TRIUNFAL INICIO CON M. BUTTERFLY EN EL MUNICIPAL
Por Jaime Torres Gómez
Inusualmente, recién comenzando julio, arrancó la temporada lírica del Teatro
Municipal de Santiago, esta vez con una de las óperas más amadas del repertorio
como es Madama Butterfly, de Giacomo Puccini.
Luego de ocho años de ausencia en el Municipal, retorna Butterfly como un título
lógico y estratégico para reencantar a los operáticos tradicionales y a la vez para las
nuevas audiencias, estas últimas como público del futuro.
Aún por recuperar los tradicionales seis títulos de ópera pre-pandemia, se ha avanzado
gradualmente, destacando -a la luz de sus estupendos resultados artísticos y
económicos- la incorporación del musical “La Novicia Rebelde” en abril pasado, al ser,
de alguna forma, un derivado del género lírico tal como la opereta y la zarzuela, y por lo
tanto, compatibles de ofrecerse en el patrimonial coliseo artístico nacional. Sólo advertir
a futuro no desproporcionar la programación de este tipo de género en perjuicio de la
cantidad histórica de títulos de ópera, so pretexto de cautivar a nuevas audiencias,
propendiendo así a un natural equilibrio.
Con tan sólo anunciar este título pucciniano, es esperable disponer de una masiva
concurrencia, al punto que se han contemplado varias funciones adicionales ante la
alta demanda de público, validándose así el interés por el cultivo de la ópera como
género.
Cabe señalar los potentes referentes de M. Butterfly en el Municipal, como en 1968 con
la gran Raina Kabaivanska, la recordada y recientemente fallecida Gilda Cruz-Romo
(1977), la legendaria Renata Scotto en 1985, Yoko Watanabe (1990), como la
aclamada producción de Keita Asari en 2001 y 2007, asimismo la provocativa puesta
de Hugo de Ana en 2015.
La presente producción estuvo encabezada por la afamada soprano chilena Verónica
Villarroel, en su debut como regisseur, el destacado diseñador Pablo Núñez en la
escenografía y vestuario, y Ricardo Castro como iluminador. En esta oportunidad, a
diferencia de las producciones de Asari y De Ana, discurrió en una lograda visión
tradicional y libre de mayores alambicamientos discursivos propios de extemporáneas
bases estéticas, que terminan desdibujando la esencialidad de la obra. Empero, hubo
momentos de caprichosas libertades lindantes en lo brutal e inexacto respecto al libreto
original, como caracterizar el personaje de Kate de manera hiperbólicamente altiva,
asimismo, al umbral de lo imperdonable, exacerbar el final con la presencia del niño
mirando el cuerpo de su madre fallecida…
Tal como fue concebida, la acción se situó a finales del siglo 19, respetándose lo macro
de la obra de teatro original de David Belasco más el complemento de los libretistas
Illica y Giacosa, de notable correlación músico-drama. Así, con celebrada limpidez, del
todo logrado el contraste cultural oriente-occidente, sin caer en lo panfletario ni
caricaturesco. Y con certera empatía la caracterización de cada personaje, dándose
natural fluidez al desarrollo del discurso teatral sin rayar en naturalismo.
La disposición espacial, con esenciales elementos corpóreos sin adscribir a lo
minimalista, se mostró proporcionado para el cometido, facilitando un eficaz
desplazamiento de masas. Sin perjuicio de ello, no fue acertado emplazar la casa muy
a un costado, privando total visión al público ubicado en ese flanco, ante lo cual
siempre es deseable situar mejor los puntos de fuga en aras de una mayor
“democratización visual”… Y de refinado gusto la tenue policromía de colores de la
escenografía y vestuario, apostando por una celebrada amabilidad visual,
estupendamente apoyada por un acertado (y empático) apoyo lumínico.
En lo musical, gran concertación de Paolo Bortolameolli, completamente idiomática y
entendiendo a cabalidad las claves del lenguaje pucciniano, de refinada riqueza
armónica, tímbrica y colorística (no es fácil abordar Puccini, por su compleja simbiosis
entre lo peninsular, en lo melódico y expresivo, y lo galo, de exquisito tratamiento de
texturas instrumentales). De equilibrada lectura, con inteligente administración de la
contención y el desgarro, hubo una galería de certeros matices, acentos y
transparencias más una celebrada adopción de tempi. Gran apoyo a las voces,
logrando una interpretación bien integrada entre foso y palco escénico. Completa
adhesión de la Filarmónica de Santiago a la autorizada batuta de Bortolameolli, su
actual Director Titular Designado.
Excelente servicio general de los roles protagónicos y comprimarios, principiando por
una notable Erika Grimaldi como Cio Cio San, de consumada inteligencia y
profundidad interpretativa; sin duda, de las más grandes Butterfly que se tenga
recuerdo en el Municipal. De pareja línea de canto, con fortalezas en firmes agudos
más una formidable administración de las medias voces, compone un physique du rôle
de penetrante psicología enfatizado en una idealización del contexto no
necesariamente de una adolescente de 15 años, sino expandido a toda persona
obsesionada por una causa…
De los demás roles, con hermoso timbre y buenos medios vocales y de actuación, el
tenor José Simerilla Romero logra un entregado Pinkerton, aunque, en momentos, de
proyección errática y ciertas sinuosidades en el passaggio. La mezzo Kai Rüütel-
Pajula, de importante material, ofrece una acertada Suzuki, aunque a ratos poco
audible. Notable como Sharpless el barítono Eleomar Cuello, con una entrega del todo
creíble en musicalidad y actuación. Notable y justificada la venida desde Europa del
tenor Mikeldi Atxalandabaso para el ingrato rol de Goro, normalmente atendido por
cantantes locales, explicándose esta presencia ante, quizás, la escasez de voces
nacionales para dicho rol. De los demás roles comprimarios, acertados resultados de
Matías Moncada como Bonzo, Ismael Correa en un extraordinario Yamadori, Pilar
Garrido como Kate y Pedro Alarcón como Comisario Imperial.
En suma, un triunfal inicio de la temporada lírica del Teatro Municipal de Santiago, y
buen referente para proyectar las futuras temporadas de ópera del decano coliseo
artístico nacional.
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