Gran presentación de la Concertgebouw Chamber Orchestra en el Colón
CON LA CONSABIDA EXCELENCIA Y ESTILO
Martha CORA ELISEHT
El Ciclo de Abono del Mozarteum Argentino es sinónimo de excelencia por la
variedad y calidad de los intérpretes en todos los géneros. A las presentaciones de
solistas de fama mundial como Javier Camarena y Nelson Goerner les siguieron las de
prestigiosos conjuntos de cámara de la talla del Fauré Quartett o el Festival String
Lucerne. Y, continuando con una auténtica constelación durante el transcurso de la
presente temporada, el pasado lunes 28 del corriente hizo su presentación la
Concertgebouw Chamber Orchestra sobre el escenario del Teatro Colón con la
participación de la violinista Antje Weithaas en calidad de solista para ofrecer el
siguiente programa:
- Suite de los tiempos de Holberg, Op.40- Edvard H. GRIEG (1843-1907)
- Concierto para violín y orquesta de cuerdas en Re menor, MWV O3- Félix
MENDELSSOHN BARTHOLDY (1809-1847)
- Tzigane. Rapsodia para violín y orquesta de cuerdas (arreglo de Michael
Waterman)- Maurice RAVEL (1875-1937)
- Sinfonía de cámara en Do menor, Op.110- Dmitri SHOSTAKOVICH (1906-
1975)
La agrupación de cámara neerlandesa fue creada en 1987 y está formada por
integrantes de la prestigiosa Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, que se ha
presentado en numerosas ocasiones en Argentina. A diferencia de esta última, la
Conccertgebouw Chamber hizo su primera presentación en el ámbito local,
destacándose por su jerarquía interpretativa y calidad sonora. Esto quedó
fehacientemente demostrado desde los primeros compases de la célebre Suite de Grieg,
así denominada en homenaje al bicentenario del nacimiento del escritor e historiador
noruego Ludvig Holberg (1684-1754). La orquesta brindó un versión sumamente
compacta, precisa y vibrante en sus 5 movimientos: Preludio (Allegro vivace),
Sarabanda (Andante), Gavota (Allegretto. Un poco mosso), Aria (Andante religioso) y
Rigaudon (Allegro con brío), donde Grieg recrea las melodías de época barroca francesa
e introduce temas típicos del folklore noruego (halling en la Gavota y springar en el
Rigaudon). Fue compuesta originalmente para piano en 1884 y, posteriormente, se
realizó la adaptación para orquesta de cuerdas en 1885 y es la que se representa en la
actualidad. La labor del conjunto se vio coronada con una ovación de aplausos y vítores,
con un gran desempeño del concertino Alessandro Di Giacomo.
Seguidamente, Antje Weithaas hizo su presentación sobre el escenario para ofrecer
una versión brillante del Concierto en Re menor para violín y orquesta de cuerdas de
Mendelssohn y el primero de los dos que compuso para dicho instrumento en 1823. Si
bien no cuenta con la inmensa popularidad de su homónimo en Mi menor, Op.64, es una
bellísima obra escrita en forma de sonata en 3 movimientos: Allegro molto/ andante/
Allegro, que fueron abordados con una maestría insuperable por parte de la solista
merced a su técnica impecable, una musicalidad prodigiosa y una digitación sumamente
veloz y poderosa, que le permitió sortear los pasajes y cadencias sin dificultad. La
orquesta supo acompañarla en una perfecta conjunción sonora para lograr una versión
vibrante y excelente, que fue sumamente aplaudida y vitoreada por parte del público.
Asimismo, Antje Weithaas tuvo a su cargo la apertura de la segunda parte del
concierto con una versión para orquesta de cuerdas (arreglo de Michael Waterman) de la
célebre Tzigane de Maurice Ravel, definida por su autor como “rapsodia de concierto
para violín y orquesta” sobre temas gitanos. Fue compuesta en 1924 para la violinista
húngara Jelly d’Aranyi, a quien había escuchado en Londres junto a Bela Bartók. Se
sintió cautivado por su estilo de improvisación y decidió componer una obra para violín
y piano. Para ello se basó en las Danzas húngaras de Brahms, las Rapsodias húngaras
de Liszt y tomó los Caprichos de Paganini para la parte del violín. El famoso solo que
abre la obra está basado en las improvisaciones de d’Aranyi y fue orquestado
posteriormente por Ravel para completar el trabajo. El resultado es una obra de extrema
dificultad técnica para el instrumento solista que sólo dura 10 minutos, pero de una
belleza singular. En este caso, Weithaas volvió a sorprender con su calidad interpretativa
y su precisión en la ejecución de pasajes y cadencias merced a un fraseo impecable. La
orquesta supo acompañarla perfectamente, con un sonido auténticamente gitano. Una
nueva ovación de aplausos y vítores, que motivó a Antje Weithaas a ofrecer un bis: una
sonata de Eugène Ysaÿe, cuya interpretación también fue magistral.
En vez de cerrar con una obra de carácter más jovial y luminoso, la Concertgebouw
Chamber decidió hacerlo con una de tinte mucho más dramático: la Sinfonía de cámara
en Do menor, Op.110 de Shostakovich, que es la versión para orquesta de cuerdas
realizada por el violista ruso Rudolf Barshai (1924-2010) sobre su Cuarteto de cuerdas
n°8, Op.110 compuesto en 1960, donde se puede preciar el anagrama sonoro del
compositor (D: Re- S: Mi bemol- C: Do- H: Si) acorde a la nomenclatura de la escala
musical en alemán e inglés y que también se aprecia en su Sinfonías n°8, 10 y en su
Concierto n°1 para violoncello y orquesta. Sus 5 movimientos (Largo/ Allegro molto/
Allegretto/ Largo/ Largo) se representan en forma atacca – sin interrupción- y se
aprecian la ironía y la mordacidad características de su estilo de composición. En este
caso, tanto el violonchelista Joris Van der Berg como el concertino Alessandro Di
Giacomo se lucieron en sus respectivos solos y en el diálogo entre ambos instrumentos
en el 3° movimiento. La interpretación fue de suma calidad y, luego de los numerosos
aplausos, la agrupación brindó dos bises: el Presto del Divertimento para cuerdas en Re
mayor, K.136 de Mozart y Locus Iste de Bruckner. Ambos sonaron perfectos para dar
fin al concierto.
Una vez más, la excelencia se puso de manifiesto sobre el escenario del Colón. En
este caso, con el debut de intérpretes sumamente prestigiosos de fama internacional. El
Mozarteum Argentino lo hizo posible.
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