Auspicioso inicio de temporada de ópera
Por Jaime Torres Gómez
Con una nueva producción de la ópera “Carmen”, recientemente se dio inicio a
la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago.
Gran expectativa revestía el retorno de la tradicional temporada de
ópera del Municipal capitalino aún en tiempos (¿post?) pandemiales,
considerando la normalización de las actividades, no obstante las secuelas de
la crisis económica asociada
Los desafíos de hoy para la captación de nuevos públicos en el ámbito de
la música de tradición escrita -particularmente en la ópera- no son menores, ante
un natural recambio generacional más los efectos de la pandemia, condicionando
la cantidad y perfil de títulos a programar, lo que amerita una periférica y
realista óptica coyuntural. De hecho, falta
retomar los seis títulos históricos, siendo prudente la
presente gradualidad hasta llegar (ojalá prontamente…) al esquema
tradicional. En este contexto, fue oportuno comenzar con Carmen, de Georges
Bizet, como título convocante y siempre desafiante.
Contemplando dos elencos de perfiles parecidos, es menester señalar la
tendencia del Municipal a una homologación de repartos, quizás para nivelar
a los cantantes nacionales con
los internacionales, traduciéndose en una equivalencia de precios para
sendos repartos. A priori, es riesgoso para los casos de títulos con asimetrías de
trayectorias, redundando en desbalances de la valorización económica inherente.
Por tal razón, antaño existía un primer elenco de verdadero
carácter internacional (incluyendo a artistas nacionales de gran trayectoria) junto a
otro local, este último concebido como el espacio reservado fundamentalmente a
los artistas locales emergentes.
De la producción en sí, estuvo confiada a Rodrigo
Navarrete, prestigioso regista chileno, con exitosas producciones de ópera en el
mismo Teatro Municipal y en regiones. Lo mismo Ramón López,
de importante trayectoria como escenógrafo, iluminador y regista, confiándosele
en esta oportunidad el diseño escenográfico e iluminación. Y el diseño de
vestuario, recayó en Loreto Monsalve, también con colaboraciones previas en
el Municipal.
Ambientada en la década de los años 90 del siglo XX, la propuesta apostó hacia
la atemporalidad del libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac (basado en la
novela de Prosper Mérimée y ambientado en Sevilla, alrededor de
1820), axioma absolutamente válido, cuyas líneas macro no tuvieron mayores
tropiezos, máxime al darse, en general, debido correlato entre el espíritu del
mismo libreto y las singularidades históricas de la época actual.
Sobre los aciertos, principalmente se destaca toda la resolución de la escena
del Lilas Pastia, transportado al moderno concepto de “pub”, con acertados
efectos lumínicos, buena administración espacial, más una ad-hoc
introducción con una excelente coreografía flamenca (a cargo de Lorena
Peñailillo). Asimismo, interesante la inclusión
de manifestantes con pancartas contra el maltrato animal en el último acto (corrida
de toros), no obstante no haberse desarrollado mejor la idea, quedando sólo como
un esbozo… Y el concepto de la muerte de Carmen con un disparo en la espalda -
a priori, desconcertante-, a la postre tuvo sentido, en cuanto se desarrolla una idea
de la potente personalidad de la misma protagonista, como de la debilidad (a
grados extremos) del mismo Don José.
En cuanto a falencias, no convenció del todo emplazar la escena del paraje en las
montañas (tercer acto) circunscrito a una bodega, interpretándose como
un refugio dentro de las mismas, idea un tanto difusa, y quizás única solución ante
la dificultad de resolver la limitante estructura fija a lo largo de toda la ópera.
Respecto a la iluminación y vestuario, se destaca el apoyo del primero, resaltando
momentos claves como el primer encuentro entre Carmen y Don José,
asimismo el soporte lumínico general, como haber “templado” el vistoso (y en
momentos poco refinado) vestuario, aunque de
coherente aggiornamiento noventero (ante el pesar de los puristas…).
En lo musical hubo equilibradas entregas en los dos repartos, ambos sólidamente
dirigidos por el titular filarmónico Roberto Rizzi-Brignoli, quien
demostró completo conocimiento de la obra, brindando incuestionable manejo
estilístico, amén de un seguro apoyo al palco escénico. Atenta respuesta de
la Filarmónica de Santiago, con debido ajuste y calidad de sonido.
Los desempeños vocales tuvieron resultados cruzados entre los elencos, al menos
en los roles principales. Es el caso de la joven mezzo georgiana Natalia
Kutateladze, de excelentes medios vocales y musicalidad, sin embargo su
interpretación de Carmen tuvo poco idiomatismo, optando por una visión en
exceso refinada, casi al umbral de una top model, y por encima de lo aguerrido y
brutal del personaje. Por distinto carril discurrió la formidable y experimentada
chilena Evelyn Ramírez, ofreciendo el verdadero psique du rol esperable, más
una musicalidad a borbotones.
En el caso de Don José, se contó con los mismos protagonistas de la “Manon”
de Massenet del año pasado -el mexicano Galeano Salas y el uruguayo Andrés
Presno-, quienes no tuvieron equivalencia de rendimiento, fundamentalmente, en
el caso de Salas, con una vocalidad aún bien asentada para el rol, acusando (en
la función de estreno) sinuosidades de emisión que no proveyeron uniformidad de
línea, y calante en algunos momentos (básicamente en el primer acto), aunque
inteligentemente administradas sus falencias hacia el último acto. Distinto el caso
de Andrés Presno, admirablemente empoderado en su cometido, sabiendo
administrar con entera propiedad sus naturales condiciones de robustez vocal,
amplia proyección y belleza de timbre.
De los demás roles, también hubo diferencias en Micalela, no dándose la
vocalidad ideal en el caso de la soprano norteamericana Alexandra Razskazoff,
de gran recuerdo en Mimí (La Bohéme) del año pasado, habiéndose deseado una
voz más lírica que permitiera contrastar mejor a la protagónica Carmen. Distinto la
chilena Paulina González, con gratos recuerdos en el mismo rol y aún con la
excelencia acostumbrada. En el vocalmente ingrato rol de Escamillo, insalvables
diferencias entre el bajo-barítono polaco Artur Janda y el barítono chileno Javier
Weibel, donde el primero acusó incomodidades de emisión (y entrega
interpretativa), mientras el segundo acomodando inteligentemente sus condiciones
para un adecuado cumplimiento. Y en general parejos los cometidos en los roles
secundarios de Zúñiga, Dancairo, Remendado, Mercedes y Frasquita.
En suma, un buen inicio de la temporada lírica del Municipal de Santiago, con una
producción en general de apreciable factura, con positivas entregas musicales
promedio más un rotundo éxito de público, augurando una creciente demanda por
asistir a la más completa manifestación de las artes musicales y escénicas, como
es la ópera…
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