubrir a un músico joven y talentoso, al igual que escuchar por
segunda vez consecutiva en el año una obra que rara vez se incluye en los
programas de conciertos.
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